Adviento, para revivir la esperanza

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De nuevo estamos en uno de los tiempos más significativos del año litúrgico: el Adviento. Se dice que cada Adviento los cristianos reviven el anhelo y la esperanza del antiguo Israel, y cada Navidad los cristianos celebran el cumplimiento de ese anhelo: la alegría de que el Señor viene. En consecuencia, el propósito de ambas memorias es traer el pasado al presente para mantener viva la esperanza de una verdadera liberación, justicia y paz. Como se sabe, la raíz latina de “adviento” es una palabra que significa “venida”. Adviento significa, así, “hacia la venida”. El Adviento es preparación para la venida de Jesús al mundo. Al respecto, Francisco, obispo de Roma, ha recordado en estos días que la primera visita se realizó con la encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda, en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir, estará la última visita, que se profesa cada vez que recitamos el credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”.

En Adviento, por tanto, se unen pasado, presente y futuro. Es un tiempo de alegría anticipatoria. Es también uno de preparación arrepentida para un futuro que está por venir. Desde luego, esta alegría anticipatoria y futura no es vaga y genérica, sino muy concreta. Los textos tomados del profeta Isaías para los domingos de Adviento hablan del anhelo de Israel y de la promesa, por parte de Dios, de una clase diferente de mundo.

Isaías 11, 1-10 expresa la esperanza de un rey ideal sobre el cual descansará el Espíritu del Señor. Con justicia juzgará a los pobres y decidirá con equidad en favor de los humildes. Su reinado significará el final de la violencia: el lobo vivirá con el cordero, el leopardo se tenderá con el cabrito, y nadie causará heridas ni destrucción. En el capítulo 2, versos del 1 al 5, se expresa la esperanza de un mundo en paz: las naciones de las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas, y no se adiestrarán ya para la guerra. Y en el capítulo 61 se habla de uno a quien ha ungido el espíritu de Dios, su tarea es “dar la Buena Noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados y anunciar la liberación a los cautivos”.

Los textos evangélicos para Adviento también están impregnados de fuerza esperanzadora. Uno representativo se encuentra en el capítulo 11 del Evangelio de Mateo. Juan el Bautista está en la cárcel y pronto será ejecutado por Herodes Antipas, el soberano de su mundo. Desde prisión, envía mensajeros a Jesús con una pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús responde con palabras que hacen eco de Isaías: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Según la exégesis, el texto en Isaías no es una lista de milagros, sino una descripción metafórica de cómo será el tiempo de la salvación. Mateo afirma que Jesús es el cumplimiento de la esperanza de Isaías y Juan.

Ahora bien, situados en nuestra realidad, ¿qué puede significar para los cristianos el Adviento, entendido como un revivir en el presente la esperanza de la humanidad nueva que se revela en Jesús? Ante todo, digamos que, para captar este tiempo de salvación, es preciso “vivir despiertos”. Esta es la primera llamada que se hace en la liturgia de la palabra. El teólogo José Antonio Pagola da unos significados sobre este modo de estar en la realidad que son a la vez personales y políticos, íntimos y públicos. “Vivir despierto”, afirma, significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desatendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos pequeños gestos que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más llevadera. Significa despertar nuestra fe, buscar a Dios en la vida y desde la vida, intuirlo muy cerca de cada persona.

En esta línea, el papa Francisco ha recordado que en Adviento “estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades”. Para hacer esto, explica, “es necesario no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más hermosa y más grande”. Y el reconocido biblista John Dominic Crossan comenta en uno de sus libros que “el arzobispo Óscar Romero, mártir del siglo XX, […] dijo en una ocasión que estamos llamados a ser cristianos de Pascua en un mundo de Viernes Santo, en un mundo todavía regido por Herodes y César”. De igual forma, agrega Crossan, “estamos llamados a ser cristianos de la Navidad [y del Adviento] en un mundo que todavía desciende al corazón de las tinieblas. Pero el Viernes Santo y el descenso de las tinieblas no tienen la última palabra”. Estamos llamados, entonces, a levantar la esperanza de la fraternidad.

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