Esta lucha de abajo, hecha conciencia

2
Benjamín Cuéllar
08/05/2013

"Voy a hablarte, querido compañero, de la patria que ha de forjarse abajo, con los que hacen andar las herramientas y no tienen más riqueza que sus manos". Así, con el primer verso que bastantes años atrás escribió y musicalizó Gabino Palomares, se sintetiza la respuesta a dar cuando alguien pregunta si hay salida a la actual situación en la que viven, subsisten y resisten las "mayorías populares" salvadoreñas. Ignacio Ellacuría llamó así a la población que "vive en unos niveles en los que apenas puede satisfacer las necesidades básicas fundamentales" y está "marginada frente a unas minorías elitistas que, siendo la menor parte de la humanidad, utilizan en su provecho inmediato la mayor parte de los recursos disponibles".

El rector mártir de esta casa de estudios negaba que esa exclusión fuese el resultado de "leyes naturales" o fruto de la "desidia personal o grupal"; esa inaceptable condición encuentra su origen, más bien, en los "ordenamientos sociales históricos" que mantienen a las mayorías populares en una "posición estrictamente privativa y no meramente carencial". Y ocurre porque es una población explotada, a la cual se le impide "aprovechar su fuerza de trabajo o su iniciativa política".

Esos dos últimos asuntos mencionados por Ellacuría (fuerza de trabajo e iniciativa política) desafían al análisis de lo ocurrido el pasado uno de mayo. Y precisamente a la patria de trabajadores canta Gabino Palomares: "No te puedo querer como te hicieron. Quiero verte salir con tus consignas, las que nacen del alma de tu gente... No con las que te dan a que consumas. No te puedo mirar siempre engañado, eligiendo a los que impusieron ellos; mientras calman sus ansias de grandeza, tú le eliges los yugos a tu cuello".

Porque bajo la puesta en escena de una discusión entre el Gobierno y la cúpula de la empresa privada sobre un aumento del siempre insuficiente salario mínimo (risible en tamaño desde las dos propuestas), miles y miles de personas desfilaron por las calles capitalinas conmemorando el Día del Trabajo, denunciando las vejatorias condiciones en las cuales lo hace tanta gente y reclamando de plano por la carencia del mismo para otro tanto más. Y entre el colorido de mantas y pancartas que contenían viejas y nuevas demandas, apareció "la fórmula"...

Esa fuerza de trabajo congregada, entonces, para dar muestras de que existe y está en pie de lucha, debe aprender —ahora sí, pensando y usando palabras de Ellacuría— de su historia y sus grandes lecciones, muchas veces dolorosas y sangrientas, para no echar por la borda su iniciativa política. Como sucedió antes, en 1980, cuando el amplio y combativo movimiento social de la época fue desmontado. Por las razones que haya esgrimido el partido, se estuviera de acuerdo o no con las mismas, eso ocurrió, y aún hay quienes mantienen viva la discusión sobre lo acertado o no de semejante línea dada desde arriba y desde afuera, para ser acatada sin discusión alguna abajo y adentro.

Y pasó de nuevo hace cinco años, en medio de una euforia electoral que anunciaba la próxima venida del esperanzador cambio jaloneado de la mano del partido y su candidato. La fuerza de trabajo organizada se puso la camisa roja y su iniciativa política la dedicó casi de lleno a trabajar en y para la campaña. Hubo quienes pensaron —pocas cabezas sí, pero las hubo— y hasta se atrevieron a expresar dudas e interrogantes, corriendo el riesgo de ser etiquetadas como de derecha y hasta areneras. Pero era válido plantarse y plantearse al menos un par de preguntas. ¿Era lo más conveniente matrimoniar esa fuerza de trabajo organizada e hipotecar así su iniciativa política, sin más garantía que un cheque en blanco entregado por la confianza que inspiraban el candidato, el partido y la causa? ¿Era lo más conveniente solo por ser el primer Gobierno de izquierda en la prolongada posguerra salvadoreña, que para algunas mentes iluminadas es algo así como la paz por los beneficios personales o grupales conseguidos?

A esa clase trabajadora, antes y ahora, Gabino le dice bien: "No te puedo querer siempre callada, quiero oírte maldecir y blasfemando acabar con la paz que te inventaron para infundirte miedo por el cambio". Sí, ese cambio prometido y no alcanzado aún; ese cambio necesario para tocar lo hasta ahora intocable y así lograr que ya no sean los poderes visibles y ocultos los que decidan el destino de la clase trabajadora, fijando sus salarios siempre para la precariedad y limitando sus prestaciones sociales mediante la flexibilización de las leyes y las condiciones laborales.

Ese cambio llegará cuando el partido, los partidos todos, no sean fines en sí mismos, sino medios; cuando entre las mayorías populares no los continúen viendo como las únicas posibilidades para salir de su eterna crisis; cuando la gente se dé cuenta de que hoy por hoy, sus liderazgos están arriba y afuera, muy lejos del dolor. Ese cambio llegará cuando se mire abajo y adentro; cuando la fuerza de la clase trabajadora desarrolle su iniciativa política y responda "ante la mentira" —como canta Gabino— con "la rabia convertida en estrategia, el dolor en maniobra organizada y esta lucha de abajo hecha conciencia".

Lo más visitado
0