El descalabro electoral del FMLN no se debe a la comunicación inadecuada ni a la ideología, sino a la incompetencia gubernamental. En casi diez años en el poder ejecutivo, los Gobierno del partido no han introducido ninguna novedad que los distancie de los de Arena. Exceptuando unos cuantos altos funcionarios, los demás ha demostrado una notable incompetencia, por ignorancia, por indolencia o por incapacidad. Ocupan los puestos gubernamentales por lealtad a la dirección del partido, por amistad o por parentesco con un alto dirigente, no porque estén preparados para gestionar la cosa pública. Las consecuencias de semejante temeridad están a la vista. Así, pues, es inútil buscar explicaciones fuera de la dirección del partido.
Arena triunfa porque hay más electores molestos con el FMLN que con los capitalistas. En realidad, ese malestar es generalizado, puesto que el 58% de la población no votó y uno de cada diez electores inutilizó el voto o se abstuvo. Ninguno de los partidos más pequeños, también corroídos por los escándalos de corrupción, obtuvo más votos que la cantidad de votos en blanco o anulados. La crisis no es solo del FMLN, sino del sistema de partidos políticos.
En Arena no todo es color de rosa. Los repetidos llamados a la unidad y las manifestaciones de hermandad tienen como trasfondo una aguda división interna. En la entrañas de su alta dirección se cuece un agrio conflicto alrededor de la candidatura presidencial. Los patrocinadores del partido están divididos. Por un lado está el capital del grupo Simán y por el otro, el de Callejas y sus aliados. La mediación para encontrar una salida aceptable a las partes ha fracasado y ha enajenado al grupo mediador. La división asomó durante la pasada campaña electoral y es evidente en las fotografías de la celebración del triunfo de Arena, donde es llamativa la ausencia de Simán. El dilema consiste en que los dos precandidatos quieren ser presidente y ninguno, vicepresidente.
El resultado de la elección interna no garantiza que los seguidores de la facción derrotada se sumen a la ganadora, sobre todo después de una presencia tan prolongada e intensa de ambos precandidatos entre las bases del partido. Aun cuando en la elección recién pasada el voto de Arena dio muestras de más disciplina —o de menos descontento— que el del FMLN, su obediencia no es incondicional. Los abrazos, las sonrisas y las manos agarradas no garantizan que los seguidores del candidato descartado vayan a seguir al ganador. El voto de Arena no es tan sólido como aparenta. El respaldo recibido en la elección recién pasada no es tan abultado como parece. En realidad, ha recibido menos votos que en la elección de 2015. El próximo alcalde de San Salvador, por ejemplo, ganó con menos votos que los obtenidos por el candidato perdedor de Arena en 2015.
Arena tampoco está empeñado en construir un partido nuevo. La mayoría de los trece diputados investigados por corrupción pertenecen a dicho partido y once de ellos fueron reelectos. Entre ellos se encuentra el próximo alcalde de San Salvador. El fenómeno se repite en el nivel de las alcaldías. Así, pues, es el mismo partido de siempre. Arena no puede ser factor de unidad, porque favorece la versión más salvaje del neoliberalismo; no trabaja por la honradez, porque no solo tolera a los corruptos, sino que además les da acceso a los cargos de elección popular; tampoco ha demostrado capacidad de servicio, a juzgar por las obras de sus Gobiernos.
El FMLN yerra al plantear como alternativa “la lucha de calle”, porque no es allí donde se ganan los votos, sino gobernando para asegurar el bienestar de la mayoría de la población. Indudablemente, el partido tiene algunas obras buenas que mostrar, pero en diez años no ha incidido de manera determinante en el nivel de vida de la mayoría de la población. No ha revertido la tendencia que agudiza la desigualdad. Tampoco ha hecho nada llamativo para paliar sus efectos devastadores en la vida cotidiana de la gente. Podrían citarse muchos ejemplos, pero baste con decir que no le ha hecho la vida más fácil a la mayoría empobrecida por el capitalismo neoliberal.
La gran cuestión abierta es si el FMLN logrará ilusionar al enorme caudal de votos perdidos en el escaso año que resta para la elección presidencial y si Arena podrá seducir a sus seguidores habituales con las promesas de nuevos comienzos, visiones y políticas. Las pasadas elecciones ponen de manifiesto que un importante sector de la población no está dispuesto a votar por partidos que no resuelven sus problemas. El electorado no es tan ingenuo como los políticos han asumido. La ciudadanía ha dado muestras de una gran vitalidad y audacia con su desplante a una clase política agotada.