Desde las caricaturas de los periódicos y los comentarios ciudadanos se resalta el contraste entre las dificultades que tienen los diputados para ponerse de acuerdo en nombramientos de fiscales, magistrados de la Corte Suprema de Justicia y otros cargos importantes, y la facilidad, por otra parte, con que concluyen amistosamente los presupuestos de la propia Asamblea Legislativa. El dinero parece ablandar los desencuentros ideológicos, los discursos confrontativos y la supuesta polarización política. Del golpe de Estado del general Hugo Bánzer en 1971 en Bolivia se decía que fue posible gracias a que los oficiales del Ejército que lo secundaron no resistieron un cañonazo de 5 mil dólares. Las diferencias de nuestros legisladores difícilmente resisten a ese caballero poderoso, don Dinero. Ya decía en el lejano siglo XIV y en su castellano antiguo el arcipreste de Hita que "mucho hace el dinero, mucho es de amar / al torpe hace bueno y hombre de prestancia / hace correr al cojo y al mudo le hace hablar / el que no tiene manos, dinero quiere tomar".
Además, o en consecuencia, de estos sospechosamente rápidos y amistosos acuerdos, el dinero para gastos sigue aumentando. Parece que no importan los tiempos de crisis. Será interesante ver a cuánto ascienden los gastos en arreglos florales en el presupuesto parlamentario de 2013; en el de este año, superaban con mucho los cien mil dólares. O los gastos en implementos deportivos, que sin mayor conocimiento del ciudadano se han colocado este año en dicho presupuesto. Será también interesante ver si vuelven a aparecer los gastos desproporcionados en pintura, brochas y otros implementos. Cuando uno lee el desglose de gastos, que gracias a la Ley de Acceso a la Información Pública es posible obtener, se queda admirado del estilo y modo de hacer presupuesto. Parecen las famosas cuentas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, quien no vacilaba en decir: "En picos, palas y azadones, cien millones".
En los medios de comunicación, lo que más ha llamado la atención del presupuesto del año que viene es el monto de dinero dedicado a asesores. Se habla de cerca de 12 mil dólares dedicado a asesores por cada diputado. Edwin Zamora ha aclarado que no se trata de que a cada uno le den esa cantidad para contratar asesores, sino que hay un monto total que al dividirse entre el número de diputados da esa cifra. El dinero lo recibe en partes proporcionales cada bancada y después reparte las posibilidades de contratar asesores con sus diputados. Este modo de recibir y distribuir fondos, prácticamente sin criterio, permite lo que hemos visto. Amigos, esposas incluidas, gente sin preparación, salarios fraccionados para poder repartir prebendas y, según denuncias, incluso salarios firmados por la totalidad de lo presupuestado para cada asesor, pero que se dividen entre varios beneficiarios que reciben solo una parte, quedando la otra para el partido correspondiente. En otras palabras, un modo de funcionar corrupto, protegido por la inmunidad, en este caso extendida a la estructura administrativa de la Asamblea.
Se puede decir que este modo de proceder es antiguo. Y, por supuesto, todos recordamos a algunos diputados de Arena que tenían a sus parientes estudiantes como técnicos asesores, o que incluso ponían a sus guardaespaldas a trabajar en sus haciendas o menesteres privados. Pero el pasado corrupto nunca justifica el mal funcionamiento del presente. Los diputados deberían ser ejemplares en el manejo de los dineros. Y no solo eso, sino tener una opción seria por la austeridad. Un país pobre como El Salvador no puede permitirse comportamientos en los que el uso de los dineros no es trasparente ni es honesto. La famosa comisión de ética de la Asamblea, tantas veces compuesta para mirar hacia fuera y no hacia adentro, debería mirar hacia el interior del Salón Azul con mucha mayor exigencia. Y, ciertamente, debería contar entre sus miembros a personas que no tuvieran pasado delincuencial ni pesaran sobre ellos acusaciones como las emitidas por la Comisión de la Verdad o la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos.
En general, tanto la conformación de los presupuestos públicos como su uso deben crecer en transparencia, austeridad y eficiencia. Y sobre todo debe priorizarse la inversión en la gente. La gente, salvadoreños y salvadoreñas, es la mayor riqueza del país. Salir del subdesarrollo, invertir para el futuro, significa prioritariamente invertir más y con mayor eficiencia en nuestra gente. Los gastos inútiles o excesivos, las inversiones en la comodidad de los políticos o en la publicidad estéril, deberían limitarse. Al final, una mayor austeridad convencería más fácilmente a los políticos de la necesidad de elaborar un plan de nación, proyecto de realización común o como quiera que le llamemos, que centre las necesidades de nuestra gente, se aplique a su desarrollo y garantice un futuro mejor que el actual. No hay nada mejor que notar en el propio plan de vida algunas limitaciones para decidirse a trabajar por el bien común.