Hay dos mártires de nombre Valentín que vivieron en el siglo III y que se conmemoran el 14 de febrero; de ellos, hay una simpática tradición: como en la Edad Media se creía que en este día los pájaros, al sentir los primeros aires de primavera, empezaban a nidificar, se dice que la fiesta de San Valentín marcaba el despertar de la vida y, por tanto, del amor. Por eso San Valentín se convirtió en patrono de los novios. ¿Pero cuál Valentín? ¿El sacerdote romano que sufrió el martirio en el año 268 o el obispo de Terni (Italia) que también murió mártir cinco años después? Se desconoce a quién de los dos se le atribuye esta historia. Pero lo fundamental de ambos es que murieron mártires, es decir, murieron por la causa de Jesús que, en definitiva, es la causa del amor. Se dice que la vida de Jesús de Nazareth estuvo radicalmente animada por el amor. Los relatos evangélicos nos dan testimonio de una persona que era esencialmente un ser para los otros. Pasó por el mundo haciendo el bien. El apóstol Pedro lo describe así: "Saben que Dios llenó de poder y Espíritu Santo a Jesús de Nazareth, y que Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del mal. Esto lo pudo hacer porque Dios estaba con él" (Hechos, 10, 38).
La forma de amar de Jesús lo llevó a compadecerse de las muchedumbres hambrientas y desorientadas; a no querer que sus discípulos le llamaran "maestro", sino "amigo"; a sentir una profunda tristeza ante la muerte de su amigo Lázaro. Y ese mismo modo de amar lo llevó también a indignarse ante la dureza de corazón de quienes pasan de largo ante el sufrimiento humano; lo llevó a desenmascarar a los que explotan al pueblo en la esfera social o religiosa: ricos, escribas, fariseos, sacerdotes o gobernantes. Por su forma de amar, amparó y devolvió dignidad a los considerados inmorales; a los paganos y samaritanos, a las mujeres, niños y enfermos; y a los pobres sin poder. El amor de Jesús no fue solo un sentimiento, sino una forma de acción que humaniza. Don Pedro Casaldáliga, obispo emérito, ha dicho que no se humaniza a la humanidad con nuevas tecnologías, sino con la aproximación humana de cada uno y cada una, de cada persona y de cada pueblo. Se humaniza a la humanidad practicando la proximidad; esto fue, precisamente, lo que hizo Jesús: se hizo próximo del que sufre, del desamparado, del excluido, del empobrecido, del enfermo. Este modo de amar de Jesús provocó en el pueblo frases como las que registra el Evangelio de Marcos: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos". En otras palabras, curar fue su forma de amar.
En el día del amor y la amistad, hay que preguntarnos: ¿Qué deshumaniza a nuestro mundo? ¿Qué puede humanizarlo? Respondamos desde el pensamiento de otra persona que practicó, como Jesús, el amor que humaniza: monseñor Óscar Romero. Decía monseñor: "Esta es la gran enfermedad del mundo de hoy: no saber amar. Todo es egoísmo, todo es explotación del hombre por el hombre. Todo es crueldad (...) todo es violencia (...) ¡Se hacen tantas groserías de hermanos contra hermanos! Jesús, ¡cómo sufrirás al ver el ambiente de nuestra patria de tantos crímenes y tantas crueldades! (...) Me parece mirar a Cristo entristecido diciendo: y yo les había dicho que se amaran como yo los amo" (homilía del 23 de marzo de1978).
Y en ese mismo espíritu el teólogo Jon Sobrino señala, en uno de sus escritos, que en el mundo de hoy deshumaniza el encubrimiento de la verdad y la proliferación de la mentira; el silencio ante la desigualdad escandalosa entre ricos y pobres; la burla a las víctimas al incumplir, con la mayor naturalidad, los derechos humanos fundamentales de los pueblos; la corrupción masiva en todos los ámbitos del poder; la impunidad, antes, durante y después de cometer atrocidades; el desprecio hacia los pobres e indígenas y hacia la madre tierra. Sobrino continua con el listado de realidades que deshumanizan, pero las enunciadas son suficientes para que caigamos en la cuenta de la necesidad de cultivar un amor que nos haga verdaderamente humanos.
El amor que humaniza y que necesita nuestro mundo es el de la compasión solidaria, el de la indignación ética, el que defiende a las víctimas, el que construye verdad y justicia. El amor de la opción franciscana: "Donde haya odio, lleve yo el amor". Monseñor Romero hablaba de la civilización del amor, que no es un sentimentalismo, no es limosna, no es beneficencia, sino justicia social. Ignacio Ellacuría hablaba de la civilización de la pobreza, que a su juicio es un estado universal de cosas donde está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás seres humanos, consigo mismo y con Dios.
En suma, ¿cuál es el amor que humaniza y que debemos cultivar ahora mismo? Siguiendo el espíritu de Jesús y de sus ejemplares seguidores y seguidoras, podemos decir que es el amor que tiene el corazón puesto en aquellos que más sufren. Es el amor que me hace prójimo descubriendo al otro, buscándolo, cuidándolo y donándome a su servicio. Cuando pensamos en el amor, lo reducimos a una relación entre dos personas. Sin embargo, la perspectiva de Jesús era más amplia. La palabra usada en el Nuevo Testamento para el amor es "ágape", que significa el sentimiento de estar juntos, de comunión. En una palabra, amor es solidaridad.