Dos discursos

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Naciones Unidas celebró un año más su Asamblea General, en la que se discuten temas de interés mundial. La Asamblea se abre con los discursos de los presidentes que acuden a la cita y que se supone tocan temas de interés global. En este sentido, es bueno que la ciudadanía de cada país reflexione no solo sobre las palabras de su presidente, sino también sobre los discursos de otros mandatarios. Más allá de la capacidad, apoyo popular o éxito en las decisiones de cada quien, resulta interesante contemplar los contrastes existentes entre los mensajes presidenciales. En este artículo reflexionaremos brevemente sobre dos frases de sendos discursos pronunciados este año en la sede de la ONU. Uno es el discurso de Nayib Bukele y el otro es el pronunciado por el presidente de Chile, Gabriel Boric. Ambos son presidentes jóvenes, aupados al puesto por los deseos de cambio de su pueblo, pero con un lenguaje bastante diferente.

Bukele insistió especialmente en que se respetara la soberanía salvadoreña y en que se le dejara hacer lo bueno que está haciendo. El chileno, por su parte, insistió en el respeto a los derechos humanos a nivel mundial y reconoció como una lección democrática de su pueblo el revés que tuvo el proyecto constitucional que él mismo acuerpaba. Las palabras son significativas. El presidente Bukele insistió en que "el vecino rico no tiene autoridad de decir al vecino pobre que regrese al pasado, porque no puede pretender mandar en casa ajena”. El presidente Boric recordó que “la protección y promoción de los derechos humanos, el trabajo decente, la protección social universal y la lucha contra la crisis climática son hoy demandas universales”. En un mundo interrelacionado, en conexión e interdependencia permanente, Bukele dio la impresión de pedir una soberanía que le independizara de la observación internacional en el campo de los derechos humanos, considerando cualquier crítica o señalamiento como una injerencia abusiva. Boric mostró un universalismo de los derechos humanos más coherente con el desarrollo de las relaciones internacionales que se trata de implementar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El tema es importante por varias razones. Los derechos humanos, incluso a pesar de la deficiente gestión internacional, son un tema inscrito en la interdependencia de los países. Al ser una moralidad externa al poder que indica el rumbo de la convivencia democrática, es normal que algunas naciones quieran tenerlos en cuenta en sus relaciones internacionales. La soberanía absoluta no existe. El país que se aísla, se arruina. Y renegar de una supervisión internacional de derechos básicos es aislar al país que eso pretenda. El incumplimiento de las obligaciones derivadas de convenios de derechos humanos, muchas de ellas incluso contenidas en la Constitución, no es el mejor camino para establecer relaciones internacionales cordiales. Un país necesitado de apoyo externo debería saberlo.

Con frecuencia se repite que el fin no justifica los medios. Y el actual Gobierno de El Salvador se opone a discutir con la sociedad civil y con la oposición los medios que emplea tanto para el desarrollo económico y social, como en el campo de la seguridad y la legalidad. Si los medios utilizados están reñidos con los derechos humanos, es lógico que quienes los defienden acudan a instancias internacionales. Confundir la preocupación global en dicho terreno con la injerencia en asuntos internos no hace más que manifestar formas autoritarias que también perjudican al propio país. Por cierto, si algo está obsoleto en Naciones Unidas es su capacidad para una adecuada gobernanza mundial en el campo de los derechos humanos. Lo que constituye claramente un pensamiento obsoleto es creer que la soberanía de los países es hoy absoluta.

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