Los años no son nuevos porque se le ponga un número más al calendario; son nuevos si hay novedad. De lo contrario, continúan siendo viejos. 1992 fue un año realmente nuevo en El Salvador porque salimos de la guerra y comenzamos una etapa histórica. Un buen número de años anteriores habían sido viejos todos ellos, con masacres, violencia y guerra fratricida, pese a que les llamáramos nuevos cada primero de enero. Dicho esto, es importante poner algunas premisas que nos permitan ver la novedad o la vejez de 2018 desde su comienzo. Un par de ejemplos, aunque tratados brevemente y en medio de las necesidades tan múltiples y urgentes de nuestro país, puede ayudarnos a reflexionar. Se trata simplemente de saber lo que hace nuevo o no a un año que comienza.
Tendremos muy pronto elecciones legislativas. ¿Seremos capaces de recuperar el poder del legislativo? Y no en el sentido de recuperarlo para un partido o para otro, sino para la propia función que el legislativo debe llevar a cabo: legislar para todos, no en favor de los más fuertes. Si queremos poner un ejemplo, miremos el tema del agua. ¿Legislarán los nuevos diputados sobre el agua partiendo del hecho de que es un bien público y no un bien comercial? Si no lo hacen así, por muy nuevos que se llamen, serán viejos, con las mismas mañas de los viejos diputados corruptos o incapaces. Y harán viejo al año 2018 muy pronto. Qué más quisiéramos los ciudadanos con conciencia social, seamos más liberales o más socialistas, que el agua sea al fin declarada bien público y, por tanto, administrada por el Estado no con afán de lucro, sino con el deseo de que todos tengamos acceso fácil y eficiente a este bien indispensable para la vida. Si los diputados son capaces de ponerse de acuerdo, le harán un gran servicio a El Salvador, como se lo hicieron cuando prohibieron la minería metálica. Ahí contribuyeron a que el país tuviera novedad. No todo es malo en ellos; pueden lograr que los años sean realmente nuevos si se lo proponen.
Van surgiendo casos que el sistema judicial ha aceptado y que aclaran las terribles violaciones de derechos humanos del pasado. ¿Logrará el sistema judicial no solo hacer justicia, sino cambiar la mentalidad que propicia el olvido y el desprecio de las víctimas? ¿Se conseguirá que a través de la justicia las instituciones que contribuyeron o encubrieron violaciones graves de derechos humanos lo reconozcan y pidan perdón a la ciudadanía? La Sala de lo Constitucional creó novedad para El Salvador cuando en 2016 declaró inconstitucional la ley de amnistía. Ahora le toca al sistema judicial y a la Fiscalía General ser coherentes con esa novedad y hacer de 2018 un año nuevo con justicia y valores democráticos. ¿Hay dificultades? Claro que sí. Un país como el nuestro, en el que la prescripción es general al cabo de diez años, cuando a ciertos crímenes se le ponen sentencias de 30 o 40 años, no tiene un sistema judicial que funcione bien. Y más cuando los porcentajes de impunidad en los homicidios siguen siendo altos. Algo no solo funciona mal, sino que no funciona.
Quedarían muchos temas por tratar para hablar de un año realmente nuevo en justicia social, en un solo sistema, decente e igual para todos, de salud pública, o en un bachillerato universalizado para todos los jóvenes de El Salvador. La atención a la primera edad y a la familia, aunque ha ido mejorando, todavía tiene grandes lagunas cuando se trata de proteger al niño y asegurar su pleno y armónico desarrollo en los primeros dos o tres años de vida. Crear novedad no es fácil. Y peor si consideramos la despedida del año viejo como una noche de borrachera, que nos hace comenzar el año nuevo con una fuerte resaca o, como se dice popularmente, con una terrible goma. “Año nuevo, vida nueva”, decía y repetía el refrán popular, con esa sabiduría que ve la transformación de los tiempos como fruto de la transformación de las personas. Lo que vale para el individuo sirve también para los países. Feliz año a todos los lectores de este espacio. Ojalá juntos consigamos que 2018 sea realmente nuevo.