El 22 de junio celebramos el Día del Maestro, y todos aquellos que hemos tenido la oportunidad de ir a la escuela con seguridad recordamos, con profundo cariño y agradecimiento, al menos a un profesor que con su ejemplo y sus enseñanzas marcó nuestra vida para siempre. La profesión docente, vivida con auténtica vocación, es una de las más satisfactorias y ofrece una realización personal muy plena. Los maestros son mucho más que facilitadores del aprendizaje; ayudan a los estudiantes a crecer como personas, a adquirir los valores y principios que les permitirán desarrollarse en la sociedad. Además, fomentan aquellos hábitos que les serán de utilidad a los niños y jóvenes para el resto de sus vidas. Justo es agradecerles públicamente a las miles de maestras y maestros que a diario ponen todo su esfuerzo en formar a la infancia y la juventud salvadoreñas. Y mayor agradecimiento merecen porque realizan su tarea en condiciones muy adversas.
En la actualidad, no se discute que la educación de calidad es un medio fundamental en el camino de las sociedades hacia el desarrollo. Fomentarla y garantizarla a todo nivel, desde el materno-infantil hasta el universitario, es una decisión obligada para que El Salvador pueda enrumbarse a mediano plazo hacia una realidad de bienestar para la mayoría de la población. Apostar por la educación es apostar por el futuro. Y si la educación que se ofrece es inclusiva, pertinente y de calidad, sin duda se estará apostando por un futuro mejor para nuestro país y toda su gente. Por el contrario, descuidar la educación es condenar a El Salvador a la pobreza y la marginación.
Las necesidades educativas son muchas. La principal: maestros y maestras, profesores y profesoras que tengan la formación adecuada y las competencias requeridas para dirigir atinada y eficazmente el proceso de enseñanza-aprendizaje en las aulas. Y a este respecto, hay que admitir un hecho crudo: los programas de formación docente son obsoletos, no se han actualizado desde hace casi 20 años, a pesar de que se han comprobado fehacientemente sus deficiencias. La actualización de dichos programas a la realidad y a las demandas de la enseñanza moderna es urgente, y es el primer paso para mejorar la calidad de nuestra educación.
Otro paso importante es prolongar el tiempo de la formación. Los niños y niñas deben empezar la escuela entre los dos y tres años, y no abandonarla sin antes haber terminado al menos un bachillerato técnico. De este modo, todo salvadoreño contaría con cerca de 15 años de escolarización, y en el caso de que no se deseara estudiar en la universidad, se saldría de la escuela con la preparación suficiente para desempeñarse en un trabajo calificado. Sin embargo, no basta con incrementar los años de escolarización; también es necesario aumentar el número de horas de clase diarias y el número de días lectivos al año. Al menos deberían ser 6 horas diarias y 200 días de clase al año si se quiere elevar el nivel de la educación a las actuales demandas de la sociedad mundial. Son muchos los cambios que hay que hacer para ello. Se requieren escuelas infantiles en todos los barrios y cantones; se deberá duplicar el número de escuelas de primero a noveno grado; y se tendrá que multiplicar los institutos de bachillerato, especialmente en las zonas rurales. Todo ello necesita planificación y financiamiento, y por tanto, que se le dé la debida prioridad en los presupuestos nacionales y municipales. En este sentido, la verdadera prueba de que se apuesta por la educación de calidad será que la partida del presupuesto nacional asignada al rubro siga incrementándose.
La ampliación de la cobertura y la mejora de los actuales programas y métodos pedagógicos son otras dos condiciones sin las cuales no habrá mejora de la calidad educativa. Se deben superar las dificultades en el aprendizaje de las matemáticas, fortalecer las habilidades para la lectura comprensiva y pasar de una evaluación que valora únicamente la repetición memorística a una que premie la capacidad de pensar y analizar. También será necesaria la universalización del aprendizaje de las herramientas informáticas y del inglés como segundo idioma.
Nuestro sistema educativo requiere, pues, de una renovación casi total. Y en ello hay acuerdo y apoyo de gran parte de los actores sociales y económicos del país. Los pasos que se están dando desde el Ministerio de Educación son importantes y siguen esta línea, pero deben acelerarse y profundizarse. Qué mejor regalo para los maestros y maestras de generaciones que seguir trabajando en pro de una verdadera transformación de nuestro sistema educativo, de modo que en algunos años El Salvador cuente con una educación pública de gran calidad que incida en las condiciones de vida de de todos y todas.