El 19 de noviembre se celebró la Primera Jornada Mundial de los Pobres, convocada por el papa Francisco al final del Jubileo de la Misericordia. La Jornada retoma una de las intuiciones fundamentales que recorren las Escrituras, tanto en el primero como en el segundo Testamento: la centralidad que el Dios de la Biblia da a los pobres. Esa primordial atención aparece también como una de las principales características de las conferencias episcopales de Medellín y Puebla; ahí queda plasmada como irrupción y grito de los pobres. Puebla la reseña de forma gráfica, dramática y, sin duda, actual:
Desde el seno de los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. La Conferencia de Medellín apuntaba ya […] la comprobación de este hecho: “Un sordo clamor brota de millones de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte”. El clamor puede haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazador.
En el mensaje del papa para esta jornada encontramos términos muy similares. Señala que cuando se considera la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada, surgen muchos rostros sufrientes. Con espíritu profético llama a escuchar el clamor del pobre, cuya concreción describe así:
Caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero.
Frente a esta realidad escandalosa, que se extiende por todos los continentes, se exhorta a tomar medidas de carácter urgente, estructural y global. Una respuesta a ese llamado puede estar representada en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que tiene entre sus objetivos poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo para el año 2030.
Desde luego, esa meta supone superar grandes obstáculos. El informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2017, que hace una revisión de los 17 objetivos en el segundo año de implementación de la Agenda 2030, plantea que, aunque casi mil millones de personas han escapado de la pobreza extrema desde 1999, cerca de 767 millones continuaban en la indigencia en 2013, viviendo con 1.90 dólares al día. Asimismo, señala que la mitad de los pobres del mundo vivía en África subsahariana, donde el 42% de la población subsistía en condiciones de pobreza extrema en 2013. El documento constata que, cada vez más, quienes padecen la pobreza extrema viven en situaciones frágiles, tales como zonas de conflicto o áreas remotas de difícil acceso. Lamenta que muchos de aquellos que han logrado escapar de la pobreza extrema continúan viviendo de manera precaria, apenas sobre el umbral de la pobreza, y son muy vulnerables a volver a caer en ella.
Ahora bien, para los autores del informe, la erradicación de la pobreza pasa por empoderar a los grupos vulnerables. La razón es que, debido a su edad, situación socioeconómica, género, origen étnico y geografía, estos grupos tienden a ser excluidos del acceso a una buena educación, el cuidado de la salud, la energía eléctrica, el agua potable y otros servicios básicos. De ahí que se sostenga que brindar a las personas, en todo el mundo, el apoyo que necesitan para salir por sí mismos de la pobreza, en todas sus dimensiones, es la esencia del desarrollo sostenible.
En ese sentido, el primer objetivo se enfoca en poner fin a la pobreza a través de estrategias interrelacionadas que incluyen promover el empleo decente y sistemas de protección social, y desarrollar la resiliencia de los pobres. Así, la pobreza no se reduce a su dimensión económica; también está presente en la exclusión social por motivos étnicos, culturales y de género. Por ello, la Agenda plantea 17 objetivos con 169 metas que abarcan las esferas económica, social y ambiental.
Francisco, por su parte, ha plasmado en la Primera Jornada un escenario que debe ser transformado. Descrito con sus palabras: “Mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera”. Frente a este escándalo social, advierte: “No se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados”. Luego propone un método, un camino: “Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación”.
Ya en su primera exhortación apostólica había planteado la fuente en la que se inspira este compromiso: “De nuestra fe en Cristo hecho pobre y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”.