Después de la derrota de Arena en las elecciones presidenciales de 2009, un millonario financista del partido contrató a intelectuales vinculados a la izquierda para que elaboraran una propuesta de renovación del ideario arenero. En ese esfuerzo, una de las principales conclusiones fue que el principal problema del instituto político de derecha consistía en ser percibido por la gente como un instrumento al servicio de los ricos. El reciente lanzamiento de dos empresarios del gran capital como precandidatos de Arena a la Presidencia de la República no hace sino confirmar eso.
Desde que la Fuerza Armada demostró su incapacidad para defender los intereses de la oligarquía salvadoreña durante la guerra, la élite económica decidió meterse en la política partidaria para gobernar directamente, no a través de terceros. “Si los ricos gobiernan, no robarán porque ya tienen dinero” fue la frase que se popularizó cuando un millonario tomó las riendas del Estado en 1989. Pero la historia mostró lo contrario. Está comprobado que en la privatización de empresas y servicios del Estado hubo privilegios de todo tipo para el gran capital, abusos múltiples de poder y contra los consumidores. Abusos que no fueron puntuales, sino un patrón de actuación generalizado. Bajo el discurso neoliberal de que el mercado es el mejor regulador de las dinámicas sociales, los grandes ricos aumentaron su riqueza y la población se quedó esperando que rebalsara la copa del bienestar. Que hoy Arena esté divido en bandos identificados con uno u otro de los millonarios presidenciables confirma que son ellos los que mandan en el partido.
Además, que dos multimillonarios sean precandidatos de Arena muestra que se sigue pensando que un país se dirige como si fuese una empresa. “Si estos empresarios han sido exitosos en sus negocios familiares, entonces serán exitosos gobernando” es el mensaje que transmiten estas candidaturas. Y ello no es del todo cierto, porque un Estado no es una empresa y no se puede dejar a los caprichos del mercado. La ley de la oferta y la demanda no funciona cuando se aplica a cuestiones de carácter social. Para muchos empresarios, la mayor inversión estatal debe estar en los bienes de capital, en los equipos, en la infraestructura. La inversión en la población no es prioritaria para los que siguen la lógica del mercado. Por ello, los subsidios a los más pobres son vistos como innecesarios.
La mentalidad de que el país se gobierna como se administra una empresa se reflejó diáfanamente en la frase de un empresario: “Nosotros pagamos el mariachi, y la canción que escuchamos no es la que pagamos”. “Tanto tienes tanto vales” es lo que rige en Arena, y tanto tiene uno de los precandidatos que ya pidió, como si nada, que se adelanten las primarias del partido. Si Arena lo hace, demostrará aún más que está al servicio de los más ricos. Esa mansa obediencia de la política a los mandatos del capital ha llevado a que la sociedad global alcance los mayores niveles de desigualdad de la historia. Una dinámica que se ha explayado con crudeza en El Salvador.
Según una de las personas que participó en el proceso, el documento que elaboraron los intelectuales de izquierda con orientaciones para la renovación de Arena ni siquiera fue discutido al interior del partido. Y afirma que el hombre fuerte de Arena en aquel entonces, Alfredo Cristiani, dijo que “ideológicamente el partido no se mueve un ápice”. Y Arena lo ha demostrado hasta hoy. Un empecinamiento de este calibre, sobre todo cuando el partido de gobierno le está facilitando las cosas a la oposición con su mal desempeño, no es menos que torpeza política y rechazo a la realidad. Para mal del país, Arena no cambia, sigue cantando la tonada de quien le paga, sigue dando la espalda a cualquier tipo de renovación, sigue al servicio del gran capital.