La confianza es fundamental para vivir. Es casi imposible relacionarnos sin ella y es que, en sentido estricto, hablar de confianza es hablar sobre seguridad: qué o quién nos hace sentir libres de riesgo, firmes y bien asidos. En ese sentido, las instituciones en que la sociedad civil deposita su confianza deben darnos eso, hacernos sentir seguros en tanto cumplan el propósito con el que fueron creadas, es decir, en la medida en que atiendan de manera efectiva situaciones concretas de la realidad nacional. Y este país, especialmente, está colmado de escenarios que requieren de soluciones y atención inmediata. Para N. Rauda, a finales de 2016, El Salvador es “un país que promedia, hasta la mitad de noviembre, quince homicidios diarios; es un país en el que aborto está prohibido en todas sus formas; vive una crisis fiscal que tiene al Estado coqueteando con el impago; tiene un gobierno que mes a mes regatea las pensiones a su población jubilada; que invierte el 3.47 % de su PIB en Educación, en lugar del 6 %, como prometió el actual presidente. También es un país cuyo sector de Salud está en un vivo conflicto por el mantenimiento del escalafón salarial para sus trabajadores”1. Es claro, tenemos problemas.
En 2017, el panorama no ha cambiado drásticamente. Ocurren nueve homicidios diarios, y aunque es menor la cifra, nueve personas al día es una pérdida irreparable; además, en vísperas de Semana Santa, el Estado salvadoreño se declaró en impago respecto de los Certificados de Inversión Previsional (CIP) y otras deudas acumuladas desde hace ya varios años. Seguimos teniendo problemas, y lo que es peor, sabemos perfectamente que los tenemos. Los vemos a diario. Hablamos sobre ellos. Vacacionamos con todo y ellos; y, cosa importante, no los resolvemos, sino que los delegamos o confiamos para ser resueltos. Pero, ¿a quién se los confiamos?, ¿de quién espera seguridad el salvadoreño cuando se preocupa por la situación actual de violencia, el déficit fiscal, la falta de empleo y hambre, y el hecho casi irremediable de que no tendrá pensión mañana? Es muy simple, sean gubernamentales o no, buscamos confiarnos en las instituciones. Y no solo acudimos a ellas esperando respuestas, sino que les adjudicamos la responsabilidad de lo que acontece como, por ejemplo, cuando se culpa al Ministerio de Hacienda por el déficit fiscal y el impago estatal que –en realidad– no es más que el resultado de las políticas neoliberales impulsadas por los gobiernos de derecha en los años noventa, y de las que la sociedad civil no se mostró renuente en su momento y en ningún otro. Y aunque aquel no esté completamente exento de todo mal, lo cierto es que asumirlo dualmente como problema y solución provoca hacia él una pérdida de confianza inmediata. Esto mismo sucede con los partidos políticos.
Las encuestas de evaluación de año del Instituto de Opinión Pública de la UCA (IUDOP) evidencian que la confianza en los partidos políticos, como institución, ha sido menor al 5% en los últimos tres años. Dicho de otra manera, entre 2014 y 2016, cerca del 95% de los encuestados expresó no tener ninguna confianza en ellos. Curiosamente, las instituciones con mayor confianza durante el mismo período resultan ser la Iglesia Católica y Evangélica, y no sólo muy por encima de los partidos políticos sino también de la Fuerza Armada, Policía Nacional Civil y del sistema nacional de justicia. Sin embargo, ninguna institución es perfecta y las iglesias no son excepción. Entonces, ¿por qué confiamos más en ellas que en el resto? Posiblemente tenga que ver con algo que solo ellas, respecto de las demás, pueden ofrecer: una explicación sobre el sentido de la vida. Visto así, se hace evidente la debilidad de la confianza en el accionar humano frente a la confianza en aquello que, para nosotros, resulta trascendental. Las instituciones religiosas se equivocan, y mucho, pero ofrecen sentido; algo que los partidos políticos y demás instituciones son incapaces de brindar. Dicho esto, surgen dos asuntos a resolver, ¿cuál sería, entonces, la responsabilidad política de las iglesias y de qué otras formas podemos interpretar esta confianza en ellas?
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1 Nelson Rauda Zablah, “La enésima procesión en la Asamblea en contra del matrimonio igualitario”, El Faro, 17 de noviembre de 2016, sección Política.