Mientras políticos, funcionarios, religiosos, "mediadores", analistas y demás especies salvadoreñas se enredan y enredan con sus versiones e interpretaciones sobre el sube y baja de los homicidios, algo esperanzador está ocurriendo en Guatemala. Al menos, existe la posibilidad de que allí quede sembrada una semilla que germine, junto a otras, en el bosque de la paz que deberá cubrir algún día una región devastada por la inseguridad y la violencia, por la pobreza, la exclusión y una insultante desigualdad. Mientras en El Salvador —en medio de una inconstitucional campaña electoral— se enredan pensamientos y opiniones, en Guatemala parecería que comienza a asomarse una red interesante y prometedora de cara a la superación de esos males.
En efecto, entre el miércoles 10 y el viernes 12 de julio, se reunieron alrededor de cuarenta personas en un encuentro para hablar, reflexionar y compartir sobre el papel de la Iglesia ante la violencia en Mesoamérica. El denominador común de este interesante grupo es su fe cristiana. Desde la misma, al igual que en las décadas terribles de las dictaduras y las guerras, se busca asumir un papel protagónico en la búsqueda de una paz regional con verdad y justicia, que tenga como centro de su actividad a las víctimas.
En este momento se discute en El Salvador, de forma excitada muchas veces, pero para nada excitante, sobre el uso electorero de la mayor o menor cantidad de muertes violentas de cada día y de la tregua como lámpara maravillosa. Mientras, el encuentro en territorio chapín está sirviendo para fomentar el intercambio de ideas entre personas que están comprometidas y trabajan de verdad en la lucha por reducir los niveles de violencia en sus comunidades o más allá de estas; ello, considerando las distintas causas y las diversas caras del fenómeno.
En nuestro país, desde Casa Presidencial hasta el último de los partidos políticos, casi ningún mandamás allá arriba y casi ningún activista allá abajo se salva de lo que se acusan entre sí y entre todos. El dolor y el terror diario que agobian a tantas familias entre las mayorías populares y siguen siendo utilizados para que cada quien jale agua a su molino, en función de intereses politiqueros de grupos o para mantener en alto imágenes personales.
Mientras tanto, en el mencionado encuentro de inspiración cristiana, se comenzó a trabajar para contribuir, según la propuesta inicial, a la formación de redes sociales entre quienes enfrentan la violencia en México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y hasta en Costa Rica; también se plantea la formación de redes entre quienes están impulsando iniciativas diferentes en la materia, pero en el mismo país.
Acá en El Salvador, el proselitismo desenfrenado de las fórmulas presidenciales anuncia y promete "país seguro", "políticas de convivencia ciudadana", "fortalecimiento de la investigación policial", "coordinación institucional para la persecución del delito", "prevención del delito y de la violencia social", "rehabilitación y reinserción"... Mientras, en Guatemala, con el encuentro regional, se buscó animar la reflexión cristiana y el compromiso eclesial mesoamericano; también nutrir una reflexión académica conectada con la realidad violenta y sus víctimas, para comenzar a superarla con su participación organizada, decidida y llena de imaginación.
Para ello, se debatió sobre lo que significa ser Iglesia en tiempos violentos desde lo personal, lo comunal y lo nacional; también sobre los rostros de la violencia en la actualidad, el cómo enfrentar la violencia estatal y política, las pandillas y la violencia juvenil, la violencia urbana, la violencia doméstica y el feminicidio, la violencia contra la población migrante; además, sobre el necesario diálogo nacional para enfrentar la situación e iniciar en serio su superación. Así, pues, mientras en Guatemala se invita a pensar desde las iglesias y la fe cristiana en cómo transformar la realidad, en El Salvador se intenta desde las ambiciones personales y grupales que la gente vote y elija sin pensar en el marco de una precaria oferta electoral, para no transformar nada de fondo.
Qué bien que algunas Iglesias mesoamericanas, desde la fe cristiana y las víctimas, se interroguen sobre su quehacer en la actualidad. Ojalá de este encuentro se salga con la convicción de que deberían convertirse en la mejor y más útil red desde abajo y adentro de Mesoamérica, organizada para superar los grandes males que arruinan la vida a sus mayorías populares: inseguridad y violencia, desigualdad y exclusión, impunidad para los victimarios y desprecio para las víctimas. Deberán serlo para enfrentar con éxito a quienes tienen la responsabilidad de que eso esté ocurriendo: Estados arrodillados, comprados o secuestrados por el poder fáctico de capitales lícitos e ilícitos de ayer y de hoy, con sus herederos y estructuras.
Esa red a construirse, cargada de indignación, pasión, imaginación y acción, debería contribuir a terminar de sacar a la región del infierno en que se encuentra para alcanzar el cielo prometido, ese que llaman democracia, ese que en El Salvador no se ha logrado construir. Con diálogos, negociaciones y acuerdos, únicamente quedaron atrás dos de los nueve círculos infernales: las graves violaciones de derechos humanos por razones políticas y el conflicto armado. Pero quedan el hambre, la sangre, la impunidad, la corrupción, el militarismo, las instituciones ineficaces y la desinformación mediática. Hay, pues, mucho por hacer y algunas Iglesias cristianas de la región pretenden colaborar a ello, teniendo en cuenta al profeta Isaías: "La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre".