El Informe Regional sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe 2010 nos trae dos noticias: una mala y otra buena. Comencemos por la primera: América Latina y el Caribe integran la zona más desigual del mundo. Diez de los 15 países más desiguales del mundo se encuentran en nuestra región. La desigualdad se observa en el ingreso, la educación, la salud y otros indicadores; es persistente entre generaciones; y se presenta, además, en un contexto de baja movilidad social.
Esta noticia no es nueva, pero ciertamente es mala porque significa que la sociedad latinoamericana y caribeña está profundamente dividida: hay élites que viven en la sobreabundancia y mayorías que viven en la pobreza o la miseria. Y no se trata de una "bendición divina" para pocos y de una "maldición" también divina para muchos; sino de una concentración del ingreso en el sector de la población con mayor renta, y escasez del mismo en la población más pobre. Es decir, la pobreza de muchos convive con los privilegios de pocos, y entre ambos grupos median diferencias abismales en términos de acceso a la salud, a la educación, a la vivienda, etc.
Por ejemplo, el Informe en mención nos dice que un joven con excelentes habilidades para el conocimiento tiene solamente un 1% de probabilidad de terminar la universidad si procede de un hogar en condiciones de pobreza; esa probabilidad aumenta hasta el 65% en el caso de ser parte de un hogar con altos ingresos. Ese contraste es ciertamente una ofensa y una injusticia para los pobres, es un agravio. Además, la desigualdad afecta más a las mujeres y a la población indígena y afrodescendiente. Estar entre estos sectores es, en general, sinónimo de padecer mayor desigualdad. Las mujeres reciben un menor salario que los hombres por igual trabajo, tienen mayor presencia en la economía informal y acarrean una doble carga laboral. Y en términos de acceso a servicios básicos, si bien existen casos como los de Chile y Costa Rica, donde la diferencia entre el 20% de la población con mayores ingresos y el 20% con menores ingresos es relativamente baja, persisten casos como los de Perú, Bolivia y Guatemala, que representan una baja cobertura de estos servicios y grandes brechas entre los dos grupos considerados.
Ahora bien, ¿por qué la desigualdad persiste? Para el Informe, la intensidad y persistencia de la desigualdad en América Latina y el Caribe se combina con un entorno de baja movilidad social que conduce a la transmisión de la desigualdad de una generación a otra. La condición de pobreza de hogares en los cuales el jefe o jefa del hogar tiene un bajo nivel educativo se correlaciona con menores niveles de escolaridad de los hijos y en ingresos laborales bajos de estos en la edad adulta. Sin embargo, las explicaciones no se encuentran solamente a nivel del hogar. El todo está antes que las partes y en ese sentido hay factores estructurales que producen desigualdad, como la baja calidad de la representación política, la debilidad institucional, la escasa participación ciudadana o la corrupción del Estado. Pero, a nuestro juicio, la persistencia de la desigualdad también está directamente relacionada con el sistema económico predominante, que produce concentración de los ingresos en sectores minoritarios. Según datos para 2008 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 20% más rico de la región se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el 20% más pobre sólo recibe el 1.6%. Esta enorme diferencia no se crea al margen del sistema económico, sino desde su propia dinámica, orientada a la concentración y la exclusión.
¿Y cuál es la buena noticia que trae el Informe? Su mensaje central nos dice que es posible reducir la desigualdad en América Latina y el Caribe. Y se ha de reducir mediante políticas específicas con alcance (que lleguen efectivamente a la gente para quienes fueron diseñadas); con amplitud (que aborden el conjunto de restricciones que perpetúan la pobreza y la desigualdad); y con apropiación (que las personas sean agentes y no pacientes de su propio desarrollo).
Así como concretos son los rostros de quienes son víctimas de la desigualdad, concretas también deben ser las medidas que busquen reducirla o, en el mejor de los casos, superarla. A la acción pública le compete igualar las oportunidades, especialmente en el acceso a la educación y la salud, factores que inciden en la autonomía y en las aspiraciones de movilidad social. Pero no menos importante es para el Informe que las personas se constituyan en sujetos activos a partir del acceso real a bienes y servicios. El acceso a un bien nos desafía a poner a producir nuestras capacidades.
Y nosotros agregamos: no menos importante es también corregir la concepción neoliberal que considera "normal" que nazcan y mueran en la miseria millones de seres humanos; sistema que suele permanecer indiferente ante el hambre y la incertidumbre de multitudes. Dicho en palabras de Ignacio Ellacuría: "En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza, es menester suscitar un dinamismo diferente que lo supere salvíficamente".