El mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado 2019 tiene como lema “No se trata solo de migrantes”. La idea fuerza del texto es que, al mostrar interés por las personas migrantes, refugiadas, desplazadas o víctimas de trata, “nos interesamos también por nosotros, por todos; que cuidando de ellos, todos crecemos; que escuchándolos, también damos voz a esa parte de nosotros que quizás mantenemos escondida porque hoy no está bien vista”. Para el papa, la presencia cada vez más numerosa de personas vulnerables, en un mundo marcado por el individualismo y la mentalidad utilitarista, representa hoy día una invitación a recuperar algunas dimensiones esenciales de nuestra existencia humana y cristiana. ¿Cómo resistir la globalización de la indiferencia? Desde el espíritu del Evangelio, el obispo de Roma plantea siete rasgos que pueden encaminarnos hacia una sociedad humanizada o hacia una globalización de la solidaridad.
Primero, “no se trata sólo de migrantes, también se trata de nuestros miedos”. Miedo a los otros, a los desconocidos, a los marginados, a los forasteros. Miedos que condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados e incluso racistas. “El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro, con aquel que es diferente”. En este plano, el Evangelio proclama: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (Mt 14,2).
Segundo, “no se trata solo de migrantes: se trata de la caridad”. Y la mayor caridad, según el papa, es la que se ejerce con quienes no pueden corresponder y quizás ni siquiera dar gracias. Es la que capacita para “dejarse conmover por quien llama a la puerta y con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos ídolos que hipotecan y esclavizan la vida”. Resuena en este rasgo la palabra evangélica que dice: “Porque si ustedes aman solo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?” (Mt 5,46).
Tercero, “no se trata solo de migrantes: se trata de nuestra humanidad”. Y la expresión más sensible de nuestra humanidad es la compasión que lleva a estar cerca de quienes vemos en situación de dificultad. “Como Jesús mismo enseña: sentir compasión significa reconocer el sufrimiento del otro y pasar inmediatamente a la acción para aliviar, curar y salvar”. Aquí encuentra cabida la parábola que sirvió a Jesús como modelo de lo que significa ser prójimo. «Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció» (Lc 10,33).
Cuarto, “No se trata solo de migrantes: se trata de no excluir a nadie”. El texto señala que el mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. Las consecuencias de las guerras e injusticias las padecen siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables. Frente al desarrollo exclusivista, se propone un tipo de desarrollo que incluya a todos los hombres y mujeres, promoviendo su crecimiento integral, y preocupándose por las generaciones futuras. En esta línea, el Evangelio advierte: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10).
Quinto, “no se trata solo de migrantes: se trata de poner a los últimos en primer lugar”. En el documento se denuncia lo que se denomina “la lógica del mundo”, que justifica el abusar de los demás para lograr un beneficio personal o grupal: ¡primero yo y luego los demás! El cristianismo pone este mundo al revés, su lema es ¡primero los últimos! Jesús con su ejemplo enseñó: “Quien entre ustedes quiere llegar a ser grande que se haga servidor de los demás” (Mc 10, 43-44). En la lógica del Evangelio, los últimos son los primeros, y nosotros tenemos que ponernos a su servicio.
Sexto, “no se trata solo de migrantes: se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas”. El papa exhorta a que, en cada actividad política, en cada programa, en cada acción pastoral, debemos poner siempre en el centro a la persona, en sus múltiples dimensiones. Y esto se aplica a todas las personas, a quienes debemos reconocer la igualdad fundamental. Que todos reciban el don de la vida en plenitud. Así entendía Jesús su misión: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).
Finalmente, “no se trata solo de migrantes: se trata de construir la ciudad de Dios y del hombre”. Es decir, para el papa es fundamental ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados. De ahí la necesidad de contribuir a la construcción de “una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta”. Aquí encuentra eco el espíritu de san Pablo: “Así pues, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los consagrados y de la familia de Dios” (Ef 2,19).
En suma, para el papa, no se trata solo de los migrantes, sino de todos nosotros, del presente y futuro de la familia humana. Los migrantes nos ayudan a comprender los “signos de los tiempos”. A través de ellos, el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia y de la cultura del descarte.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara; y de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco. Docente jubilado de la UCA.