La mal llamada rendición de cuentas de los funcionarios del Gobierno del FMLN no es más que un monólogo ante un auditorio silente y complaciente. El Ministro de Seguridad escogió el emblemático monumento del Salvador del Mundo para recitar el suyo. Igual que los inútiles informes de labores leídos por los altos funcionarios ante una legislatura aburrida, el de este ministro solo se refirió a logros y avances, motivos de satisfacción y optimismo para él y los suyos que lo acompañaban. No en balde su rendición de cuentas lleva por título “Informe de logros”. Los malogros no tienen cabida, porque la institución siempre acierta. Por esa razón, el Ministro no reconoció la existencia de ejecuciones extrajudiciales ni la creciente violación de los derechos humanos. Al igual que los oficiales militares de antaño, quizás los cree necesarios para salvar al país del crimen.
El optimismo gubernamental se fundamenta en una leve baja de la altísima tasa de homicidios, en el aumento de las capturas y de la capacidad de los penales, y en la reducción de la extorsión, el secuestro y el robo y hurto de vehículos. La audiencia, convocada para escuchar el informe ministerial, la conformaban —al menos eso muestra la prensa— policías, soldados y funcionarios. Las grandes ausentes eran las víctimas de la violencia social, a quienes les correspondería valorar el informe del Ministro, dado que, teóricamente, ellas serían las beneficiarias directas de la política de seguridad. Ellas tendrían que confirmar si el optimismo gubernamental tiene fundamento. Ellas, como afectadas directamente por la violencia de las pandillas y la represión estatal, deberían tener la oportunidad de expresar sus reclamos y sus quejas, sus temores y sus aspiraciones. Entonces, la rendición de cuentas cobraría realidad.
Pero eso es, precisamente, lo que no se desea, porque su intervención sacaría a la luz la realidad con su pesada carga de injusticias, violencias y sufrimientos. Los Gobiernos y los políticos no toleran la opinión libremente expresada. En el fondo, desprecian la opinión de la gente. Solo ellos, en virtud de una misteriosa ciencia infusa, están llamados a dictar a los demás lo que les conviene. Por esa razón, las comparecencias sabatinas del Presidente también son monólogos ante públicos pasivos. Los candidatos que hoy recorren comunidades, pueblos, asociaciones, ferias y gremios, una vez en el poder, ya no necesitan volver a esos lugares, porque ya saben qué deben hacer. Si acaso regresan, es para reproducir nuevos monólogos, nunca para escuchar la opinión de la gente sobre su desempeño. En definitiva, esta no interesa, excepto por el voto.
Pero solo la gente puede forzar al Gobierno y a los políticos a hacer de su bienestar la prioridad. La gente no es la llamada “sociedad civil”, porque esta incluye intereses muy variados y contradictorios. Los intereses de la gran empresa privada agremiada son incompatibles con los de las comunidades rurales y los barrios populares de la ciudad. Aquella ya se hace oír a través de sus intelectuales, su partido y las empresas mediáticas a su disposición. Pero la gente común, los del común de antes, no es escuchada.
La gente y, en particular, las víctimas de la violencia tienen algo muy importante que decir. Es más, desean narrar su historia de privaciones, violaciones y sufrimientos. Si las escuchan, están dispuestas a contar cómo la desesperación las llevó a robar, a traficar con droga o a unirse a la pandilla. Asimismo, desean relatar la violencia a la cual han sido sometidas y contra la cual han luchado con pocos recursos. Quieren explicar cómo abandonaron su vivienda y sus pertenencias, amenazadas por la pandilla o la Policía. Cómo han deambulado de un sitio a otro, en busca de un lugar para vivir con tranquilidad. Algunas hablarán de su deseo de encontrar trabajo para alimentar a sus hijos. Otras relatarán como han abusado de ellas o de sus hijos menores, y cómo han rehecho sus vidas. Asimismo, hay quien puede contar cómo abandonó la delincuencia y cómo, por ser joven y tatuado, ha sido víctima de la persecución policial. Los policías también tienen algo importante que decir sobre el miedo que los embarga diariamente, sobre cómo perdieron los ideales que los llevaron a escoger esa profesión, sobre cómo son víctimas de un sistema que los violenta y los fuerza a actuar en contra de su conciencia.
Detrás de cada estadística, aun de las positivas, hay una persona con una experiencia de privación y congoja que quiere compartir. Las víctimas hablan con la autoridad que da el sufrimiento. Ellas viven una agonía que nadie quiere para sí ni para los demás. Por eso, los pobres y los sufrientes, cuando comparten su vida, se convierten en voz autorizada. Las víctimas y sus historias no dejan indiferente a quien las escucha. El Gobierno del FMLN debiera distinguirse por la apertura para escuchar al pueblo que dice representar. Si se atreviera, abandonaría sus actitudes y políticas actuales. La sociedad tampoco desea escuchar, por miedo a que la obliguen a cambiar de mentalidad. La intransigencia es la angustia de quien sabe que no tiene razón.