Parece que el problema fiscal del país ha tocado fondo, y esta situación ha obligado al FMLN a sentarse a negociar con Arena. Pero el partido de derecha se ha retirado de la mesa de negociación, entrampando y agudizando la situación. Arena deja en evidencia que el FMLN, si bien tiene el poder formal, no la capacidad para imponer su lectura del problema fiscal. Gramsci decía que la supremacía de un grupo social (o un partido) se manifiesta de dos modos: dominando sobre los adversarios y dirigiendo (intelectual y moralmente) a sus grupos afines y aliados (su base social). Con la actual crisis fiscal es evidente que el FMLN no domina ni dirige en el país. Y es bastante probable que su bloque ideológico (su intelectualidad) se empiece a desintegrar en los próximos años, pues su función política como representante y dirigente de las clases pobres y revolucionarias se ha agotado.
La primera causa del deterioro político del FMLN es su falta de simpatía humana. En su libro El odio a los indiferentes, Gramsci afirma: “En la vida política, la actividad de la imaginación debe estar iluminada por una fuerza moral: la simpatía humana”. Esta simpatía consiste en saber imaginar el dolor de los demás, reconocer las necesidades del trabajador de la calle, hacer propios los sufrimientos de los pobres y de las poblaciones más vulnerables, sentir el quebranto de las víctimas que no encuentran justicia. Tal parece que esa sensibilidad la perdió la clase dirigente del FMLN, que se dejó absorber por las mieles del capitalismo y de su modelo neoliberal. Lo de definirse como un partido socialista y revolucionario quedó únicamente en sus estatutos y en los discursos destemplados que dirigen a sus militantes y a su clientela política. La falta de simpatía humana quedó demostrada cuando el Gobierno del FMLN no acató la orden de la Interpol para hacer efectiva la captura de los exmilitares involucrados en el asesinato de los jesuitas, y en las declaraciones posteriores de sus líderes acerca de que la extradición a España no convenía al país.
La segunda causa es la falta de grandes ideas. Dice Gramsci que el estadista de altura intuye simultáneamente la idea y el proceso real de actuación: elabora el proyecto junto al reglamento que lo ha de ejecutar. El FMLN, al perder la simpatía humana, se quedó sin las grandes ideas que podrían hacer avanzar a la sociedad en la satisfacción de sus demandas sociales más apremiantes. Y con su actuación política difícilmente podrá ampliar su base hacia nuevas áreas de la actividad económica y productiva. Hasta ahora, el FMLN se ha dedicado simplemente a estirar los programas sociales de Antonio Saca y de Mauricio Funes, y es evidente su escasa imaginación para generar esas grandes ideas que lo conviertan en un grupo social progresista con incidencia real en las transformaciones sociales que requiere El Salvador. Tenemos ahora un partido acorralado y angustiado, negociando con los gerentes de la oligarquía cómo pagar las cuentas nacionales.
Y finalmente, la tercera causa del deterioro es la falta de congruencia en la actuación política. Gramsci dice que un grupo social se juzga por lo que hace, no porque lo que dice. Por ejemplo, los proyectos de infraestructura vial de la ciudad de San Salvador no benefician al grupo social que dice representar el FMLN, sino más bien a los dueños de los negocios de shopping del gran capital. No hay proyectos para revertir la degradación ambiental del país, y cuando se menciona la recuperación de las aguas del río Acelhuate, se piensa en construir plantas de tratamiento que requerirán préstamos millonarios, los cuales deberían ser pagados en buena parte por las mismas empresas contaminantes.
En el corto plazo, ni el FMLN ni Arena son solución para el país. Es tiempo de pensar en el surgimiento de una tercera fuerza política que se comprometa con al menos tres aspectos: (1) ser revolucionaria y dar fe de simpatía humana, al estilo de Gramsci; (2) tener una posición firme en contra del capitalismo; y (3) plantearse como horizonte utópico la construcción de la civilización de la pobreza del P. Ellacuría. Por supuesto, esto requiere romper con la indiferencia ciudadana antes la acción política. Gramsci odiaba a los indiferentes, es decir, a aquellos segmentos de la sociedad que permiten que otros decidan por ellos. Y lo estableció magistralmente en este pequeño texto: “Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva y la masa ignora, porque no se preocupa”.