Los voceros gubernamentales prometen una conmemoración de la independencia “nunca antes vista”. Pero del anuncio se colige que será más de lo mismo: la militarización acostumbrada de un acontecimiento político. Según ellos, lo nunca visto antes es colocar al Ejército y la Policía en el lugar privilegiado, con el retorcido argumento de que son los héroes actuales. Esta presunta actualización evidencia más bien la opción gubernamental por la militarización de la sociedad. Los estudiantes y la población en general también son héroes, pero en segundo plano.
La actualización gubernamental es artificial. Aprovecha la efeméride para exaltar la militarización. Los protagonistas de la independencia de 1821 eran abogados, intelectuales, clérigos y políticos, que aspiraban a establecer una república liberada de la tiranía de la monarquía absoluta. La primera independencia de Centroamérica, la del 15 de septiembre, se consuma en una declaración escrita y la segunda, la de México, del 1 de julio de 1823, se realiza mediante otra declaración. A diferencia de la independencia de México y Suramérica, la centroamericana no fue peleada. No había ejército, sino milicias poco numerosas, mal entrenadas y mal armadas. Los ejércitos vinieron después, con las discrepancias, las intolerancias y las guerras. La militarización de la conmemoración de la independencia es tardía, de la década de 1920. En ese entonces, solo desfilaban los varones y solo ellos juraban lealtad a la bandera, porque la guerra, contra presuntos enemigos externos, era cosa de hombres.
Así, pues, la independencia es un acontecimiento civil y así debiera ser conmemorada. Aparte de las razones de orden histórico, la situación actual de la sociedad salvadoreña invita a enfatizar esa dimensión cívica. La celebración tradicional, fijada en el pasado, debe transformarse en otra que retome el espíritu de unión y libertad para iluminar el presente y marcar el rumbo hacia una realidad utópica, donde la pobreza y la desigualdad sean un mal recuerdo, donde la violencia, y aquello que la alimenta, las avaricias y los odios, queden olvidados como un sinsentido, y donde la convivencia solidaria sea una experiencia cotidiana. La escenografía y la retórica de septiembre y el entretenimiento proporcionado por los desfiles evaden los retos del presente y, de esa manera, abandonan el futuro. El Gobierno de Bukele no ha podido liberarse de este equívoco. La exaltación de la heroicidad de soldados y policías utiliza el pasado para congelar el presente de penurias, miserias y violencias. Más aún, lo sublima y así lo hace aceptable. Son los héroes de un día.
La única posibilidad real está en el futuro, en la medida en que el presente sea transformado radicalmente. Las ideas nuevas dejan pasar la ocasión de colocar en el centro la nación viva y real, la de la ciudadanía. Una ciudadanía que no es una, ni libre, ni igual. La ignorancia, la enfermedad, el desempleo y la violencia son opresiones que le impiden gozar de unidad y libertad real. La libertad de los que gozan de buena educación y salud, de empleo estable y prestaciones, no es suficiente. Solo los económica y socialmente poderosos pueden presumir de libertad; una libertad fundada en la injusticia estructural y la violencia institucionalizada. De hecho, es una libertad falsa, porque son esclavos de pasiones y vicios. Más que libertad, es libertinaje con menoscabo del bienestar de la inmensa mayor parte de la ciudadanía de la que dicen sentirse orgullosos por su laboriosidad e inteligencia. La nación no será una ni libre hasta que todos sus ciudadanos sean realmente iguales, solidarios y libres.
La nación y la identidad nacional suscitan emociones fuertes. Septiembre es el mes de banderas desplegadas. Pero más allá del símbolo está la realidad nacional, su territorio y sus habitantes. En la actualidad, ese territorio está destrozado por la contaminación industrial y el descuido de sus pobladores, y la ciudadanía está rota por la desigualdad, los egoísmos, la intolerancia y la violencia. La conmemoración de la fundación de la nación ofrece anualmente una oportunidad para repensar esa situación y proponer su transformación. Solo así el orgullo nacional podrá comenzar a aproximarse a la realidad, impulsado por el ideal de la igualdad, la unidad y la libertad.
El cultivo de valores cívicos —como el cuidado del medioambiente, el respeto al derecho del otro y a lo diferente, la tolerancia y la cooperación, el cuidado mutuo, sobre todo, de los desamparados y desvalidos, la solidaridad y la fraternidad— no atañe solo a los estudiantes. Esos valores no serán realidad mientras los adultos no se los apropien y actúen en consecuencia. Entonces, la nación podrá comenzar a experimentarse como morada. La conmemoración de este año, en vísperas del bicentenario, es una buena oportunidad para señalar el camino y establecer plazos reales para la ansiada liberación. Una liberación que miles buscan en la emigración. La fuerza que los impulsa es más poderosa que la que los reprime, porque es una cuestión de libertad o sujeción, de igualdad o injusticia, de vida o muerte.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.