De nuevo nos encontramos en pleno debate social sobre el aborto, a raíz del caso de "Beatriz", una joven de 22 años que presentó el mes pasado un recurso de amparo ante la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, en el que solicitó permiso para someterse a un aborto porque padece de lupus e insuficiencia renal, y su bebé ha sido diagnosticado anencefálico, es decir, con malformación congénita caracterizada por la ausencia parcial o total del cerebro. Hay que recordar que El Salvador, junto a Chile y Colombia, son los únicos tres países de América Latina en los cuales el aborto provocado está prohibido bajo cualquier circunstancia. El problema requiere, ciertamente, una discusión serena, informada y equilibrada. Y no puede ser de otra manera, porque lo que está en cuestión no solo es el derecho a la vida, sino también la vida humana como valor ético, esto es, como exigencia de humanizar al máximo el vivir. Ahora bien, el contenido del valor ético de la vida humana abarca mucho más que el mero vivir biológico, que el mero derecho a nacer.
Así lo plantea, de manera clara y precisa, el siguiente texto del Concilio Vaticano II, tomado de la Constitución Gaudium et spes: "El Concilio inculca el respeto al ser humano, de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente (...) Cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas (...); cuanto ofende la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro (...), todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana".
La vida humana, pues, no solo está amenazada por el aborto. También causan verdaderos estragos en la humanidad la violencia ejercida contra millones de seres humanos que malviven y mueren de hambre; el escandaloso comercio de armas, que sigue vigente a pesar de ser una de las principales causas de muertes violentas; el impacto de los desequilibrios ecológicos; los accidentes de tránsito; los conflictos armados, etc. Pero, concentrándonos en el tema del aborto provocado, es necesario considerar algunos criterios ofrecidos por la ética, que pueden ayudarnos a tener, al menos, una opinión informada sobre un tema tan delicado. Enunciemos y expliquemos, brevemente.
(a) Centralidad del derecho a la vida. En principio, el aborto ha de ser rechazado por constituir un delito contra el primer valor y el primer derecho del ser humano: la vida. Sin embargo, la afirmación del derecho a la vida de todo ser humano no suprime las situaciones límite ni los conflictos de derechos. Ningún valor moral es tan absoluto que no pueda entrar en conflicto con otro valor en casos excepcionales. Por ejemplo, si se plantea el aborto cuando la continuación del embarazo pone en peligro la vida de la mujer gestante (como parece ser el caso de Beatriz), no se trata ya de un derecho de la mujer, sino de un recurso desesperado y trágico. En tales situaciones conflictivas, frente a toda norma o imposición externa, las verdaderas actitudes éticas son la solidaridad, el respeto y el acompañamiento.
(b) No banalizar el aborto ni eludir los problemas que lo causan o acompañan. Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo se producen 210 millones de embarazos anuales; de estos, 80 millones son no planeados, es decir, 2 de cada 5. De los embarazos no planeados, 46 millones (58%) terminan interrumpiéndose; 19 millones de estos en países donde la intervención voluntaria es ilegal. Las cifras son elocuentes: estamos ante un problema que ha adquirido una enorme amplitud y dramatismo. No se trata solo de un número elevado de abortos, sino de las implicaciones sociales, culturales y políticas que conlleva: el desprecio a la vida humana, la desestabilización y perturbación emocional de la madre gestante, las deficiencias y fallos en el control de la natalidad, el crecimiento demográfico, el horror ante el embarazo defectuoso, las situaciones de injusticia social, etc. En este sentido, el valor de la vida humana, que está a la base de todo juicio moral sobre el aborto, implica un proyecto de acción humanizador que promueva una auténtica cultura de solidaridad, de fraternidad y de respeto a todo ser humano, incluido el que está en el seno materno.
(c) Mantener una postura de coherencia con relación al respeto debido a la vida humana. El derecho a nacer no es un derecho aislado, sino que es el fundamento de todos los demás derechos humanos: el derecho a la alimentación, a la educación, al trabajo, a la vivienda y a la salud, entre otros. Precisamente por ese carácter fundante del derecho a nacer, resulta incoherente la postura de todos aquellos grupos que defienden el derecho a nacer desentendiéndose de los otros derechos humanos. La madre Teresa de Calcuta dijo en relación al aborto: "No los maten, dénmelos a mí". Y dedicó su vida a recoger a los desechados por esta sociedad injusta. Tenía derecho a hacer esa petición, que quizá puede parecer excesivamente simple e idealista: ¿qué iba a hacer una sola mujer con 50 mil abortos diarios?
Sin embargo, como lo ha comentado en uno de sus escritos el teólogo José Ignacio González Faus, estas palabras valientes y generosas podrían darles ideas y comprometer a los que se proclaman defensores de la vida y que con tanta fuerza rechazan el aborto; podrían comprometerlos a dedicar parte de sus energías, tiempo y recursos económicos a la fundación y al servicio de una organización mundial, cuyo carisma fuese recoger a todos, o a los más posibles, de los excluidos de ese derecho que fundamenta todos los demás derechos humanos, dándoles la oportunidad de una vida digna. Ofrecerían así una alternativa a tantas mujeres, que quizá prefieren no abortar, pero a las que la estructura social y la debilidad humana no parecen dejarles otra salida.
El valor ético de la vida busca garantizar, pues, el derecho de nacer (lo que supone paternidad y maternidad responsables); el derecho de vivir (que implica la satisfacción de las necesidades básicas); el derecho de convivir (en paz, en justicia y cordialidad); y el derecho a la esperanza en la consecución de un mundo incluyente.