Los índices de desigualdad siguen siendo grandes en El Salvador. Hay quienes aseguran que la desigualdad, tan patente y visible en nuestras tierras, es al menos una de las causas de la violencia que nos consume. En El Salvador no faltan los millonarios. La revista Forbes en su edición mexicana presentaba recientemente la lista de los 12 millonarios más importantes de Centroamérica, con posibilidades de entrar en la lista de los que poseen más de mil millones de dólares. En ella figuran los salvadoreños Ricardo Poma y Roberto Kriete, como parte de la docena afortunada. Una docena de la que nadie podrá decir que está constituida por gente adocenada. Y quizá otros miembros de los diversos grupos económicos o políticos (espero que estos millonarios no se molesten si no se mencionan sus nombres) se acercan también a esta lista.
La lista y los nombres vienen al caso por dos razones. La primera, porque recientemente Christine Lagarde decía que "las 85 personas más ricas del mundo, que cabrían todos ellos en un solo autobús de Londres, controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad; es decir, 3,500 millones de personas". Las personas mencionadas no están entre los 85, por supuesto, pero se acercan a ese club tan especial. Y, lo que es peor, un porcentaje considerable de nuestra población sí está en esa mitad desafortunada de la humanidad. Y desde esa constatación de las grandes desigualdades, Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, exministra de Hacienda en Francia durante un Gobierno de derecha y clarísima partidaria del sistema económico imperante, pedía que el capitalismo fuera más inclusivo, que desarrollara "más inclusión en el crecimiento".
Y la segunda razón por la que el tema viene al caso es por la dura oposición al tema de impuestos del capitalismo nacional. Quienes observamos la política salvadoreña podríamos entender que hubiera oposición a una subida concreta de impuestos, y que se hiciera una contrapropuesta con la que se llegara a un pacto fiscal más amplio, con metas y montos económicos destinados a programas de desarrollo social. Pero una oposición frontal y radical a cualquier subida de impuestos, como suele suceder entre nosotros, es oponerse a un capitalismo inclusivo. En ocasiones, da la impresión que unos cuantos de nuestros salvadoreños económicamente poderosos prefieren dar limosna a pagar impuestos. Exigir austeridad es un deber de toda la ciudadanía, pero se exige mejor cuando la proporción de lo que se paga en impuestos sobre las propias ganancias es más alta. Y sin duda, los pagos de la clase media y de nuestros sectores empobrecidos son más altos, en proporción a sus ingresos, que los aportes al fisco de los que tienen más.
Y no se puede decir que no haya dinero en El Salvador. Para un país tan chiquito, tener al menos dos personas en la lista de los mil millones indica que hay mucho dinero. La industria cañera, según datos del Banco Central, ha tenido un crecimiento promedio del 7% anual en los últimos veinte años. La venta de grandes empresas y bancos a corporaciones trasnacionales creó fortunas en el país. Por cierto, no solamente el expresidente Flores envió dinero a las Bahamas. La ONG Financial Integrity habla de ocho mil setecientos millones de dólares salidos de El Salvador hacia paraísos fiscales entre 2001 y 2010. Diversos grupos económicos de El Salvador han hecho cuantiosas inversiones en el resto de países del área. Se dice, razonablemente, que la economía de El Salvador no crece. Pero es evidente que la de una reducida minoría sí está creciendo, y a veces de modo espectacular si vemos inversiones, viviendas y estilo de vida. Dinero hay, pero en pocas manos y no siempre invertido según los rectos criterios de la justicia social.
Más allá de esta reforma de impuestos, la necesidad de una reforma fiscal seria y aceptada por todos es urgente. No se trata de repartir pobreza, sino de enfrentar el futuro adecuadamente. No se sale del subdesarrollo sin universalizar tanto la preprimaria como el bachillerato, al tiempo que se le infunde calidad a la educación. Y lo mismo podemos decir de un sistema igualitario y eficiente de salud pública. O de mecanismos de acceso a viviendas dignas en propiedad para las familias, retribución con salarios decentes, etc. Pues mientras no salgamos del subdesarrollo, las desigualdades seguirán creciendo. Porque los sectores privilegiados seguirán tratando de vivir con el estilo del bienestar que marque la moda, que sin duda seguirá siendo caro e inaccesible, al menos para los pobres. La desigualdad continuará transmitiéndose generacionalmente y con ella todas sus plagas: violencia, crimen, narcotráfico, migración, dolor y muerte.
Una reforma fiscal a fondo, en la que el Gobierno se comprometa al buen uso de los recursos —austero hacia dentro y comprometido hacia afuera con el desarrollo social y económico—, es necesaria. Como lo es también la transparencia y la auditoría social de los fondos adquiridos. Quienes se oponen a las subidas de impuestos deberían saber esto y proponer alternativas si no les gustan estas reformas tributarias que tratan de satisfacer gota a gota las necesidades de los sucesivos Gobiernos. Si solo saben oponerse a los impuestos, no se quejen de que algunos los llamen "ricos ladrones", que otros hablen del socialismo del siglo XXI, o que otros les digamos que no tienen idea de lo que es la justicia social y que son los principales responsables del subdesarrollo, la violencia y el desbarajuste de El Salvador.