Desde el 2 de octubre, un grupo de 212 jesuitas, representando a la Compañía de Jesús y llegados de distintas partes del mundo, están reunidos en Roma celebrando la trigésima sexta Congregación General. Su principal cometido era aceptar la renuncia del hasta entonces Prepósito General de la Compañía y elegir a su sustituto. Además, aprovechar para revisar la vida de la orden, en aras a un mayor servicio a la Iglesia en los tiempos actuales. En esta ocasión, la elección como superior general ha recaído en el padre Arturo Sosa, jesuita venezolano, quien se convierte en el primer latinoamericano en dirigir a la Compañía.
Es tradición que en cada Congregación General se realice un encuentro con el papa. La cita es un momento muy especial tanto para los jesuitas como para el pontífice, pues la Compañía de Jesús puede oír directamente de él lo que la Iglesia espera de la orden. En esta ocasión, Francisco se reunió, el 24 de octubre, con la Congregación General en la casa generalicia de los jesuitas, muy cerca de la Plaza de San Pedro. El encuentro fue histórico, pues por primera vez la Congregación recibió la visita de un papa que es también jesuita y latinoamericano, como su Superior General.
En su alocución, Francisco animó a la Compañía a seguir adelante, y para ello recordó las palabras de uno de sus antecesores, Paulo VI: “Así, así, hermanos e hijos. Adelante en nombre de Dios. Caminen juntos, libres, obedientes, unidos en el amor de Cristo para la mayor gloria de Dios”. También Francisco invitó a los jesuitas a seguir siendo fieles a su carisma, a servir a la Iglesia y a la sociedad adaptándose a los tiempos y culturas actuales. En este sentido, el obispo de Roma repitió las palabras que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI habían dicho a anteriores Congregaciones Generales: “Proseguir por el camino de la misión con plena fidelidad a su carisma originario, en el contexto eclesial y social característico de este inicio de milenio […] La Iglesia les necesita, cuenta con ustedes y sigue confiando en ustedes, de modo especial para llegar a los lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo”.
Es precisamente este carisma tan propio de la Compañía de Jesús lo que le genera sus mayores problemas e incomprensiones. “Llegar a los lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan o les resulta difícil hacerlo” supone riesgos, ir a las periferias, a las fronteras, lo que no siempre es entendible para la jerarquía eclesial —acostumbrada a moverse al interior de la Iglesia— y buena parte del mundo. No en pocas ocasiones la presencia y mensaje de los jesuitas han resultado incómodos, tanto por su anuncio del Evangelio como por la denuncia de injusticias e idolatrías. Ha sido precisamente la presencia y el trabajo de los jesuitas en las periferias lo que condujo al martirio a muchos de sus miembros, como al P. Rutilio Grande y a los jesuitas de la UCA.
Muy importante para comprender a los jesuitas y su trabajo es lo que el papa Francisco dijo a los congregados: el fin de la Compañía no es solamente atender a la salvación y perfección propia, sino con la misma fuerza procurar y ayudar a la salvación de los prójimos. Esta preocupación mueve a los jesuitas a reaccionar ante las graves injusticias, las violaciones a derechos humanos. Animados por el deseo de que el Reino de Dios se expanda en el mundo, los jesuitas ponen su empeño en cambiar toda situación que no responde al proyecto de Dios para la humanidad y que impide la plena humanización de las personas, pues rompe la fraternidad a la que está llamada el género humano.
Francisco dejó claro que la misión de la Compañía es “hacer algo en favor de los otros”. En este sentido, una tentación de peso para los jesuitas es distraerse de lo esencial: “Ser aprovechables, dejar huella, incidir en la historia, especialmente en la vida de los más pequeños”. Y por ello les invitó a ir más allá, “a dar un paso más en el dejarnos conmover por el Señor puesto en cruz, por Él en persona y por Él presente en tantos hermanos nuestros que sufren, ¡la gran mayoría de la humanidad!”. Y les recordó las palabras del padre Arrupe: “Allí donde hay un dolor, allí está la Compañía”.
Es tarea de los jesuitas estar al lado del Hijo de Dios para “consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación… Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio”.
El Papa es consciente de la dificultad que ello entraña y de la necesidad de contar con apoyos espirituales para la tarea, para que sea Dios el que “nos ponga siempre nuevamente con su Hijo, con Jesús, que carga y nos invita a cargar con Él la cruz del mundo”. Para atender esa misión, el servicio de los jesuitas debe ser siempre eclesial, pobre, servicial y libre de toda ambición mundana.