Dentro de la agenda que el papa Francisco desarrolló en su visita a Colombia, hay que destacar su encuentro con los miembros del comité directivo del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano), que reúne a los obispos de las 22 conferencias episcopales de América Latina y las tres del Caribe. Como se sabe, la creación del Celam tuvo lugar en Río de Janeiro (1955), en el marco de la primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Uno de sus primeros y principales logros fue la realización de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, donde se hizo una recepción creativa del Vaticano II.
Ahora bien, lo que deseamos recalcar del encuentro del papa con los miembros del Celam es la concreción con la que Francisco habló a los obispos respecto a los rostros y fuentes de esperanza que hay actualmente en la región. Francisco les dijo que la esperanza en América Latina tiene un rostro joven, aunque con frecuencia se hable de su presunta decadencia o de estar adormilados, lamentó. Frente a los discursos que estigmatizan la pérdida de valores entre los jóvenes, el papa exhorta al Consejo Episcopal a no dejarse capturar por tales caricaturas. De ahí, sus siguientes palabras:
[A los jóvenes] mírenlos a los ojos y busquen en ellos el coraje de la esperanza. No es verdad que estén listos para repetir el pasado. Ábranles espacios concretos en las iglesias particulares que les han sido confiadas, inviertan tiempo y recursos en su formación. Propongan programas educativos incisivos y objetivos pidiéndoles, como los padres piden a los hijos, el resultado de sus potencialidades y educando su corazón en la alegría de la profundidad, no de la superficialidad. No se conformen con retóricas u opciones escritas en los planes pastorales jamás puestos en práctica.
Otro rostro de esperanza en América Latina y el Caribe es, según el Obispo de Roma, el femenino. Esto a pesar de que innumerables mujeres de toda condición no son valoradas en su dignidad ni se les reconoce suficientemente su aporte a la Iglesia y a la sociedad. La centralidad de la mujer como fuente de esperanza queda muy bien descrita en las siguientes palabras del papa a los obispos: “De sus labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación”. Luego ejemplifica: “Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien”. Y advierte que “sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente. [Porque] son las mujeres que, con meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe”.
En consecuencia, señala el Pontífice, “si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la obtendremos sin las mujeres”. Y, en seguida, pide a los miembros del Celam que las mujeres no sean reducidas “a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son […] protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, aun en el sufrimiento de su pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte”.
Por otra parte, también señaló que la esperanza en América Latina pasa a través del corazón, la mente y los brazos de los laicos. Pero esto supone, según el papa, la superación del clericalismo que infantiliza a los laicos, y la promoción de sus funciones ministeriales dentro y fuera de la Iglesia. En este plano, la esperanza deviene de la consecución de un laicado cristiano que, como creyente,
esté dispuesto a contribuir en los procesos de un auténtico desarrollo humano, en la consolidación de la democracia política y social, en la superación estructural de la pobreza endémica, en la construcción de una prosperidad inclusiva fundada en reformas duraderas y capaces de preservar el bien social, en la superación de la desigualdad y la custodia de la estabilidad, en la delineación de modelos de desarrollo económico sostenibles que respeten la naturaleza y el verdadero futuro del hombre, que no se resuelve con el consumismo desmesurado, así como también en el rechazo de la violencia y la defensa de la paz.
Finalmente, el papa indicó al Celam “que la esperanza debe siempre mirar al mundo con los ojos de los pobres y desde la situación de los pobres”. Desde esta perspectiva, la esperanza es vista “como el grano de trigo que muere, pero tiene la fuerza de diseminar los planes de Dios”. En cambio, “la riqueza autosuficiente con frecuencia priva a la mente humana de la capacidad de ver, sea la realidad del desierto, sea los oasis ahí escondidos”. Y a renglón seguido manifestó estar seguro “de que en este difícil y confuso momento que vivimos, las soluciones para los problemas complejos que nos desafían nacen de la sencillez cristiana que se esconde a los poderosos y se muestra a los humildes”.
Y como la esperanza de los pobres es contra toda esperanza, Francisco ha mencionado una de las actitudes indispensables para cultivarla con decisión y fortaleza:
Si queremos servir desde el Celam a nuestra América Latina, lo tenemos que hacer con pasión. Hoy hace falta pasión. Poner el corazón en todo lo que hagamos, pasión de joven enamorado y de anciano sabio, pasión que transforma las ideas en utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos, pasión que nos convierte en continuos peregrinos en nuestras Iglesias.