El título de este texto es el lema que la Fundación Monseñor Romero ha escogido para conmemorar el trigésimo segundo aniversario de la muerte martirial de monseñor Óscar Arnulfo Romero. La frase es del obispo mártir y con ella se busca cultivar una atención por el que sufre, una respuesta compasiva y un compromiso que contribuya a liberar del sufrimiento. Clamor, condolencia y compromiso son los tres rasgos que configuran esta conmemoración martirial.
Clamor. Medellín y Puebla en su momento hicieron eco de las palabras del Éxodo: "He oído el clamor de mi pueblo, he visto la opresión con que le oprimen" (Ex 3, 9). En ambos documentos eclesiásticos se habla de la miseria que se vive en América Latina como un hecho colectivo de injusticia que clama al cielo. Puebla lo resume de forma magistral: "Desde el seno de los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. La Conferencia de Medellín apuntaba ya la comprobación de este hecho: ‘Un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte’. El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante" (n.º 87-89).
El Concilio Vaticano II proclamó que los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los más pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Monseñor Romero historizó esa proclamación afirmando que la Iglesia traicionaría su amor a Dios y su fidelidad al Evangelio si dejara de ser defensora de los derechos de los pobres, si dejara de ser animadora de todo anhelo de liberación, si dejara de ser orientadora y humanizadora de toda lucha legítima por conseguir una sociedad más justa.
Ahora bien, los clamores actuales vienen de diferentes fuentes. Enunciemos algunas. Falta de ingresos y recursos productivos para garantizar medios de vida sostenibles; hambre y malnutrición; falta de acceso o acceso limitado a la educación; carencia de vivienda digna; violencia e inseguridad; discriminación y exclusión social; emigración con elevadas cargas de sufrimiento... En fin, los derechos de millones de seres humanos son violados institucional y estructuralmente. En contextos similares, monseñor Romero dijo: "Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello a los derechos humanos; que se haga justicia". Está claro cuál debe ser la reacción ante el clamor de cuantos sufren: ¡Que se haga justicia!
Condolencia. Reaccionar con indignación y misericordia ante el sufrimiento de las víctimas fue otra de las actitudes fundamentales de monseñor Romero. Se condolió denunciando el pecado histórico. En esto fue enfático: "Cuando la Iglesia oye el clamor de los oprimidos no puede menos que denunciar las formaciones sociales que causan y perpetúan la miseria de la que surge ese clamor" (2 Carta Pastoral, 1977). Pero, junto a la denuncia, proclamó la justicia para el pobre. También en este plano fue firme: "En una situación conflictiva y antagónica, en que unos pocos controlan el poder económico y político, la Iglesia se ha puesto del lado de los pobres y ha asumido su defensa. No puede ser de otra manera, pues recuerda a aquel Jesús que se compadecía de las muchedumbres" (discurso en Lovaina, Bélgica, febrero de 1980).
A propósito de Jesús de Nazaret, en uno de los comentarios bíblicos de José Antonio Pagola se nos habla de un "grito molesto" que vale la pena reseñar (Mc 10, 46-52). Jesús sale de Jericó camino a Jerusalén. De pronto se escuchan unos gritos. Es un mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!". Los discípulos y seguidores se irritan. La reacción de Jesús es muy diferente. No puede seguir su camino ignorando el sufrimiento de aquel hombre. La razón es sencilla, y la dice Jesús reiteradamente en sus parábolas: el centro de la mirada y del corazón de Dios son los que sufren. En esto monseñor Romero no solo imitó a Jesús, sino que hizo de la compasión solidaria una función específica y fundamental de su ministerio episcopal, lo cual lo constituye en un pastor ejemplar.
Compromiso. Luchar por un mundo universalmente solidario y fraternal es uno de los principales desafíos que tenemos los hombres y mujeres de hoy. Y en este desafío, son las víctimas las que deben poner la pauta de nuestros compromisos. Para ello, hay que curar nuestra sordera y escuchar lo que dicen. Monseñor Romero concretaba este modo de proceder en los siguientes términos: "Le pido al Señor (...) mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir su misión" (homilía de un día antes de su martirio, 23 de marzo de 1980).
Ante un mundo convertido en mercado al servicio del capital, ante el predominio de lo privado sobre lo social, ante la marginación fría de la mayoría sobrante, ante la negación de que un mundo incluyente es necesario y posible, debemos abrirnos a una de las convicciones profundas de monseñor Romero: "Cada uno de nosotros tiene que ser un devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad, de la igualdad" (homilía del 5 de febrero de 1978). Encargarse del sufrimiento de los pobres con misericordia, verdad y solidaridad es un camino esencial que nos ha legado monseñor Romero. Tan esencial que el teólogo Johann Baptist Metz considera que solo "el recuerdo del sufrimiento de los inocentes" nos puede humanizar. Escuchar el sufrimiento de la gente, reaccionar de forma compasiva y contribuir a la transformación de las causas históricas del sufrimiento son aspectos que necesitamos aprender y cultivar. Monseñor Romero sigue siendo un referente simbólico en ese aprendizaje.