Suele decirse que cada pueblo tiene los gobernantes que merece. Como en el título de una vieja película española, bien vale la pena preguntarnos, entonces, qué hemos hecho para merecer a nuestros políticos de oficio. ¿Qué hemos hecho para tener como dirigentes a estos personajillos que caminan por las esquinas del poder y que parecen preocuparse únicamente por sus propios intereses? En tiempos en los que la política se basa en las encuestas, el marketing y las aprobaciones inmediatas, nuestra clase política parece confiada. Ante el conflicto en torno a la Sala de lo Constitucional, ante la negociación que se ha llevado a cabo con las pandillas o ante el alarmante aumento de personas desaparecidas, vemos a los políticos sonriendo, discutiendo entre ellos a puerta cerrada, sin dejar entrar a la prensa y haciendo gala de autoritarismo y discrecionalidad.
Parece que saben en manos de quién está su carrera y en quién descansa la posibilidad de ser reelectos. Hay una gran mayoría de salvadoreñas y salvadoreños que legitiman sus actuaciones por acción o por omisión. Ciertamente, también hay muchas personas comprometidas con la justicia, pero parece que todavía no se ha ejercido la presión necesaria. ¿Cuáles son las características de este ejercicio ciudadano que contribuye a que la clase política salvadoreña se mantenga en el poder? Enumeramos cinco rasgos de una ciudadanía que llamaremos natural y que creemos es necesario examinar.
La primera característica está vinculada a ese apellido que hemos puesto: la naturalidad: pensar que las cosas son como son y seguirán siéndolo, que no podemos cambiar las estructuras, que la Constitución no es perfectible ni las leyes mejorables. Incluso la idea de que porque tenemos el DUI ya somos ciudadanos. Frente a esta ciudadanía natural, es necesario y hasta urgente proponer una ciudadanía histórica, como nos diría nuestro filósofo y mártir Ignacio Ellacuría. La sociedad que vivimos no es natural, no es la única posible; debemos preguntarnos por los procesos ideológicos que ocultan la realidad que se ha construido para favorecer a unos cuantos.
La segunda característica de esa ciudadanía natural es la indiferencia. De acuerdo a los datos del Latinobarómetro 2011, en El Salvador, cuatro de cada diez personas consideran que un régimen autoritario puede ser tan bueno o hasta mejor que un gobierno democrático. Si queremos mantener a la clase política que tenemos, la actitud recomendada es la indiferencia. A nadie debe importarle lo que sucede. Frente a esta ciudadanía, es importante proponer una que se involucra cada vez más, como ha sucedido ya con el movimiento de los indignados en España, los ocuppy en Nueva York o el 132 de los estudiantes mexicanos que demandan cambios concretos en sus sociedades.
Para mantener feliz y contenta a nuestra clase política, la tercera característica de una ciudadanía natural es la desmemoria. Nada mejor para nuestros políticos que seamos capaces de olvidar. Que olvidemos quiénes de ellos han estado procesados por corrupción, cuántos de ellos han disparado contra otros ciudadanos, quiénes se han negado a hacer una rendición de cuentas sobre los bienes que poseen. También es importante olvidar las promesas que hicieron en sus campañas, los planes de gobierno y los proyectos que se comprometieron a trabajar. Frente a esta ciudadanía de la desmemoria, proponemos una ciudadanía informada, capaz de reivindicar la memoria de tantas personas que han vivido buscando un futuro mejor y más justo, la memoria de los hechos y los compromisos que éticamente debemos honrar.
La desunión es la cuarta característica de la ciudadanía natural que mantiene a nuestra clase política en su podio. Para que los políticos sigan haciendo lo que les entra en gana, nada mejor que un pueblo desunido, desorganizado, una sociedad civil dividida. Nada mejor para ellos que no tener que enviar a policías antimotines a parar las protestas, sino que seamos nosotros mismos quienes desprestigiemos y cuestionemos los movimientos, sobre todo cuando vienen de los jóvenes salvadoreños. Frente a esta ciudadanía desunida, proponemos una ciudadanía capaz de la organización y el debate.
La última característica que nuestros políticos gustan es la de una ciudadanía desinformada. El sistema parece encargarse muy bien de ello. La autocensura y la censura a los periodistas, el sistema educativo que cada vez elimina más las materias vinculadas al análisis crítico de la realidad, las pocas oportunidades para tantas personas... todo esto contribuye a que la clase política se aproveche de unos ciudadanos que no tienen elementos para formular análisis y para exigir una actuación diferente. Frente a ello proponemos una ciudadanía informada, que se acompañe de una ley de comunicación que contribuya a ello, un sistema educativo que forme para el ejercicio de una ciudadanía democrática y un Estado que se preocupe por los intereses de la mayoría.
No basta con vestirse de blanco o lanzar piedras para ser parte de una ciudadanía que cuestiona y pone paro a los políticos que tenemos. Las reivindicaciones ciudadanas pasan por espacios que debemos construir. Si no queremos mantener en la dirigencia a políticos dispuestos solo a vivir de nuestros impuestos, debemos empezar a exigir cambios y cambiar para ser ciudadanos activos, propositivos y solidarios.