La falta de austeridad ha sido un mal endémico entre nosotros. La cultura consumista, tan enraizada, lleva a pensar que es más quien tiene más. Curiosamente, quienes más claman ahora contra un Gobierno poco austero son los que se enriquecieron a base de contratos y favores en las anteriores administraciones y, por supuesto, los que han impulsado con mayor fuerza en El Salvador la cultura consumista. Nuestros ricos, que gustan demasiado de la exhibición y el lujo, se indignan cuando ven que los gobernantes les imitan. Sin que esto constituya una defensa de la falta de austeridad, lo cierto es que esa virtud ha estado ausente durante demasiados años tanto entre la clase política como entre nuestro empresariado. Incluso los militares, sin que hayan robado como sus pares hondureños o chapines, sucumbieron con frecuencia ante las tentaciones de la corrupción cuando estuvieron en el poder.
La austeridad, en ese sentido, ha sido en el último medio siglo una "rara ave". Casi como ese Fiscal maravilloso que buscan los diputados para que la Fiscalía se convierta en la campeona anticrimen, y que es más difícil de encontrar que un zanate blanco. Y, sin embargo, la austeridad es una virtud necesaria para un pueblo como el nuestro, donde la pobreza es extensa y donde la solidaridad y los recursos son escasos. Sin austeridad es muy difícil lograr la confianza de la ciudadanía en los liderazgos, sean estos económicos o políticos. Y sin confianza en los liderazgos no hay posibilidad de emprender proyectos de desarrollo de realización común. La gente prefiere emigrar o buscar una salida individual a los problemas, recurriendo a las recomendaciones, el amiguismo o la corrupción. En otras palabras, nos quedamos en lo mismo.
Los políticos no deberían hablar tanto de austeridad, sino simplemente dar pasos hacia ella. Recientemente, Norman Quijano criticaba la excesivamente larga caravana de vehículos que protege y acompaña a Mauricio Funes cuando transita por las calles de San Salvador. Ciertamente, ese es un tema que a mucha gente le molesta. El derroche de recursos en seguridad se convierte más en escándalo que en eficacia protectora. Pero al mismo tiempo que Quijano decía eso y prometía viajar con menos vehículos cuando, supuestamente, sea presidente, trasciende que él mismo ha comprado, o le han regalado, que de cara a la austeridad es lo mismo, un vehículo blindado con un valor de ciento quince mil dólares. Este tipo de contradicciones en un candidato a la presidencia no hace más que añadir descrédito a los políticos. Aunque llegara a ganar la presidencia, muchos seguirán considerándolo un charlatán si continúa con ese tipo de contradicciones. Como se le puede considerar charlatán a cualquier político, de izquierdas o de derechas, que se enriquezca gracias a la política. Cuando el patriotismo hace que los bolsillos se llenen de dinero, ni se hace honor a la patria ni se siembran virtudes ciudadanas. Todo lo contrario.
La falta de sensibilidad de los funcionarios públicos a la hora de fijar el salario mínimo evidencia lo poco que se aprecia la austeridad, la que por supuesto tampoco valoran los económicamente poderosos. En algunos países, los sindicatos están presionando para establecer un salario máximo, tanto gubernamental como empresarial, que tenga relación con el salario mínimo. En El Salvador, el tema ni se oye. Una universidad decidió hace varios años que el salario máximo en dicha institución no sobrepase nunca la cantidad de diez salarios mínimos de cualquiera de sus trabajadores fijos. Es esta una manera de asegurar que el salario mínimo se mantendrá en cifras decentes y sin graves diferencias, pues si se sube la paga a los ejecutivos, se sube también automáticamente a los trabajadores de menor nivel. Pero en el país, si el salario de un servidor público no pudiera ser diez veces mayor que el salario mínimo que los diputados autorizan para sus representados, nadie en el Gobierno podría ganar más de mil doscientos cincuenta dólares al mes. Pues el salario mínimo en el campo anda por los ciento veinticinco dólares, o incluso menos.
En una de las lecturas bíblicas del domingo pasado en las iglesias católicas, se decía lo siguiente: "El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el día de la matanza" (Santiago 5, 3-6). Si hoy les dijéramos esto a ricos o a funcionarios, nos dirían que estamos provocando la lucha de clases, que no es constructivo hacer estas aplicaciones, etc. Pero, ciertamente, la falta de austeridad, el enriquecimiento a costa de generar grandes diferencias económicas y sociales, el derroche de dineros públicos o el trasvase de estos a los bolsillos privados rebaja la humanidad de quien lo realiza. Y si aún encima la falta de austeridad o el enriquecimiento con dineros públicos queda impune, no hay que quejarse de que haga trampa o extorsione quien quiere imitar o vivir como los delincuentes intocables de cuello blanco. La falta de austeridad destroza y elimina la necesaria cohesión social que un país necesita para salir del subdesarrollo. De modo que no sería malo que tocáramos el tema con más frecuencia. Y con seriedad.