El cambio se ha producido. El rojo retrocede y el tricolor avanza. El FMLN ha sufrido una enorme derrota electoral. Algo anda muy mal en la conducción y en el gobierno de este partido para sufrir semejante humillación en las urnas. En realidad, la derrota se la ha infligido la ciudadanía más que Arena mismo. En efecto, el FMLN ha perdido alrededor de la mitad del voto que obtuvo en 2015. En otros lados, después de una debacle de esa envergadura, la dirección del partido presenta su renuncia inmediatamente. Sin ir más lejos, el mismo día hubo elecciones en Italia y el partido de gobierno también salió derrotado. La renuncia de su dirigencia no se hizo esperar. Eso no sucederá en el FMLN. Los resultados electorales no son suficientemente contundentes para la dirigencia actual, que prefiere “reflexionar”. El aura de la lucha popular se ha difuminado sin entregar los resultados esperados. Después de casi una década de gobierno, una porción importante de la ciudadanía ya no encuentra razones para votar por el FMLN. Ni siquiera a nivel local.
Ahora bien, Arena no ha hecho nada extraordinario para merecer un triunfo tan aplastante, excepto entorpecer la gestión del FMLN y así contribuir a su descalabro. La actuación política de Arena ha sido eminentemente negativa y el FMLN ha caído en la trampa, demostrando así falta de iniciativa, de imaginación y de voluntad política. La única responsable de la debacle es la dirección del partido. Más aún, los datos muestran que la victoria de Arena no es tan abrumadora como aparenta, pues no ha recibido más votos que en 2015. Incluso es probable que haya recibido un poco menos. Así, pues, no es Arena la que sube en las preferencias, sino que el FMLN se derrumba estrepitosamente y así crea un sector muy descontento, que podría decantarse por una tercera alternativa.
Arena tampoco ha cambiado. Algunos de los diputados y alcaldes reelegidos han sido acusados de enriquecimiento ilícito, de comprar votos a las pandillas y de adjudicar fondos municipales sin respaldo contable. El partido todavía no ha explicado el destino de los diez millones de dólares de Taiwán. Los acusados reelegidos desconocen las acusaciones, la débil institucionalidad no ha podido impedir su reelección y el partido los tolera. Prefiere “pasar la página” y olvidar estos “deslices”. Mucho más ahora, en la euforia del triunfo.
Arena dice recibir la victoria con humildad, una virtud desconocida en un partido que se ha caracterizado desde su fundación por la arrogancia y la prepotencia. Una cosa debiera tener claro. Si los cambios anunciados por los cuatro rincones del país como radicales, como nuevo comienzo, como nueva forma de hacer política, etc., no se traducen en una mejora palpable del nivel de vida de la mayoría empobrecida, más pronto que tarde sufrirá un revés notable, cuando las urnas vuelvan a estar a disposición de la ciudadanía. Sobre todo si existe una tercera alternativa.
En la euforia del triunfo, Arena ha reafirmado que ha llegado el momento de cambiar el rumbo del país. Pero es dudoso que ese cambio de dirección favorezca directamente a los intereses populares, aunque nunca es tarde para convertirse a la pobrería salvadoreña. La prioridad pertenece a los intereses de los grandes capitalistas que patrocinan el partido. El resto debe conformarse con lo que sobre. En este sentido, la dirección del FMLN carga sobre sus hombros la enorme responsabilidad de haber entregado el poder legislativo y municipal al capitalismo neoliberal.
El Salvador cambiará realmente de rumbo si, antes de que termine el año, la mayoría legislativa de Arena eleva el impuesto directo sobre las rentas más altas, restablece el impuesto sobre el patrimonio, introduce el impuesto predial y el impuesto diferenciado al valor agregado (la canasta básica y los medicamentos pagan el mínimo) y enfoca las exoneraciones en la actividades que dinamizan el empleo y el mercado interno. Entonces, el cambio será drástico y comenzará a haber recursos para educación y salud, y mejorará el nivel de vida de la mayoría de la población.
El FMLN queda reducido a la irrelevancia legislativa. El único recurso del que dispondrá es el veto presidencial, un instrumento muy socorrido por Arena en otro tiempo también adverso. Pero a diferencia de entonces, ahora será más fácil superarlo. Si hubiera fortalecido la institucionalidad, ahora dispondría de herramientas eficaces para controlar el poder de los nuevos legisladores. En vez de ello, se resistió y se resiste a la independencia de poderes, la rendición de cuentas (incluidos los militares) y la transparencia financiera. Probablemente, nunca se le ocurrió que podría pasar a la oposición tan pronto. Arena tampoco está libre de esa tentación. Como ninguno trabaja para mejorar la institucionalidad democrática (de la cual se confiesan fervorosos creyentes en tiempos electorales), sino para ejercer el poder de la manera más absoluta posible y así proteger el fraude y la corrupción, el control es un estorbo intolerable. Sin embargo, es una herramienta eficaz si se utiliza de manera inteligente.