En qué hemos fallado

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Llevamos 20 años celebrando los Acuerdos de Paz. Vencimos la guerra a través del diálogo y la buena voluntad de la gran mayoría de nuestra gente. Una guerra que se mostraba cada vez más inviable y estúpida, y de la que había que salir. Pero somos con frecuencia tan obstinados en nuestras propias limitaciones y errores que, efectivamente, salir de la guerra debemos verlo como un gran triunfo de lo humano y de nuestro propio sentido de humanidad. Sin embargo, a pesar de todas las cosas bellas que decimos sobre la paz, la violencia sigue teniendo un peso cultural excesivo. Los muertos se multiplican, y en ninguno de los años de la postguerra hemos conseguido bajar el número de homicidios de una cifra que supera tres veces, y en ocasiones hasta seis, la calificación de epidemia que hace la Organización Panamericana de la Salud calculando el número de muertes al año por cada cien mil personas.

Releyendo los Acuerdos de Paz vemos con claridad algunas de las dimensiones en las que sus semillas pacíficas no alcanzaron a dar fruto. Se hablaba en los Acuerdos de impulsar un desarrollo económico y social por la vía de la concertación. Pero los esfuerzos fueron escasos, cuando no nulos. El único esfuerzo serio al respecto lo hizo el presidente Calderón Sol con sus amplias discusiones sobre lo que debía ser un Plan de Nación. Pero su sucesor en la Presidencia de la República prefirió dolarizar la economía y olvidarse del esfuerzo y trabajo colectivo previo. De un esfuerzo de concertación para el desarrollo del país se pasó a una política económica duramente neoliberal, que no hizo sino agravar la situación de estancamiento del país.

Si los Acuerdos de Paz hablaban de superación de la impunidad, lo primero que se hizo al conocerse la barbarie que reflejaba el informe de la Comisión de la Verdad fue dictar una ley de amnistía, creyendo que con el "perdón y olvido" se sanaban automáticamente las heridas. Si bien los pasos después de un conflicto civil deben ser verdad, compensación a las víctimas, justicia y establecimiento de mecanismos de reconciliación, en El Salvador se nos impuso desde el poder, e incluso desde la amenaza, una reconciliación por ley que eliminaba los pasos adecuados para llegar a purificar la memoria de todos los elementos de odio, mentira y brutalidad de la guerra. Solo desde el proceso descrito se pueden dar pasos eficaces hacia una auténtica reconciliación, basada en la capacidad humana, y en nuestro caso también cristiana, de perdón.

El fortalecimiento de la democracia, como sistema de convivencia social y de instituciones adecuadas para vivir en coherencia con valores básicos de dignidad humana y libertad, fue otro de los grandes elementos e impulsos que dieron a nuestro país los Acuerdos de Paz. Aunque no hay duda de que en este punto es donde hubo mejores logros y continuidad, es cierto también que hubo sus más y sus menos en el proceso. La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos se vio en algunos momentos enfangada en el lodo de la corrupción. La PNC se manejó en ocasiones demasiado discrecional y políticamente, sin dotársele de los recursos adecuados y favoreciendo la corrupción interna. El sistema judicial fue maltratado y distorsionado por los intereses políticos, creando Cortes Supremas donde abundó el prevaricato, la despreocupación por la ley e incluso algunas formas de corrupción y aprovechamiento deshonesto del cargo.

Esos fallos, evidentemente, nos afectan a todos. Y todos debemos en estos días, en que tanto hablamos de los Acuerdos de Paz, examinar las dinámicas que nos llevaron a interrumpir o a poner limitaciones severas a ese gran primer momento de logros unánimes en la construcción de la paz. La paz se construye sobre la justicia, sobre el diálogo, sobre el desarrollo sin desigualdades estridentes. La injusticia y la violencia, al contrario, se construyen desde el egoísmo personal y la irresponsabilidad social, desde la falta de inversión en la gente, desde la negativa a escuchar el clamor de los pobres, desde la desigualdad hiriente entre quien puede derrochar en múltiples lujos mientras la mayoría de la población pasa apuros serios, cuando no graves, en su economía. Al igual que tras la lucha a favor de la paz hay nombres ilustres, también la injusticia y la violencia tienen nombre y apellido, a veces ocultos en denominaciones genéricas, como narcotraficantes, machistas violentos, empresarios sin conciencia social, profesionales que ponen el afán desmedido de lucro por encima de la solidaridad, jóvenes capturados por la cultura de la satisfacción inmediata de los deseos.

Examinar los fallos, ser autocríticos, comprometerse con un cambio que nos lleve a recuperar aquel profundo impulso ético que estaba detrás de los Acuerdos de Paz, es hoy más necesario que nunca. El Presidente de la República ha dado un buen ejemplo yendo al Mozote, reconociendo la verdad y comprometiéndose con una serie de medidas que cambian la dinámica de olvido y negativa de lo que en aquellas tierras y a nuestras gentes les sucedió. A todos nos quedan cosas por hacer en este tema de conseguir para nuestro país una paz con justicia. En la medida en que con honradez reconozcamos nuestros fallos, personales e institucionales, y recuperemos lo mejor de nuestro pueblo, que es su ansia de paz, justicia y desarrollo, el futuro será mejor para todos. Si nos quedamos en la celebración sin dar paso a la acción, las cosas seguirán como siempre. Es decir, mal.

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Anónimo
19/01/2012
07:56 am
muy bueno de hecho apoyo el articulo autocritico :)
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