En general, tendemos a ubicar la desigualdad como una de las causas clave de la violencia. También se suele decir que detrás de cada victimario hay siempre una víctima. En otras palabras, quienes han sufrido maltrato o violencia optan con mayor facilidad por la misma. Y es cierto, porque el maltrato suele generar baja autoestima. Y esta es fuente de un tipo de envidia que puede llevar a la violencia. Como en la lucha contra la violencia bueno es analizar todas sus causas, una reflexión sobre la envidia no hace daño. De hecho, ya se ha vuelto lugar común decir que la violencia es un fenómeno multicausal. Pero es raro que se analice como factor de violencia ese sentimiento tan común que es la envidia. Uno de los que más y mejor ha analizado el tema es el pensador norteamericano John Rawls. Como es lógico, Rawls relaciona la envidia con situaciones de desigualdad, no solo económica o social. Con razón decía que “a veces las circunstancias que provocan la envidia son tan apremiantes que dada la condición de los seres humanos, no puede pedirse a nadie, razonablemente, que supere sus sentimientos rencorosos”.
Para este autor, tres eran las condiciones que podían volver socialmente destructiva la envidia. La primera, la baja autoestima. No es nada raro que la baja autoestima genere reacciones violentas en algunos momentos. La segunda se da cuando las condiciones sociales hacen sentir como dolorosa y humillante la propia baja autoestima. Y la tercera cuando la situación social no permite alternativas constructivas que sirvan de alivio, o al menos de cierto consuelo, frente a los mejor situados. “Para aliviar estos sentimientos de angustia y de inferioridad, creen que no tienen más elección que la de imponer una pérdida a los mejor situados”, decía el filósofo al que estamos citando. Evidentemente, solamente una sociedad que garantice un trato igualitario de las instituciones de apoyo y servicio al ciudadano, así como respeto y colaboración, puede aliviar, o al menos quitarles peligrosidad, a los sentimientos de baja autoestima.
La envidia no es siempre maligna. En el pasado, diferentes autores hablaban de la santa envidia. El ver ejemplos buenos impulsa a muchos a hacer lo mismo. Pero en países como el nuestro, donde predomina la competencia de suma cero (lo que unos ganan es igual a lo que otros pierden), la envidia se vuelve fácilmente destructiva. Al final, a mayor desigualdad, mayor facilidad para que la envidia se vuelva destructiva. Algunos pueden pensar que poner la envidia como causa de conflicto es una manera de despreciar o maltratar al que busca justicia. Porque muchos de los que buscan mayor igualdad y respeto a la dignidad de la persona humana no son envidiosos, sino solidarios y generosos. Pero descuidar el tema de la envidia o nos puede volver ingenuos, o termina por justificar cualquier acto de barbarie con tal que sea contra los considerados opresores. Las instituciones justas, que dan servicios universales, dignos y adecuados a todo el mundo, son garantía de que la envidia, que siempre existirá, no sea destructiva. Las instituciones de educación, salud, vivienda y otras, en consonancia con la igual dignidad de la persona, logran que la competencia no sea de suma cero, sino colaborativa, y en la que todos ganan.
En El Salvador tenemos que trabajar más los sentimientos y las emociones. De hecho, vivimos en una situación de suma vulnerabilidad y de muy poca consejería y asistencia sicológica. El Estado ha sido secularmente irresponsable con la salud mental de sus ciudadanos; no le ha dado atención a través de sus instituciones. La envidia nace siempre de la baja autoestima, que es claramente un sentimiento negativo con respecto a uno mismo. Se multiplica cuando las instituciones son incapaces de restringir la libertad de los fuertes y no dan servicios adecuados a los más débiles o vulnerables. Trabajar institucionalmente las emociones, acompañar a las personas en sus dinámicas de desarrollo y de superación de complejos y sentimientos negativos es también una necesidad a la hora de desterrar los excesos de violencia en que vivimos.
* José María Tojeira, director del Idhuca.