El país de la sonrisa... impune

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Benjamín Cuéllar
03/08/2013

El 19 de julio de 1972, el coronel Arturo Armando Molina inauguró en serio su período como presidente de la República ordenando la ocupación de la Universidad de El Salvador. Había tomado posesión del cargo unos días atrás, para gobernar, según su lema de campaña, con "definición, decisión y firmeza". Para ello, fue autorizado por la siempre cuestionable Asamblea Legislativa mediante el decreto 41, aprobado ese mismo día. Arrestos y exilios se dieron a montón con la incursión militar a la universidad nacional, incluidos los del rector y el decano de Humanidades, Rafael Menjívar y Fabio Castillo, respectivamente. Sin duda, esa agresión a la máxima casa de estudios salvadoreña era un mal presagio para un país que ya andaba mal y, dentro del mismo, para sus mayorías populares. Pero no todo era tan malo, porque "el hombre", decía alguna gente, "algo hizo".

Allí están varias de sus iniciativas: el venido a menos aeropuerto de Comalapa y la presa hidroeléctrica Cerrón Grande; el manoseado ingenio azucarero del Jiboa y la geotérmica de Ahuachapán; la televisora dizque educativa, mejor conocida por los canales 8 y 10; el Banco de Fomento Agropecuario, el Fondo Social para la Vivienda y el malogrado Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (Inpep); y el desaparecido Fondo de Financiamiento y Garantía para la Pequeña Empresa (Figape), entre otras iniciativas de las cuales quizás la que más revuelo causó fue la famosa "transformación agraria".

Y no se debe dejar de lado que exactamente tres años después de la violenta toma de la ciudad universitaria y sus centros regionales, el 19 de julio de 1975, por primera y única vez hasta la fecha se realizó en El Salvador la ceremonia vigesimocuarta de Miss Universo, para lo cual se promocionó esta tierra como "el país de la sonrisa". Pero hay de sonrisas a sonrisas... Las hay de alegría, pero también de tristeza; de gusto, pero también de dolor; de felicidad, pero también de maldad.

Y es que el mandato del coronel de la guayabera, el jefe del "Gobierno móvil", quien prometió "una escuela por día", habrá que recordarlo también por otros hechos terribles: el asesinato del jesuita Rutilio Grande y las masacres de La Cayetana, Chinamequita y Tres Calles, junto a la más conocida de todas durante la época: la del 30 de julio de 1975, ocurrida a escasos once días de la fastuosa coronación de la finlandesa Anne Marie Pohtamo como la presunta reina de la belleza mundial.

Los brillos de la insulsa ceremonia aún seguían encendidos cuando en las calles de San Salvador, a la altura de la sede central del ISSS, fueron asesinados y desaparecidos, golpeados y detenidos ilegalmente decenas de jóvenes estudiantes de la Universidad de El Salvador y gente sencilla que acompañaba la protesta por el allanamiento del Centro Universitario de Occidente, que tuvo lugar días antes. Esta criminal acción represiva oficial en la ciudad capital se consumó bajo la responsabilidad del coronel Molina y del general Carlos Humberto Romero, impuesto luego como su sucesor y quien fungía entonces como ministro de Defensa Nacional.

Óscar Chávez, el reconocido y muy querido cantautor mexicano, escribió y musicalizó un texto que inicia así: "Para que nunca se olviden las gloriosas olimpiadas, mandó matar el Gobierno cuatrocientos camaradas. Cuatrocientas esperanzas a traición arrebatadas. A pesar de estar tan lejos, se escuchó aquí la descarga de esos valientes soldados que asesinan por la espalda". El mismo texto se usó para honrar a las víctimas de julio de 1975 y para denunciar al coronel Molina y al general Romero. Porque para nunca olvidar el concurso de Miss Universo en El Salvador, las fuerzas de seguridad del régimen reprimieron la marcha estudiantil.

Hoy, a 38 años de ocurrida la masacre, ese par de militares y otros responsables de semejante atrocidad siguen impunes. En la posguerra, cuando según los firmantes de los acuerdos que pusieron fin a la guerra y las Naciones Unidas se respetarían los derechos humanos, la justicia aún no asoma para este y otros tantos crímenes de guerra y delitos contra la humanidad cometidos antes y durante el conflicto armado. Por eso y más, el Estado salvadoreño y sus Gobiernos —tanto los pasados como el actual— siguen en deuda. "Esas manchas no salen ni con jabón ni con agua", como canta Óscar Chávez, ni con retóricas invocaciones a monseñor Romero.

Fue este pastor, hecho santo por el pueblo desde su asesinato, y no por decreto o gestión oficial, quien el 18 de febrero de 1979 dijo: "Que no se queden tantos crímenes y atropellos impunes [...] Aunque sean vestidos de militar, tienen obligación de rendir cuentas ante la justicia de lo que han hecho y sancionar debidamente si se trata de crímenes vulgares". Las víctimas y sus familiares, junto a quienes sobrevivieron a la masacre del 30 de julio, a casi cuatro décadas de ocurrida y a diez meses de que se apague del todo la esperanza por el cambio, siguen esperando y exigiendo que eso suceda.

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Anónimo
03/08/2013
10:01 am
Triste efemérides,al igual que triste temática en un país,donde se supone que tenemos 21 años de firmado un Acuerdo de Paz que ponía fin a una guerra fraticida. Pero no podía ser distitno;teniendo un gobierno que se burló del deseo de todo un pueblo por un verdadero cambio en las estructuras de poder de este país.
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