Tras la celebración del uno de mayo, debemos repetir una vez más que en la vida social debe priorizarse el trabajo sobre el capital. Todo lo contrario de lo que se ha hecho durante siglos en El Salvador. Y, en buena parte, esta preeminencia del capital sobre el trabajo es la causa de la mayoría de nuestros problemas. En realidad, estamos priorizando cosas, dinero, propiedades, posiciones sociales, sobre algo tan profundamente humano como el trabajo. Lejos de considerar el trabajo como castigo, la capacidad de trabajar es precisamente lo más característico del ser humano. Mientras que de otros seres vivos solo se puede decir que trabajan por instinto o para sobrevivir, el ser humano se autorrealiza como persona libre, autónoma y creativa a través del trabajo.
Por eso, cuando el trabajo se pone al servicio del capital, es decir, de las cosas de otras personas, se corre siempre el peligro de convertirlo en un mecanismo de opresión. Un salario como el del campo en El Salvador, por poner el ejemplo más extremo, es indigno e injusto. No da para comer a una familia y no cubre las necesidades de salud y educación. No ofrece oportunidades de futuro ni de autorrealización humana. Otra cosa es que quienes reciben ese salario sean buenas personas, resistan en el bien y en la solidaridad a pesar del trato injusto que se les da con su salario. Y es que, en ese sentido, los pobres son mucho mejores que los ricos.
El P. Javier Ibisate, excelente profesor de economía en esta casa de estudios, fallecido hace cinco años, decía que tenemos que acostumbrarnos a decir que en El Salvador el problema no es tanto la pobreza cuanto la riqueza. Y tenía razón. Pues es la riqueza de pocos la que en buena parte ha generado pobreza en la mayoría. Cuando hoy en día siguen igual las cosas en un sistema que genera riqueza para unos pocos y pobreza para muchos, la necesidad de reformas estructurales se vuelve urgente. Y no solo cada uno de mayo debe reclamarse esa urgencia, sino que en el día a día de esta atribulada patria nuestra, más preocupada en su liderazgo por el predominio político que por echar adelante verdaderas reformas de fondo.
La torpeza de los políticos ha conseguido que, en general, la crítica ciudadana se enfoque en la crítica permanente de decisiones coyunturales. Las manipulaciones en la Asamblea Legislativa nos escandalizan y nos mueven con razón a denunciar las sinrazones y las arbitrariedades que se producen en el así llamado primer poder de la República. Pero el gran problema nacional sigue siendo la inclinación radical a favor de los derechos de la propiedad individual, frente a los del trabajo y la solidaridad. La derecha de El Salvador no reflexiona sobre este tema, y enraíza su discurso y su accionar en la defensa de los intereses particulares de la minoría pudiente. La izquierda, aunque en su discurso recuerda de vez en cuando esta realidad, está más preocupada por amarrar su poder que por cambiar la realidad. Que el Secretario General del FMLN animara a algunos grupos sindicales a combatir y casi agredir a los jóvenes que se manifestaban contra las actitudes turbias y constitucionalmente corruptas de la Asamblea Legislativa, muestra ese cambio de perspectiva de la izquierda, más interesada en mantenerse en el poder que en emprender los cambios estructurales que el país necesita.
El papa Pío XI acusaba a los capitalistas causantes de la crisis de 1929 de ser "los más violentos y los más desprovistos de conciencia". Setenta años después, Juan Pablo II hablaba de una "guerra de los poderosos contra los débiles" a escala mundial. Hoy la crisis económica mundial no impide que el número de millonarios siga creciendo, y que esos mismos millonarios sigan aumentando a diario su riqueza. Son los pobres, las inmensas mayorías, las que sufren el peso de la crisis. Este panorama mundial se perpetúa en El Salvador. Y la causa fundamental es que, al igual que en el mundo en que vivimos, también entre nosotros hay una verdadera guerra de los poderosos contra los débiles. Poderosos amparados en su riqueza, encerrados en burbujas de bienestar que les impiden escuchar el clamor de los pobres. Ojalá que todas las personas de buena voluntad entendamos que cambiar la estructura que privilegia al capital sobre el trabajo es el primer paso para solucionar los problemas de El Salvador, y no el último.