Según el informe de desarrollo humano 2013 del PNUD, que propone "imaginar un nuevo país" y hacerlo posible", son tres los "modelos" económicos impulsados en El Salvador a lo largo de los casi doscientos años de su presunta "vida independiente": el agroexportador, el de industrialización por sustitución de importaciones y el consumista; este último, vigente de 1989 a la fecha, basado en la promoción de importaciones y la exportación de mano de obra. De los tres, ninguno ha puesto en el centro de las políticas públicas eso que llaman el bien común y que Ignacio Ellacuría ubicó como ideal, pero además como necesidad "para que pueda darse un comportamiento realmente humano".
Lo que se ha producido, extendido y mantenido con esos tres modelos es el "mal común", caracterizado —también según el rector mártir de la UCA— por afectar a la mayor parte de las personas, tener la capacidad de propagarse y desplegar un dinamismo estructural. Lo anterior se traduce en lo que plantea el citado documento de Naciones Unidas, a la hora de hacer un balance global de resultados: progresos insuficientes en desarrollo humano; escasa capacidad para crear trabajo decente; baja productividad y salarios mínimos reales decrecientes; elevados niveles de pobreza y de desigualdad en la distribución del ingreso; crecimiento lento, inestable y sustentado en bajos niveles de ahorro e inversión; y finanzas públicas frágiles.
Considerando lo anterior, vale la pena detenerse a pensar en voz alta al respecto. Para ello, es útil ir al baúl de los recuerdos y pasar revista a la palabra viva de monseñor Romero. En este caso, lo primero es rescatar hechos que no deberían quedarse en el olvido. Porque la memoria histórica es una de las mejores garantías de la no repetición de las atrocidades que, como acá, se cometieron cuando los pueblos lucharon contra la tiranía para defender y hacer valer sus derechos.
Hace treinta y siete años, las organizaciones integrantes del Bloque Popular Revolucionario planificaron concentrarse en el parque Cuscatlán para manifestar, ese 1 de mayo, su repudio al Gobierno de turno presidido por el coronel Arturo Amando Molina, quien estaba a pocas semanas de dejar el cargo al que llegó —igual que su sucesor, el general Carlos Humberto Romero— mediante un claro y escandaloso fraude electoral. La marcha ya no salió, luego de que las fuerzas del régimen se toparon con algo que hasta entonces quizás no conocían ni imaginaban cómo evolucionaría. Parafraseando a Roque Dalton, los policías y los guardias, que habían visto siempre al pueblo "como un montón de espaldas que corrían para allá", vieron y sintieron que algunas balas comenzaban a caerles desde el lado del pueblo, que ya no huía e iba cada vez con más fusiles.
Eran los pininos de una guerrilla que, con el paso de los años, se convertiría en parte fundamental de las fuerzas insurgentes que ahora, transfiguradas en partido político y sin maridajes de conveniencia, se alistan para instalarse en Casa Presidencial para el próximo quinquenio. En 1977, los reclamos eran hechos consignas y canciones. "Acérquese, compañero —decía una de esas creaciones—, a reclamar su salario porque es lo que exigimos todos los revolucionarios. Nosotros, lo que exigimos: salario de 11 colones. Y también lo que exigimos: arroz, tortilla y frijoles". Pero también esos reclamos se hicieron lucha cada vez más organizada y combativa.
Casi tres años después, el 22 de enero de 1980, la Coordinadora Revolucionaria de Masas se tomó la ciudad de San Salvador con doscientas mil personas; hay quienes hablan de una multitud mayor que sabía a lo que iba: a exigir mejores condiciones de vida en lo económico, político y social. Pero también sabía que iba a enfrentar las balas asesinas de un Gobierno criminal, disfrazado con el ropaje de la segunda —mal llamada— Junta Revolucionaria de Gobierno, al servicio de uno de esos proyectos excluyentes mencionados al principio. Días antes, en su homilía del 6 de enero, Óscar Arnulfo hizo el siguiente llamado a los potentados del país, sin guardarse palabras ni severidad en el tono:
Finalmente, un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra vez: "No me consideren juez ni enemigo". Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de este pueblo, que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y, en nombre de esas voces, yo levanto mi voz para decir: "No idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás" (...) El cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: "Hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos". Creo que es una expresión bien inteligible. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y el que no quiere dar por amor y por justicia social se impone a que se lo arrebaten por la violencia.
Y mataron al pastor, pero no callaron su voz; quizás hoy la escucha más gente en el país y el mundo. Y vino la guerra con todo su saldo de muerte, dolor y destrucción; pero el que no quiso soltar los anillos quizás ahora tiene la mano más grande, larga y con más joyas. Y vino el fin del conflicto armado y acordaron democratizar al país, respetar los derechos humanos y reunificar a la sociedad; pero los Gobiernos de Arena profundizaron la desigualdad con su propuesta de un elevado desarrollo para los menos y una peor exclusión para los más.
Y vino el Gobierno del cambio. Pero no cambió el modelo propiciador del mal común, incapaz de generar trabajo, que mantiene salarios mínimos reales precarios y decrecientes, elevados niveles de pobreza y desigual distribución del ingreso. En el informe de Naciones Unidas, Carlos Acevedo habla de la gobernabilidad como un reto que debió enfrentarse. El expresidente del Banco Central de Reserva de la actual administración afirma que el costo para sostenerla "fue dejar intacto en sus bases el modelo económico que fue construyéndose en los veinte años anteriores, a la llegada del autodenominado primer Gobierno de izquierda de El Salvador".
Hoy, en un país donde la situación es la descrita por Acevedo, marchó por las calles capitalinas el pueblo que trabaja en condiciones precarias y el que no encuentra trabajo. Se supone que Salvador Sánchez Cerén y Óscar Ortiz participaron, ya no como miembros de organizaciones pertenecientes al desaparecido Bloque Popular Revolucionario; estuvieron presentes ya no como comandantes de las Fuerzas Populares de Liberación. El presidente y el vicepresidente electos marcharon, ahora, en ese nuevo papel.
Que no se mezclen los roles ni se sustituyan o desaparezcan los protagonismos, tanto el del Gobierno como el de la organización social demandante. Sería demasiado peligroso que el primero no fomente la independencia y la autonomía de la segunda, por las razones que sean. La garantía del cambio, está demostrado, no se encuentra en los partidos ni en los gobernantes cuando están enredados con intereses que no son los de la clase trabajadora. La "gobernabilidad", la "paz", los "compromisos internacionales" y otros discursos siempre serán excusas para no tocar lo intocable. Pero para eso está el pueblo organizado y por organizar: para no volver a dejarse estafar.