La semana pasada se le dio importancia mediática a un foro sobre la ventaja competitiva de las naciones, al que asistieron empresarios y políticos. Generalmente, en esos contextos se habla de crecer económicamente para después compartir. En todo caso, en ocasiones, se habla de las inversiones educativas que se deben hacer en la gente para que la productividad aumente. Pero la insistencia suele ponerse siempre en el crecer, a pesar de que el resultado de dar prioridad al crecimiento, dejando para después el compartir, suele ser favorable a los más ricos. En realidad, la mayoría de los que así piensan prefieren crecer todo lo que puedan sin tener en cuenta las necesidades de la gente que trabaja para ellos. Han tenido que ser los ciudadanos organizados y el Estado presionado por ellos los que han obligado a compartir.
En algunos casos, se logra avanzar en la síntesis de crecimiento y redistribución de la riqueza, pero la mayoría de las veces más bien se ha dado un crecimiento escandaloso de las desigualdades. Buscar el equilibrio entre crecimiento y reparto de bienes es una tarea permanente. Y en El Salvador no ha sido tenida en cuenta. Lo que ha dominado en el país ha sido un liberalismo económico utilizado siempre en beneficio de los sectores dominantes de la economía. Y así nos ha ido. No somos una sociedad fracasada porque los pobres, maltratados y marchándose a países desarrollados, nos envían remesas que suavizan el malestar de las mayorías. A los ricos, salvo tal vez a un número muy reducido de ellos, no les debemos gran cosa. De hecho, sin las remesas, El Salvador no sería viable.
Tenemos puesta demasiada esperanza en la inversión extrajera y muy poca en un mejor y más adecuado reparto de la riqueza. Mucha gente piensa que compartir la riqueza y redistribuir los bienes a través del Estado es una idea comunista. Y eso es una prueba más de cómo la visión de los más ricos se extiende hacia los diferentes grupos poblacionales a través de propaganda y medios de comunicación, construyendo una especie de pensamiento oficial de los poderosos. Hablar de una reforma fiscal que grave más a quienes más tienen resulta intolerable para gente que tiene más recursos de los que necesita para vivir dignamente o para invertir. Contemplar las diferencias en modos de vida en el país es escandaloso. Y con frecuencia quienes viven bien acaban teniendo miedo a los pobres, echándoles a ellos la culpa de los problemas que suscita la pobreza y la desigualdad. En el fondo, mezclan el miedo y el desprecio a los pobres. Con el agravante de que el desprecio no es solo un sentimiento, sino sobre todo una actitud. Y las actitudes de ese tipo van generando agresividad y odio. Y acaba resultando que son los ricos, realmente, los que odian a los pobres, más que los pobres a los ricos.
Crecer sin compartir genera violencia. Lo hemos visto y lo seguimos viendo en nuestra patria. Las desigualdades aumentan y se visibilizan más en esta sociedad de la apariencia, la comunicación y la propaganda. La pobreza y la vulnerabilidad de los no pobres que les acerca peligrosamente a la pobreza continúan, además, muy vivas en El Salvador. Las posibilidades de salir adelante son escasas, aunque los medios de comunicación nos presenten de vez en cuando excepciones. La causa del estancamiento de tanta gente es precisamente ese crecimiento que comparte miserablemente la riqueza producida. Un cambio de timón es necesario. Evidentemente, el diálogo sobre la realidad del país y las necesidades de una gran parte de la población debe ser mucho más hondo y serio. También más solidario. Crecer sin compartir crea muerte. Crecer compartiendo crea fraternidad y paz. No elegir este último camino es una locura.
* José María Tojeira, director del Idhuca.