El suicidio, un síntoma de malestar social

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El suicidio es un problema personal grave, pero también un síntoma de malestar social. No tiene demasiado que ver con el tema del desarrollo o del bienestar económico, sino con otros factores de tipo educacional o social. Algunos países, como Francia o Alemania, han duplicado algunos años las tasas salvadoreñas de suicidios. El aislamiento, la falta de perspectivas en la vida, los valores que se cultivan o, más bien, que se dejan de cultivar inciden en el aumento del número de personas que deciden quitarse la vida. En El Salvador, si bien no estamos entre los países con mayor proporción de suicidios a nivel mundial, sí nos ubicamos en un rango que podemos calificar de peligroso. En efecto, en el país, la tasa de suicidios supera, aunque ligeramente, la cifra de 10 suicidios por cada cien mil habitantes. Ello hace que a nivel global estemos catalogados entre los países que se considera sufren una epidemia de suicidios. De hecho, somos en Centroamérica el país con la mayor tasa de este doloroso fenómeno. Tanto las naciones vecinas con mayor desarrollo que nosotros, como las que tienen una problemática mayor en el campo de la pobreza tienen tasas inferiores a la nuestra, en algunos casos incluso de menos de la mitad.

Sin embargo, no es frecuente, probablemente por desconocimiento, que el tema aparezca con el debido interés en el debate nacional. Solo cuando los suicidios afectan a instituciones estatales, la preocupación aflora, aunque únicamente enfocada a la instancia que sufre especialmente la epidemia. Tal es el caso de los suicidios de policías, que ha aparecido recientemente en algunos medios. El fenómeno recibió atención hace algunos años, durante la administración de otro Gobierno. Aunque ciertas instituciones han tratado de ayudar en este campo a la PNC, solo en algunas ocasiones los mandos policiales mostraron algo de interés en el tema. La diferencia y desigualdad entre la comodidad de los mandos y la vida difícil y compleja de la base policial es uno de los factores que puede degenerar en estados depresivos de los agentes. Ante estos datos es importante que reflexionemos y que demos pasos para enfrentar el problema. Pasar indiferentes ante el suicidio es conformarse con una situación que puede afectarnos a todos. Una situación que en sí misma es fruto no solo del dolor individual de las personas, sino de una sociedad poco atenta al sufrimiento de los demás y muy poco dispuesta al cuidado preventivo.

Desde hace años ,el número de psicólogos dentro de la PNC es insuficiente para atender los problemas de muchos de los que pertenecen al cuerpo policial. No es un trabajo fácil y necesita apoyo. Y más ahora, cuando el régimen de excepción ha significado una multiplicación de tareas y un modo de actuar que a algunos agentes les crea un dilema moral, por la arbitrariedad y el abuso cometido. También el sistema público está mal dotado para las necesidades de salud mental. Un país que ha sufrido una guerra civil deja siempre detrás una estela de sufrimiento y sinsentido que debe ser seriamente atendida. Por otra parte, después de prácticamente dos años de educación virtual, los niños y niñas regresan a un sistema escolar con una severa ausencia de psicólogos en el sector público.

No hay duda de que el encierro y el miedo, unidos a la crisis económica que ha golpeado a muchos, aumenta tensiones y problemas mentales tanto en los adultos como en los niños. Seguir como si no hubiera pasado nada no es lo más conveniente para la salud social. Mientras en la escena internacional se advierte del estrés y los problemas sicológicos causados por la situación vivida durante la pandemia, nosotros no hemos hecho un esfuerzo para evaluar los daños y problemas surgidos en ese tiempo. En medio de la positiva preocupación por la primera infancia, bueno sería que el Gobierno se preocupara también con un interés creciente por la salud sicológica de sus empleados y de sus usuarios, especialmente en el área de la Policía, la salud pública y la educación.

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