De verdad, ese querido país vecino y hermano duele por su pobreza y por su violencia. Pero, sobre todo, por sus dirigencias. El Salvador y Guatemala, los otros dos del llamado Triángulo Norte, tampoco están bien por las mismas razones; pero traer a cuenta a Honduras obviamente tiene que ver con lo que acaba de ocurrir. El domingo recién pasado se realizaron las segundas elecciones generales después del golpe de Estado del 28 de junio de 2009, cuando fue derrocado Manuel "Mel" Zelaya. De ahí en adelante, el pueblo catracho no ha parado de sufrir, cada vez más. Hoy, que ya oficializaron como presidente electo a José Orlando Hernández, no queda más que decir que la suerte está echada. Pero la mala suerte.
Se habla mucho de fraude, pese a que, además del Tribunal Supremo Electoral, el "triunfo" de Hernández lo han reconocido la Casa Blanca y los Gobiernos de Laura Chinchilla y de Daniel Ortega, entre otros. La Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea, por su parte, anunciaron oficialmente que los comicios eran "fiables". El tiempo dirá si las denuncias de un robo descarado del triunfo de Xiomara Castro, hechas por su esposo "Mel" y sus votantes, superan las anteriores posiciones.
Pero de que hubo fraude, lo hubo. No se trata de las irregularidades comunes y corrientes, como los muertos votando y los vivos que, a la hora de las horas, se enteraron de que ya había votado alguien por ellos; tampoco tiene que ver con quienes se buscaron en el padrón y no se hallaron. Ni siquiera debe relacionarse con lo que la OEA señaló en sus primeras reacciones. En efecto, el jefe de su misión de observadores para el evento, Enrique Correa, criticó las credenciales en blanco que entregó el Tribunal Supremo Electoral para que las llenaran los mismos partidos políticos, con los datos de sus fiscales en las mesas electorales.
Correa calificó esta medida como una "anomalía grave detectada" y dijo que "no soporta ningún estándar internacional". En el caso de la Unión Europea, su reporte inicial destaca "serios indicios" de que hubo compra y venta de dichas credenciales; asimismo, cuestionó la precisión y la confiabilidad del padrón, criticando además al Tribunal Supremo Electoral en lo relativo al establecimiento de plazos y al retraso de decisiones importantes. ¿Es fraude electoral eso o habrá que esperar el resultado oficial definitivo para emitir un juicio también definitivo? Como se dijo antes, lo más sensato es lo segundo.
Pero hay que insistir. De que hubo fraude, lo hubo. ¿En qué sentido? En el que marca no solo a las elecciones en Honduras, las recién pasadas y las anteriores, sino también a las del resto del Triángulo Norte. Basta con revisar las campañas proselitistas para tener constancia de ello. La misma Unión Europea calificó la del domingo en Honduras como "larga, costosa, desigual y poco transparente en su financiación".
Es un ultraje que eso ocurra cuando entre el pueblo lo que abunda es la desigualdad profunda entre los pocos que tienen todo y los muchos que tienen nada. Echar al basurero de la politiquería barata tantos y tantos millones de lempiras, quetzales y dólares para —como cantaba Mocedades— "vender esperanzas y comprar amaneceres" que no llegan nunca, es un verdadero e intolerable fraude, pues una de sus acepciones es esta: "Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete".
Y esa definición alcanza para descubrir la mayor magnitud del fraude reciente en Honduras. Contraría la verdad y la rectitud el hecho que Juan Orlando Hernández haya ganado centrando su campaña en el miedo generalizado por la inseguridad y la violencia que hacen de Honduras el país más violento del planeta. En ese marco, ofreció la militarización casi total de las tareas de seguridad ciudadana para combatir la criminalidad. Eso es coherente con lo que Hernández venía haciendo desde que era presidente del Congreso, que el 22 de agosto de este año aprobó la creación de la Policía Militar del Orden Público.
Esa fuerza castrense, que se calcula llegará a tener cinco mil efectivos, también contraría la Constitución catracha. ¿Cuál fue la propuesta de campaña esgrimida por Hernández para quitar tan "frívolo estorbo" de su camino hacia la primera magistratura? Reformar la Carta Magna, simple y sencillamente. Como bien afirmó Omar Menjívar, abogado e integrante del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia, eso "es un absurdo, pues las leyes deben adecuarse a la Constitución; no al revés". Comprobado hasta la saciedad está en tierras guanaca, chapina y catracha que la militarización de la seguridad ciudadana es un absurdo y un fracaso. Sin embargo, para engañar a una población desesperada y ganar votos, sí funciona.
Lo anterior y la aprobación de las "ciudades modelo", verdaderos "paraísos terrenales" en medio de un infernal estado de cosas en el abajo y adentro hondureño, son parte del legado nefasto que deja Hernández como presidente del Congreso. ¿Qué hará el nuevo mandatario, elegido gracias a una fraudulenta campaña electoral, cuando tome posesión del cargo? Que Dios agarre confesados a los vecinos. Previendo eso, cómo duele y seguirá doliendo Honduras.