Los que trabajamos en el campo de los derechos humanos nos preguntamos siempre por su desarrollo y futuro, especialmente cuando se vive en sociedades en las que las desigualdades, la pobreza, las inercias y los desatinos del poder crean problemas claramente clasificables como violaciones a dichos derechos. En particular en El Salvador, los avances han sido notables si comparamos con los tiempos previos a la firma de los tratados de paz. Pero en algunos aspectos, sobre todo en el campo de los derechos económicos y sociales, queda todavía un largo recorrido por hacer. Por otra parte, uno puede observar que los políticos, en vez de utilizarlos como una ayuda y un instrumento programático de gobierno, miran —al menos un buen grupo— los derechos humanos como un estorbo. Y no solo los políticos. Los jueces, los abogados y sus colegios profesionales los desprecian desde una práctica codiguera y autoritaria, o desde sus votos a candidatos a la Corte Suprema de Justicia que están a favor de la ley de amnistía o de negarle derechos constitucionales a la ciudadanía.
En la actual coyuntura política, en el marco del triunfo de Arena en las elecciones legislativas y con unas elecciones próximas tanto para la Presidencia de la República como para la Corte, la Sala de lo Constitucional y la Fiscalía General, conviene preguntarse por el futuro de los derechos humanos. Un partido que idolatra a alguien vinculado a graves violaciones de derechos humanos y que goza del apoyo de los más ricos en un país de pobres no ofrece buenas perspectivas ni de respetar derechos económicos y sociales, ni de frenar abusos de poder de diferente estilo. Cuando estuvo en el poder, Arena fue el promotor en el país de la política de mano dura que tanto descalabro ha causado dentro de una institución policial todavía impregnada de esa prepotencia que en ocasiones lleva a la brutalidad y a la franca violación de los derechos humanos.
Sin embargo, no hay que contemplar con negatividad el futuro, aunque divisemos sombras en el horizonte. Los derechos humanos componen una especie de moralidad, de ética, externa al poder político; una ética que crece cuando tiene dificultades y que persiste en el tiempo. A pesar de que ignorantes y prepotentes repetían durante la guerra civil que los derechos humanos eran un arma e instrumento comunista, a pesar de que fueron asesinadas personas claramente comprometidas y con liderazgo en el campo de dichos derechos, a pesar dela ley de amnistía y de tanto esfuerzos de encubrir crímenes de guerra y de lesa humanidad, la gente conoce cada vez mejor sus derechos. La Constitución está profundamente enraizada en el pensamiento y doctrina de los derechos humanos, y nuestro pueblo la conoce cada vez mejor. Y cada vez hay mayor conciencia de los derechos tanto humanos como constitucionales, a pesar de que quienes juran cumplir la Constitución y hacerla cumplir la tratan con frecuencia como si fuera papel mojado, viejo e ilegible.
Los jóvenes, desde muy diversos grupos y organizaciones, tienen una sensibilidad diferente a la de los carcamales que pontifican desde la política y desde los medios de comunicación de los poderosos. Son más abiertos a los cambios estructurales, más sensibles frente a los derechos de los pobres y vulnerables, más solidarios en momentos de tragedia o de vulneración de derechos. Ante la politiquería barata, se organizan para impulsar logros en el campo de la transparencia. Ante la pobreza, buscan caminos para superarla. Ante la desigualdad, defienden la igual dignidad de la persona. Y frente a la injusticia, tienen capacidad de rebeldía. Incluso el feroz individualismo consumista que enferma nuestra cultura encuentra en la sociabilidad de los jóvenes un freno. Aunque hay nubes que ensombrecen el futuro, la lucha en favor de los derechos humanos se presenta con ventajas. Hay más conciencia, más decisión y empeño en respetarlos de parte de la sociedad civil que viene. Exigir que los derechos humanos sean tema de debate en los próximos meses es necesario.
* José María Tojeira, director del Idhuca.