La última propuesta de la MS-13 ha desconcertado a un Gobierno empeñado en la represión como única opción. La pandilla propone un diálogo para detener la violencia. La propuesta no debiera ser descartada con ligereza, porque pone sobre la mesa la desarticulación de la pandilla más grande y poderosa. No explorar esa posibilidad, a pesar de la repugnancia que pueda suscitar en ciertos sectores, mostraría la trivialidad de la conmemoración de los veinticinco años de los acuerdos de 1992. El mensaje para la Jornada Mundial de la Paz contiene elementos que un Gobierno que se enorgullece de monseñor Romero debiera tener en consideración a la hora de sopesar la coyuntura abierta por la novedosa oferta de la Mara Salvatrucha.
En su mensaje, el papa invita a respetar la “dignidad más profunda” de todos los seres humanos, sin excepción, porque cada uno es la imagen de Dios. El respeto a esa “inmensa dignidad”, de la cual todos estamos investidos, debe traducirse en la adopción de la no-violencia como criterio fundamental para las relaciones interpersonales y sociales. En consecuencia, el papa llama a vencer la tentación de la venganza, en la cual ha caído la sociedad salvadoreña. Según Francisco, corresponde a las víctimas vencer esa tentación, para así convertirse en los protagonistas más creíbles del proceso de construcción de la paz.
Contrario a la opinión general, el obispo de Roma sostiene que la violencia no permite alcanzar objetivos de valor duradero. La represión, la opción actual, es portadora de un falso orden social, porque lo único que consigue es desencadenar represalias y una espiral letal, que solo beneficia a los comerciantes de armas y de muerte. La respuesta violenta provoca la emigración forzada y un enorme sufrimiento. Además, sustrae una enorme cantidad de recursos de las necesidades cotidianas de la gente para fines militares; es decir, lo que en la actualidad se invierte en seguridad debiera ser destinado al gasto social. En el peor de los casos, la respuesta violenta lleva a la muerte física y espiritual de muchos, sino de toda la sociedad.
En última instancia, según el papa, el origen de la violencia y del terrorismo es la idolatría del dinero. La causa de todas las exclusiones es la estructura injusta, que “azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arrear a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado”. Ahí se encuentra el principio de la violencia económica, social, cultural y militar. Una violencia primera que engendra más violencia, en una espiral descendente que parece no acabar jamás. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados del narcotráfico, el terrorismo de Estado, el terrorismo étnico, el terrorismo de las pandillas.
La tiranía del capital se sostiene mediante la explotación del miedo. El miedo, dice el papa, debilita, desequilibra, destruye las defensas psicológicas y espirituales, anestesia frente al sufrimiento ajeno y, al final, nos hace crueles a todos. El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega, que se niega a ver la sangre, el dolor y el rostro del otro. Detrás de la crueldad, está el frío aliento del miedo. Eso explica que, cuando estalla el terror con violencia devastadora, la sociedad es tentada por la falsa seguridad de los muros físicos y sociales. Esos muros encierran a unos y destierra a otros. De un lado, ciudadanos amurallados y aterrorizados; y del otro, excluidos y desterrados, más aterrorizados aún. Junto a esos muros, manchados de sangre inocente, existen muchos cementerios. El papa no solo se refiere aquí al muro que se levanta entre la frontera de México y Estados Unidos, sino también al que separa a una sociedad, como en el caso de El Salvador.
En consecuencia, para el papa, mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres (renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera) y se erradiquen las causas de la desigualdad (la raíz de los males sociales) no se superarán la violencia y el terrorismo. Por eso, insiste en que el futuro de la humanidad no está solo en manos de los dirigentes y las elites, sino en manos de los pueblos y en su capacidad para organizarse. Su participación protagónica puede vencer a los falsos profetas, que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad, o de bienestar egoísta y seguridad ilusoria.
El conflicto debe resolverse por los caminos de la razón, es decir, mediante negociaciones, fundadas en el derecho, la justicia y la equidad, y no por fuerzas espantosas y mortíferas. Solo la paz puede llevar al bienestar social.