Desde el triunfo de Nayib Bukele, los análisis no han dejado de repetirse. La gente está harta de los partidos políticos tradicionales, se nos dice, pero Bukele tendrá dificultades para gobernar porque no tiene estructura partidaria, se añade. Al final, uno se pregunta hacia dónde vamos, si los partidos tradicionales están totalmente desgastados y si Bukele es tan débil como dicen al no tener gente en la Asamblea Legislativa y en otros poderes clave del país. Sin embargo, la situación no parece ser esa. Bukele se ha mostrado, incluso desde antes de ganar las elecciones, como un negociador hábil y con capacidad de asumir posiciones fuertes. Y los partidos tradicionales continúan con un respaldo importante no solo por su presencia en las instituciones, sino porque mucha gente mantiene formas de pensamiento e intereses cercanos a ellos. Lo que viene es un necesario cambio generacional que, aun con crisis, se acabará resolviendo con la aparición de nuevos ejercicios políticos o con la renovación de los existentes. El país padece problemas que no aconsejan una parálisis de la vida política o un caos en la convivencia ciudadana. Echarse unos a otros la culpa de lo que vaya pasando no es solución, aunque a las inmediatas algunos puedan sentir cierta satisfacción al insultar a otros.
Es cierto que a nivel mundial hay una cierta crisis de la democracia. Y en ese contexto, es normal que también la tengamos en El Salvador. El triunfo de Bukele puede ser expresión de esa crisis. Pero también camino de mejora de la democracia existente en el país. El hecho innegable es que acá los administradores de la política han perdido legitimidad. Pero los salvadoreños siguen confiando en la democracia. Los robos al erario público, la lentitud de los servicios, la ineficiencia de las instituciones, la incapacidad ante problemas clave, la violencia generalizada que no acaba nunca de salir de la categoría de epidemia no son cuestión de un solo partido. Incluso los que no han gobernado tras la guerra se presentan públicamente con soluciones de peor calidad para los problemas que las ofrecidas por los que han gobernado. En otras palabras, los partidos que han tenido representación legislativa desde el fin de la guerra civil cargan todos con un severo desprestigio. Los resultados de las últimas elecciones no dejan lugar a dudas.
Puede haber alguna cabeza extraviada que añore al general Hernández Martínez o que le gustaría un gobierno militar. Pero no tienen fuerza ni importancia. La gente quiere democracia. Y emprendió una especie de insurrección democrática y pacífica en las últimas elecciones, precisamente contra los partidos que hasta el momento han ofrecido una democracia de escasa calidad, aunque haya habido avances tanto en tiempo de Arena como del FMLN. Quienes atacaban a Bukele no se daban cuenta del hartazgo de la gente, y así les ha ido. Lo que queda por delante es importante para que el país no profundice la crisis democrática existente. Hasta ahora, la política del escándalo y del insulto ha sido clave para este proceso de deslegitimación de la democracia y de sus administradores. Lo que urge es un funcionamiento institucional más serio y más centrado en atender las necesidades de la población.
De Bukele se suele decir que ha ganado las elecciones por su buen manejo de las redes sociales. Lo cierto es que estas son hoy las fuentes más importantes de construcción de ideas e imágenes sociales. Y dan soporte a mensajes alternativos a los de los grandes medios, excesivamente ligados a intereses económicos poco democráticos. Las redes sociales constituyen un nuevo espacio público. Y si queremos que la democracia avance, hay que prestarles atención. El propio Bukele tendrá que estar atento a ellas, pues desde el poder no es tan fácil manejarlas como desde una posición políticamente insurgente. ¿Puede fortalecerse nuestra débil democracia en el futuro inmediato? La ventaja que puede tener Bukele para hacerlo es que estará mucho más atento que los políticos tradicionales a este nuevo espacio público que son las redes sociales. Si no lo hace, puede ser que su futuro sea muy parecido al de los partidos tradicionales.
* José María Tojeira, director del Idhuca.