"A las gremiales les ha faltado carácter. Deberían haber actuado más fuerte. Las gremiales están para defender sus intereses. Deben golpear más. Han estado muy quietas". Así se expresó recientemente —en un medio de comunicación impreso— un ex presidente del país y ahora presidente honorario de Arena, en relación a lo que él espera de la relación de las gremiales empresariales (ANEP y la CCIES) con el Gobierno. Para un país que vive en una permanente conflictividad y violencia social, estas declaraciones son totalmente inadecuadas, más parecen de la época de la Guerra Fría. Lo sensato es que un ex presidente se pronuncie a favor de crear una cultura de paz y de confianza social, pero es claro que al personaje que nos ocupa le interesan más los réditos políticos que pueda lograr para Arena que la cohesión social del país. Lo más grave de esta declaración es que no solo apela a la confrontación para resolver conflictos, sino que hace uso de estas gremiales empresariales como si fueran patrimonio de Arena.
Para nadie es un secreto que Arena no ha logrado convertirse en un verdadero partido de oposición. Por lo tanto, ese vacío —y la frustración que lo acompaña— lo quiere paliar el ex presidente metiendo a las gremiales en la lucha política. Algo que a las gremiales no les cuesta, ya que desde la llegada de Funes a la presidencia no han parado de repetir que no sienten confianza y que todo va mal en el país. De manera consciente o inconsciente, con estas declaraciones y actitudes, el ex presidente y las gremiales destruyen el poco capital social que existe en el país.
Siguiendo a Josep Vallés, el capital social es una "cultura de confianza social —social trust— en la que los sujetos se sienten dispuestos a tratos e intercambios de buena fe para resolver situaciones conflictivas". Y Vallés añade algo clave: "Cuanto más capital social o más confianza recíproca ha acumulado una sociedad, mejor preparada estaría para obtener un buen rendimiento de las instituciones democráticas". Si atendemos a lo anterior, es más que atinada la recomendación del BID de desmontar nuestra polarización política (la más alta en toda Latinoamérica) para avanzar en el desarrollo social. En otras palabras, el BID señala la necesidad de crear capital social, cuya ausencia o merma explicaría, por ejemplo, la extrema dificultad de llegar a un pacto fiscal que nos es vital y urgente.
Mauricio Funes siempre ha tratado de generar confianza sobre la conducción y marcha del país, y no abonar más incertidumbre a la que ya existe en el entorno. En este proceso de construir capital social, como lo define Vallés, a Funes se le ocurrió crear un consejo consultivo, conformado por los ex presidentes del país y los líderes de los diferentes partidos políticos, para discutir temas de importancia nacional. La idea fue bien recibida por los primeros, pero no por los segundos, quienes han planteado condiciones para participar, como la de ser solo ellos quienes discutan con el presidente Funes, ya que, a su juicio, los líderes de los partidos políticos contaminarían el ambiente. Con esto, nuevamente se van por la línea de destruir el incipiente capital social del país y dejan en evidencia la arrogancia que siempre les ha caracterizado.
Como lo indica Gaetano Mosca, "un individuo no puede comandar una masa sin que exista una minoría que lo sostenga". En el caso del mandatario, esta minoría no es más que la clase dirigente. A Funes le queda un poco más de tres años en la presidencia y es obvio y comprensible que busque consolidar su gestión con apoyos políticos amplios. El consejo consultivo que propone es una buena iniciativa para completar su gestión y darle gobernabilidad al país. Queda por verse si logrará sortear los caprichos y el oportunismo que caracteriza a nuestra clase política, y que ahora se hacen evidentes con las condiciones de los ex presidentes de derecha para integrar el consejo consultivo.