Evidentemente, la forma de despedir a los familiares del expresidente y de los altos dirigentes del FMLN, y a un sinnúmero de otros empleados no es humana y, muy probablemente, tampoco legal. Por muy oportunista que pueda ser una persona, posee una dignidad que debe ser respetada. La velocidad, la contundencia y la publicidad de los despidos crean la impresión de eficacia y cambio, al mismo tiempo que exponen la corrupción del FMLN. Pero esa manera de proceder con facilidad se deja llevar por la precipitación y cae en la injusticia. Ejemplo de ello es el despido de un médico con una década de trabajo en el Ministerio de Salud y, en cuanto, tal, representante de dicha cartera de Estado en la Lotería Nacional, y que, por tanto, no debía su empleo a influencias indebidas ni ocupaba simultáneamente dos cargos. Además, el despido de embarazadas está prohibido por la ley. No se combate la corrupción con nuevas injusticias. La ejecución de los despidos exhibe de manera grosera el enorme poder acumulado por la presidencia del poder ejecutivo. Un poder del cual, por otro lado, todos los presidentes han echado mano para imponer sus deseos, aunque de manera más discreta. En virtud de ese poder, varios expresidentes se han apropiado de centenares de millones de dólares.
No obstante, la defensa del empleo que hace el FMLN, en concreto, del derecho al trabajo, es extravagante. Humana y constitucionalmente, todo ser humano tiene derecho a un trabajo digno. Es importante recordar que ese derecho es universal, porque el FMLN solo lo utiliza para defender a sus parientes despedidos, mientras que a los otros despedidos los relega a un lejano segundo plano. El orden de prioridades debiera ser el inverso, dado que se trata de un partido que aún se dice socialista y revolucionario. Asombra que a la dirigencia del FMLN le duelan más sus parientes que los desconocidos, muchos de ellos con salarios muy inferiores, los cuales también han pasado a engrosar el rubro de los desempleados, que ya son multitud.
Desolada, una alta dirigente del FMLN se preguntaba dónde encontrarían empleo sus hijos e hijas. La respuesta es obvia: ahí donde lo encuentran aquellos que no han gozado de ese privilegio. Sorprende que esa dirigente no se pregunte cómo hacen para sobrevivir los subempleados, los desempleados y los rebuscadores. El FMLN tuvo una década para que ese enorme ejército de reserva se beneficiara de condiciones de empleo estable, bien pagado y con buenas prestaciones sociales. De todas maneras, si, como alegan, sus hijos e hijas tienen formación universitaria y experiencia, pueden competir por un empleo en el sector privado, al igual que la inmensa mayoría de salvadoreños. Y si además tienen vocación de servicio, tal como aduce otra dirigente, la sociedad actual, en sus inmensas carencias, ofrece muchas posibilidades para desarrollar dicha vocación.
El otro argumento esgrimido por la dirigencia del FMLN es también retorcido. Según sus declaraciones, el derecho al trabajo es compatible con el nepotismo, una práctica claramente prohibida por la legislación, pero igualmente violentada con absoluta impunidad. Seguramente, los familiares de la dirigencia del FMLN obtuvieron sus empleos no tanto por su preparación y experiencia, sino por ser quienes son. Qué funcionario les negaría el empleo, si es que no los impusieron por orden superior. No es ningún secreto que los recomendados encontraban empleo con facilidad en los Gobiernos anteriores, tal como ocurre en la Asamblea Legislativa. Por lo general, quienes conseguían una plaza en esas condiciones eran conscientes de que la perderían con el cambio de Gobierno o de jefe. Pero, al parecer, el FMLN no acepta la rotación natural del sistema, cuya apertura permite que grupos diversos se beneficien del privilegio de un empleo público. Los del FMLN llegaron para quedarse.
Todavía prevalece la idea de que el Estado es una especie de botín a repartir entre leales y allegados. Por eso, los diputados se reparten el presupuesto para contratar a sus allegados, incluso crean plazas innecesarias. El Estado es así fuente de empleo, de recompensa y de atraco. Obviamente, esa no es alternativa para emplear a la multitud de subempleados, desempleados y rebuscadores. Lo razonable es compaginar la demanda real de fuerza de trabajo con los recursos disponibles. En esta sociedad, perder el empleo es una desgracia de grandes proporciones. Es una razón poderosa para emigrar. Hasta ahora, el FMLN no ha denunciado el sistema económico neoliberal que no genera empleo, sino que más bien tiende a reducirlo, y si lo crea, es malo y mal pagado. El silencio del partido contrasta con la vehemencia con la que defiende a sus parientes despedidos. Tal vez el alto nivel de desempleo y subempleo actual le parezca normal.
El nepotismo, la incertidumbre y el tráfico de influencias se reducirían drásticamente si el empleo en el Estado estuviera regulado como en otros países. Una legislación racional y justa garantizaría estabilidad laboral en medio del vaivén de Gobiernos y jefes.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.