La Congregación para la Educación Católica ha publicado el documento “Educar al humanismo solidario. Para construir una ‘civilización del amor’ 50 años después de la Populorum progressio”. Como sabemos, en esta encíclica el papa Pablo VI planteó la necesidad de una visión de desarrollo que no se redujera al crecimiento económico, sino que apuntara a la promoción integral y solidaria de “todas las personas y de toda la persona”. Esto, desde el punto de vista económico, significaba participación activa, en condiciones de igualdad, en el proceso económico nacional e internacional; desde el punto de vista social, la evolución hacia sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar libertad y paz. Uno de los ejes fundamentales planteados en esta encíclica es el siguiente: “Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige, más todavía, pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo […] asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la contemplación”. Así, sentenciaba el documento, se podrá realizar el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas.
Ahora bien, uno de los factores clave en este proceso es la educación que humaniza y personaliza, es decir, la que logra que los hombres y mujeres desarrollen plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolos fructificar en hábitos de comprensión y de comunión, produciendo cultura que civiliza, transformando la sociedad en todo lo que tenga de injusticia e inequidad. En este sentido, el documento de la Congregación propone algunas líneas principales para enfrentar las crisis de la sociedad contemporánea y avanzar hacia una educación orientada al humanismo solidario. Para ello, se encara la realidad en lo que tiene de crisis: “Crisis económicas, financieras, laborales; crisis políticas, democráticas, de participación; crisis ambientales y naturales; crisis demográficas y migratorias”.
Se habla de que la paz está constantemente amenazada y que las guerras, los conflictos y los terrorismos son a veces la causa, a veces el efecto, de las inequidades económicas y de la injusta distribución de los bienes de la creación. Asimismo, se lamenta que el ser humano contemporáneo haya alcanzado metas importantes en el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, de la ciencia y de la técnica, pero carezca de formación para una convivencia pública adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y para todos. En este marco, se propone un desarrollo conjunto de las oportunidades civiles, con un plan educativo que pueda transmitir las razones de la cooperación en un mundo solidario. Más concretamente, se plantea la necesidad de humanizar la educación.
Según el documento, humanizar la educación significa poner en su centro a la persona, situarla en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva e interdependiente. Es reconocer que la buena educación en la familia es columna vertebral del humanismo, porque allí se propagan los significados de una educación al servicio de todo el cuerpo social, basada en la confianza mutua y en la reciprocidad de los deberes. Los autores aclaran que una educación humanizada no se limita a ofrecer un servicio formativo, sino que se ocupa de los resultados del mismo en el contexto general de las aptitudes personales, morales y sociales. En consecuencia, no solicita simplemente al docente enseñar y a los estudiantes aprender, más bien impulsa a todos a vivir, estudiar y actuar en relación a las razones del humanismo solidario. Es, por tanto, una educación sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad, promoviendo la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad y comunión. En suma, una educación humanizada construye las bases para un diálogo pacífico y permite el encuentro entre las diferencias, con el objetivo principal de edificar un mundo mejor. Persigue, en fin, una cultura del encuentro más allá de cualquier forma de egocentrismo y de etnocentrismo.
Una forma de historizar esta educación humanizadora la encontramos en el legado del padre Ignacio Ellacuría. En sus Escritos universitarios, proclama la necesidad de una educación que se proponga la creación del hombre y mujer nuevos, que puedan trabajar por la tierra nueva. Para ello, enfatizaba, no basta con la formación de profesionales técnicamente bien capacitados si no se trabaja también en la formación de hombres y mujeres éticamente renovados. Y cuando hablaba de la inspiración cristiana de la Universidad, declaraba que esta se concreta cuanto más se contribuya a que se haga realidad el reino de justicia anunciado y promovido por Jesús. Y de inmediato sugería cómo hacerlo:
Este reino necesita de ingenieros que con tecnología apropiada dominen y sujeten la naturaleza en beneficio de todos, especialmente de los más pobres, para que esa naturaleza, sin ser destruida, sea cada vez más humana y humanizadora (…) Necesita de economistas, de administradores de empresas y de contadores públicos que trabajen por generar, administrar y distribuir aquella riqueza de bienes y servicios que es requerida para que todos tengan suficiente y a nadie falte lo necesario (…) Necesita de especialistas en computación, químicos, psicólogos, sociólogos, filósofos, letrados, juristas, políticos y de otras profesiones para que la sociedad se enriquezca cultural y espiritualmente, para que se creen las condiciones materiales de su desarrollo espiritual, se hagan leyes justas, se superen los desajustes psicológicos, se oriente bien la opinión pública, se gobierne con honestidad y eficiencia.