En toda reforma educativa —y El Salvador sigue necesitando una—, lo primero que se debe hacer es dignificar la profesión del maestro. Un docente que por presiones salariales tenga que trabajar doble jornada, que dé multitud de clases y que le quede poco tiempo para leer, difícilmente será bueno. En el caso de las maestras, si aun encima se les acumulan tareas hogareñas, la situación es más que difícil. Un docente no puede terminar su vida laboral ganando aproximadamente lo mismo que un recién graduado universitario con título de licenciado o ingeniero en su primer trabajo. La mejora del salario tiene que ser notable, como también su mejor formación. Es imprescindible crear ya licenciaturas orientadas a la educación y en las diversas disciplinas asociadas, de modo que, de séptimo grado en adelante, todos los profesores sean licenciados.
Además, una vez se cree la ley respectiva, se puede empezar dando un plazo de cinco o seis años para que todos los profesores de bachillerato sean licenciados, y extender después en otro período la obligatoriedad de las licenciaturas para enseñar en los tres grados previos. Vincular las carreras de licenciatura con el sistema actual de tres años no sería difícil, de tal manera que también los profesores actuales pudieran en un plazo breve obtener su licenciatura. Esto es necesario para educar con calidad, pues el sistema actual de tres años para obtener un profesorado no da la suficiente formación ni conocimientos como para ofrecer una educación competitiva en el mundo de hoy.
El maestro tiene que pasar de ser un repetidor de conocimiento a convertirse en un emprendedor de la inteligencia. En otras palabras, una persona que sepa despertar el gusto por las materias que expone, así como introducir a la lógica del pensamiento que está detrás de cada disciplina. La vieja idea griega del pedagogo, el conductor de jóvenes hacia su plena humanización a través del pensamiento y los valores, sigue teniendo mucho sentido. Universalizar valores y universalizar el bachillerato son dos proyectos que deben ir juntos. Aun con todos los avances habidos, las necesidades permanecen como multitud, y la urgencia de la multiplicación de más maestros y mejor adecuados a nuestra realidad es indiscutible.
En todos los niveles necesitamos mejor formación. Tenemos buenos abogados, pero todavía predominan entre ellos las sanguijuelas, los codigueros sin ideas y los corruptos. Buenos médicos, pero todavía abundan demasiado entre ellos los comerciantes. Buenos profesionales de múltiples carreras en una sociedad donde el interés egoísta y la corrupción dominan. Faltan, eso sí, profesionales que impulsen el gusto por la literatura, por el arte, por la historia, por la capacidad de enfrentar la realidad desde un pensamiento estructural y sistemático. Si nos quejamos de que estamos mal en matemática, más podríamos quejarnos de lo mal que estamos en cultura humanista. Protestamos con frecuencia contra la falta de visión de los políticos y sus modos maniobreros y tramposos de actuar. Son hijos e hijas de un país que necesita una reforma educativa que desde la educación y la cultura produzca políticos mejores y ciudadanos más críticos. Las mentes obtusas que ven la educación simplemente como un derivado de los negocios, e insisten en que sepamos matemática y computación, solo añaden confusión a nuestro débil panorama educativo.
El día dedicado a los maestros y maestras debería hacernos reflexionar más sobre nuestra realidad educativa y dejar para el futuro esas frases melosas que les dedicamos una vez al año, mientras los mantenemos en el pluriempleo y la formación deficiente. El país necesita maestros para el cambio social y el desarrollo, para la universalización de la cultura como pensamiento crítico y solidario al mismo tiempo. Y eso solo se consigue mejorando la formación del magisterio y dignificando su profesión. El mismo magisterio, a través de sus gremiales, debería tener una voz más activa en estos aspectos. Pues de momento se contenta únicamente con buscar y alcanzar pequeños privilegios en medio de una situación precaria, en vez de discutir una reforma educativa seria y una dignificación adecuada del docente. Todo lo que sea mantener derechos adquiridos parece ser la prioridad, en lugar de impulsar procesos que puedan llevar al magisterio a cuotas altas de respetabilidad y de eficacia en su servicio.
Invertir adecuadamente en la educación es la mejor manera de responder al Día del Maestro. Invertir en la dignificación educativa y salarial del docente, así como universalizar la educación secundaria deberían ser los objetivos iniciales de una reforma educativa seria. Desde la obvia subida de la inversión en educación realizada tras el fin de la guerra civil, el porcentaje de dinero invertido en el ramo con respecto a nuestro PIB se ha mantenido prácticamente estático, con pequeños avances y retrocesos. Cambiar esta realidad es el único homenaje decente que podemos hacer a los maestros y maestras de El Salvador.