La finalización de la guerra en 1992 mediante una negociación política es trascendental y amerita ser conmemorada. Pero una conmemoración realista no es autocomplaciente. Por lo tanto, no exalta a sus protagonistas ni sus anécdotas, sino que rinde homenaje a los caídos, a los que entregaron su vida, a los que no vieron la victoria ni disfrutaron de ventajas políticas y económicas. Una conmemoración realista coloca en el centro a las víctimas y les restituye su dignidad, arrebatada por los violadores de derechos humanos. Pero los caídos y las víctimas son los grandes ausentes en la conmemoración de este año, olvidados por unos sobrevivientes interesadamente desmemoriados, malagradecidos y poco generosos.
El triunfalismo de la celebración, orquestado tanto por el Gobierno como por las empresas mediáticas, oculta el alcance real de aquellos acuerdos. Aparte de terminar con la guerra, no pusieron fin a la militarización del país, de nuevo militarizado por otra guerra, tan perniciosa como aquella; no sometieron a la Fuerza Armada al poder político, pues ninguno de sus comandantes en jefe ha podido mandarla desde 1992, ni siquiera Cristiani, que encubrió los asesinatos en la UCA y detuvo la depuración de su oficialidad para evitar un golpe militar; la reforma de la cúpula del sistema judicial ha resultado insuficiente, porque todavía depende de intereses espurios como las cuotas partidarias; la Policía, que debiera haber sido civil y comunitaria, se encuentra cada vez más enfrentada con la ciudadanía a la que debía proteger, abusa de su fuerza y de nuevo favorece la operación de escuadrones de la muerte. La conmemoración ofrecía una oportunidad para redimensionar el alcance de los acuerdos de 1992, para reconocer los fallos en su cumplimiento y comprometerse a corregir el rumbo adoptado. Lo demás es simple autocomplacencia.
Es muy fácil levantar corpulentos monumentos a la reconciliación. Pero de nada sirven si no se hace justicia a las víctimas de violaciones a derechos humanos. Los discursos ni siquiera se detuvieron en ellas. Por eso, la conmemoración sufre de falsedad. Sin la verdad sobre lo ocurrido, sin justicia y sin reparación, no existe posibilidad alguna de reconciliación. Todos los Gobiernos han pactado con la impunidad. Ninguno ha tenido el coraje ni la entereza para derogar la ley que protegía a los criminales. Al contrario, han hecho todo lo posible para preservarla hasta que la Sala de lo Constitucional, para su consternación, la declaró nula. La fecha era propicia para comprometerse políticamente con el tránsito de la mentira a la verdad y de la impunidad a la justicia. Por eso, el voluminoso monumento a la reconciliación tiene fundamentos de barro. Las primeras demandas judiciales, como la de El Mozote, son el pedrusco que lo derrumbará.
La fijación en un pasado ya ido privó a la conmemoración de contenido sustancial. En los eventos y en los medios solo descollaron los protagonistas sobrevivientes. El pueblo salvadoreño fue el gran ausente, así como también lo fue en la negociación de los acuerdos. Mientras funcionarios, políticos, diplomáticos y unos cuantos estudiantes celebraban, la gente bregaba con un tráfico infernal, pues no le dieron el día feriado. El único toque de realismo fue el anuncio de una nueva negociación, de nuevo solo entre cúpulas partidarias, para intentar alcanzar un acuerdo sobre cómo superar la crisis financiera del Estado. La racionalidad, la sensatez y el sentido político básico brillan por su ausencia como hace veinticinco años. Por eso, los políticos han vuelto a recurrir a la mediación internacional.
Mientras los festejantes se vestían de pulcro blanco para celebrar el pasado, el pueblo salvadoreño viste de luto por los homicidios causados por la guerra social que devasta al país. Esta grave cuestión no parece figurar en la agenda de la negociación anunciada, pese a la propuesta presentada por una de las pandillas. Los argumentos gubernamentales para rechazar dicha propuesta son idénticos a los que hace poco más de veinticinco años aducían militares y políticos para descartar como absurda la negociación del final de la guerra con una guerrilla, decían, desleal, criminal y terrorista. Otro caso de desmemoria.
La celebración tiene mucho de conmemoración de la desmemoria. Olvido de los caídos y los veteranos de guerra; olvido de las víctimas de violaciones a derechos humanos y de sus asesinos; olvido del pueblo salvadoreño, reducido a concepto vago, y su lucha para sobrevivir; olvido del absurdo de la solución represiva y violenta. Cómo invocar la reconciliación con tantos olvidos.