Hace unas semanas se realizó en la ciudad de Modesto, California, el IV Encuentro Regional de Movimientos Populares, que lucha por las tres “t”: “tierra, techo y trabajo”. Asistieron más de 600 delegados de 12 países; entre ellos, El Salvador, Guatemala y México. En el Encuentro se incluyeron dos temas que preocupan al país huésped: la inmigración y el racismo. El papa Francisco, quien tiene gran estima y esperanza en esta fuerza ciudadana popular, envió una carta a los participantes, de la cual queremos destacar su carácter y contenido.
Sus primeras palabras son de alegría y elogio al ver el trabajo conjunto que realizan estos grupos por la causa de la justicia social. En esta línea, expresa su deseo de que “en todas las diócesis se contagie esta energía constructiva, que tiende puentes entre los pueblos y las personas, puentes capaces de atravesar los muros de la exclusión, la indiferencia, el racismo y la intolerancia”. En la misiva se recuerda que la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día. Esto como consecuencia de un sistema en crisis “que causa enormes sufrimientos a la familia humana, atacando al mismo tiempo la dignidad de las personas y nuestra Casa Común para sostener la tiranía invisible del dinero que solo garantiza los privilegios de unos pocos”.
Frente a la realidad destructiva del sistema, el mensaje del papa destaca lo decisivo que es la participación protagónica de los pueblos al momento de los análisis y propuestas sobre los principales problemas que les afectan. En este sentido, la epístola hace dos llamados. Primero, a estar atentos a los signos de los tiempos, “ya que algunas realidades del mundo presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más adelante”. Y segundo, a no quedarnos “paralizados por el miedo, pero tampoco quedar aprisionados en el conflicto. Hay que reconocer el peligro, pero también la oportunidad que cada crisis supone para avanzar hacia una síntesis superadora”.
Y en la línea de conseguir una síntesis superadora que despierte a la verdadera humanidad, el papa remite a un principio radicalmente novedoso, presente en la parábola del buen samaritano, que resume el corazón mismo del Evangelio: la opción por la projimidad. Y lo explica así: “Hoy resuena en nuestros oídos la pregunta que el abogado le hace a Jesús en el Evangelio de Lucas: ‘¿Y quién es mi prójimo?’. ¿Quién es aquel al cual se debe amar como a sí mismo? […] ¿serán mis parientes? ¿mis connacionales? ¿aquellos de mi misma religión?”. Son estas las preguntas de alguien al que solo le interesa saber a quién amar y a quién puede excluir de su amor. El texto examinado en la carta constituye todo un itinerario para la acción organizada que surge ante el sufrimiento ajeno.
La parábola elige bien a los personajes: dos profesionales del templo (un sacerdote y un levita) y un hereje a quien cualquier judío piadoso debía evitar (el samaritano). “En el camino de Jerusalén a Jericó, el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los ladrones han asaltado, robado, apaleado y abandonado […] ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa”. La parábola comienza ejemplificando una realidad que puede darse en un mundo deshumanizado: la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Esto ocurre, según Francisco, en la sociedad actual. En ella, “se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo […], pero no se hace nada sistemático para sanar las heridas sociales ni enfrentar las estructuras que dejan a tantos hermanos tirados en el camino”.
Frente a cualquier ser humano abatido por el empobrecimiento, la violencia o la desesperanza, la parábola plantea que solo hay una manera de “ser humano”. Y no es la del sacerdote o el levita, que ven al necesitado y dan un rodeo, sino la del samaritano: “Aquel sobre quien nadie habría apostado nada […], cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban relacionados con el Templo, sino ‘lo vio y se conmovió’ […], venda las heridas de aquel hombre, lo lleva a un albergue, lo cuida personalmente, provee a su asistencia”. El ejemplo del samaritano compasivo, entonces, es presentado por el papa como el referente ineludible de movimientos e instituciones dedicadas a la consecución de la justicia para el pobre.
Finalmente, el papa pide a los movimientos populares firmeza para enfrentar dos realidades. La primera la formula así: “La crisis ecológica es real”. Por tanto, exhorta a defender la creación, a no desoír la voz de la ciencia ni la de la naturaleza. La segunda: “Ningún pueblo es criminal y ninguna religión es terrorista”. En consecuencia, “no existe el terrorismo cristiano, no existe el terrorismo judío y no existe el terrorismo islámico […] Ningún pueblo es criminal o narcotraficante o violento […]. Hay personas fundamentalistas y violentas en todos los pueblos y religiones, que […] se fortalecen con las generalizaciones intolerantes, se alimentan del odio y la xenofobia”.
Destinatarios de esta carta pueden considerarse, con toda propiedad, las personas y organizaciones que en El Salvador exigen se apruebe una ley que prohíba la minería metálica. Como se sabe, la defensa del medioambiente, el derecho al agua y el freno a la explotación minera son banderas del movimiento social salvadoreño.