Para Ignacio Ellacuría, prudente es la persona o institución que ve lejos, “es el providente, el que tiene su mirada puesta adelante, más allá de lo inmediato, más allá de los intereses particulares; es quien se guía por el principio de realidad, entendido no como aceptación resignada de lo que se suele dar, sino como búsqueda de lo que debe haber”. Este talante de prudencia lo encontramos al instituirse la Jornada Mundial de la Paz. Fue Pablo VI el que lanzó la idea, en 1967, con la esperanza de que llegara no solo al más amplio asentimiento del mundo civil, sino que encontrara, en todas partes, múltiples promotores. La paz como realidad histórica, como derecho humano fundamental y como ideal por construir es el hilo conductor de la Jornada. De ahí la necesidad, proclamada por Pablo VI, de formar al mundo para que ame la paz, la construya y la defienda.
Este pontífice advertía de los peligros que suelen acechar a la paz. Hablaba de los egoísmos en las relaciones entre naciones; de las violencias a las que los pueblos pueden dejarse arrastrar por la desesperación al no ser reconocido y respetado su derecho a la vida y a la dignidad; del uso de los terribles armamentos de los que algunas potencias disponen; de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por el caminos de la negociación, sino solo por una fuerza espantosa y mortífera.
Ahora bien, si repasamos los desafíos de la paz en el presente ministerio papal, ateniéndonos al criterio de lo providente, tenemos los siguientes rasgos. En el primer mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz, en 2014, constata realidades que niegan la paz porque lesionan gravemente los derechos fundamentales de las personas y pueblos. En esta línea, habla de la trata de seres humanos y de las guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se libran en el campo económico y financiero, donde predomina un tecnicismo sin ética y donde las personas quedan reducidas a objetos de explotación.
En ese contexto, propone la fraternidad como fundamento y camino para la paz, que ha de expresarse bajo un triple aspecto: el deber de la solidaridad, que exige que las naciones ricas ayuden a los países menos desarrollados; el deber de la justicia social, que requiere la transformación de las relaciones injustas entre pueblos fuertes y pueblos débiles; y el deber de la caridad universal, que implica la promoción de un mundo más humano para todos.
En 2015, el mensaje del papa se tituló “No esclavos, sino hermanos”. En él se denuncian las formas contemporáneas de esclavitud. Se habla de millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. Frente a esta realidad, implantar la paz significa, para Francisco, “globalizar la fraternidad, no la esclavitud ni la indiferencia”. En este sentido, hace un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad.
En 2016, la Jornada Mundial de la Paz llevó como lema “Vence la indiferencia y conquista la paz”. En esa ocasión, el papa criticó la actitud de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda, de quien se evade para no ser tocado por los problemas de los demás. Se trata, dice el papa, de una tipología humana que ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la “globalización de la indiferencia”. En este marco, el antídoto que propone el papa es la promoción de una cultura de la solidaridad y la misericordia, que exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.
En 2017, la Jornada se centró en el tema “La no violencia: un estilo de política para la paz”. Francisco afirma que en la actualidad estamos ante una “terrible guerra mundial por partes”, que provoca un enorme sufrimiento: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; devastación del medio ambiente, entre otros. El desafío es cómo enfrentar tanta violencia. Responder con más fuerza lleva, según el papa, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento. Y en el peor de los casos, a la muerte física y espiritual de muchos, sino de todos. La propuesta del papa es la no violencia activa que pone límites al uso de la fuerza por medio de normas éticas y la presión de instituciones internacionales que trabajan por la paz.
Para 2018, el lema será “Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”. Francisco da centralidad a las personas que más sufren por la ausencia de paz. Refiere a los más de 250 millones de migrantes del mundo, de los que más de 22 millones son refugiados. Afirma que estos no llegan a los países receptores con las manos vacías. Al contrario, llevan consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías, sus aspiraciones y, por supuesto, los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. De ahí que, según Francisco, para que estos grupos tengan posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.
Como vemos, la paz en cuanto quehacer permanente reclama un compromiso con la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Una manera eficaz de ser providentes en la convivencia humana.