El FMLN nombró ya a su candidato para la elección presidencial de 2014. Este hecho ha generado diversos comentarios, algunos de los cuales irán, probablemente, adquiriendo mayor volumen a medida que se acerque la campaña electoral o vayan apareciendo los otros candidatos en pugna. Hasta ahora, los comentarios han adolecido de ausencia de consideraciones de fondo y se han concentrado en opiniones muy personalistas. Sin embargo, si queremos avanzar en democracia, bueno será que, además de las opiniones sobre las personas, profundicemos un poco más en los programas y en la observación y comentarios de aquel o aquellos que acompañarán al candidato en el ejercicio de gobierno en El Salvador.
Nuestra democracia sufre todavía de autoritarismo. Desde la tradición autoritaria tendemos a darle una excesiva importancia al Presidente de la República. Esperamos demasiado de tal cargo y con facilidad nos desencantamos de sus modos concretos de gobernar. Y trasladamos entonces las esperanzas hacia otros líderes o partidos, favoreciendo en ocasiones el autoritarismo de personas con vocación de caciques. Las asechanzas contra la actual Sala de lo Constitucional no pueden leerse sino desde la tendencia de los poderes constitucionalmente controlados a querer actuar arbitrariamente, prefiriendo la tradición autoritaria en lugar del control constitucional de una sociedad democrática moderna. Pero esa tradición autoritaria es cada día fuente de más fracasos. Un país como el nuestro, que necesita un profundo diálogo y una amplia participación ciudadana para construir y aceptar un proyecto de desarrollo de realización común, no puede funcionar bien desde el autoritarismo.
Por ello es necesario pasar de la consideración de los candidatos a la reflexión sobre los programas. Y, en segundo lugar, resulta imprescindible conocer al equipo básico con el que el candidato a la presidencia quiere gobernar el país. Pues por más que el cargo máximo del Ejecutivo tenga su aura autoritaria y su representación máxima del Estado, es evidente que los presidentes gobiernan cada día más a través de sus ministros. No saben ni pueden saberlo todo, y tienen que confiar en técnicos, especialistas y gestores de múltiples temas coordinados por personas eficaces y honestas. Los comentarios de quienes se centran en la persona más que en los programas y en el grupo que acompañará en el Gobierno al presidente, cualquiera que sea, refuerzan esa tendencia al autoritarismo. Y favorecen las esperanzas absurdas de que un líder populista solucione todos los problemas salvadoreños.
Ante la designación de Salvador Sánchez Cerén como candidato del FMLN, ha habido múltiples consideraciones, las más de ellas movidas por afectos o desafectos político-personales. Por supuesto, es válido ver el historial de la persona y reconocerle lo que indudablemente tiene: experiencia política, honestidad y honradez personal, capacidad de diálogo. La honradez no ha sido la cualidad más frecuente en los últimos presidentes que hemos tenido, y, en ese sentido, es importante para la vida política del país que los candidatos la tengan. Pero más allá de las virtudes y defectos, es imprescindible ver los programas. ¿Profundizará el FMLN los cambios que el actual Gobierno ha iniciado tímidamente? ¿De qué manera? Proyectos concretos como un servicio público único de salud o un sistema de pensiones incluyente y universal deberían debatirse y exponerse en público. Lo mismo podríamos decir de la educación. Si queremos realmente que el país se desarrolle, debemos tener planes concretos de cómo mejorar la calidad educativa o cómo ampliar la cobertura de los bachilleratos hasta universalizarla en fechas más tempranas que tardías. Otro tanto podríamos decir de la vivienda, en la que el déficit de habitación digna es notable. Desde hace 10 años, a veces se tiene la impresión de que se preocupan más por la vivienda instituciones como Techo o Fundasal que las mismas carteras de Estado.
Y finalmente, sería de máxima importancia conocer con quiénes quiere cada candidato impulsar los programas y planes de desarrollo. La costumbre de nombrar ministros al final, diciéndole a la ciudadanía quién acompañará al presidente elegido en el Ejecutivo, es poco democrática. Y en El Salvador, donde las promesas son numerosas y las realizaciones muy pocas y pequeñas (los famosos 20 años de Arena lo demuestran), sería importante mencionar antes de cada elección quiénes acompañarán al presidente en la tarea de gobernar. Así la ciudadanía podría juzgar mejor si las promesas son factibles o no. En ese sentido, bueno sería que los candidatos, tanto de Arena como del FMLN, mencionaran oportunamente, y con suficiente antelación a la fecha de la elección, a las personas que los acompañarán en el Ejecutivo. Por poner un ejemplo respecto al FMLN, nombres, entre otros, como los de Gerson Martínez, Hato Hasbún, Hugo Martínez, Óscar Ortiz, Luz Estrella Rodríguez, o Héctor Samour, que aunque no es militante del FMLN hizo un excelente papel en la Secretaría de Cultura, podrían dar confianza a la ciudadanía de buena gestión en programas y proyectos. En Arena, la designación, antes de la elección, de las personas que fungirían como ministros daría también una señal de hacia dónde quiere este instituto político dirigir al país. Hacer menos promesas generales, aportar más programas concretos y visibilizar a los futuros colaboradores sería un servicio importante a la ciudadanía antes de las próximas elecciones. El candidato a presidente, basta con que sea honrado, dialogante, sensato y que esté rodeado de buenos colaboradores.