Impronta de los mártires en Jon Sobrino

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El próximo 27 de diciembre, Jon Sobrino, teólogo de la liberación, cumplirá 80 años de vida. En ese marco, se ha publicado su más reciente libro, titulado Conversaciones con Jon Sobrino. Se trata de una larga entrevista que le hace la escritora Charo Mármol, donde podemos encontrarnos con Jon como hijo, hermano, teólogo, compañero y alumno. Donde podemos acercarnos a lo más íntimo de su persona, donde, dice Mármol, el sacerdote “no solo habla de los pobres, sino de cómo él ha vivido su relación con los pobres; no solo habla de la teología, sino de su camino al hacer esa teología; habla de Dios y de su relación con Dios Y, por supuesto, habla de las personas que han sido importantes y han marcado su historia”. Entre ellas, ha sido primordial el ejemplo de los mártires.

Como se sabe, el padre Sobrino nació en Barcelona, España, en 1938 y llegó a El Salvador en 1957, cuando apenas tenía 18 años. Es licenciado en filosofía, maestro en Ingeniería y doctor en Teología. Es uno de los fundadores de la UCA. Podríamos construir un perfil del padre Sobrino desde su valioso aporte a la teología latinoamericana; desde su fidelidad a la vocación sacerdotal jesuita; desde su encarnación en la realidad salvadoreña; desde su labor formativa de religiosos, seminaristas, laicos y laicas; desde la huella profunda que han dejado en su vida el testimonio martirial del padre Rutilio Grande, monseñor Romero y el padre Ignacio Ellacuría, figuras emblemáticas, según Sobrino, de lo mejor del pueblo y de la Iglesia de El Salvador.

En este breve perfil queremos referirnos a esta última perspectiva. No solo porque de alguna manera en este enfoque confluyen los otros ámbitos, sino porque aquí se hace presente de forma histórica el Jon Sobrino creyente en el Dios de los pobres, el seguidor de Jesús de Nazaret, el ser humano compasivo y comprometido con las víctimas de este mundo. El testimonio de nuestros mártires ha configurado no solo el saber teológico del padre Sobrino, sino algo más fundamental: su modo de ser humano, su modo de ser cristiano. Cuando Jon Sobrino habla de Rutilio Grande, de monseñor Romero, del padre Ellacuría, no lo hace simplemente para alabar a una persona considerada virtuosa; lo hace, ante todo, para afirmar el impacto profundo que le han causado estos testimonios. Y lo primero que suele señalar de estos mártires es su fe. A Jon Sobrino le impresiona la fe de Rutilio Grande, de monseñor Romero, del padre Ellacuría, quienes buscaron y encontraron la voluntad de Dios en la vida cotidiana y en las cosas últimas y profundas de sus vidas.

Del padre Rutilio Grande ha dicho que “toda su persona, su vida y su muerte martirial fueron y siguen siendo una ‘buena noticia’ de Dios para los pobres de este mundo”. Explica que Rutilio tuvo una gran experiencia de Dios, experiencia que le abrió el corazón para sentir compasión y los ojos para ver el mundo como es, no disimular su pecado ni ocultar la esperanza. Y, sobre todo, para ver a los seres humanos como somos, por fuera y en lo profundo del corazón. De monseñor Romero ha dicho que “su vida, su obra y su palabra han sido luz e inspiración teológicas”. Sin él, dice el padre Sobrino, no hubiese podido formular teológicamente cosas tan fundamentales como el misterio de Dios, la Iglesia de los pobres, la esperanza, el martirio, la solidaridad. Le impacta profundamente la coherencia de monseñor Romero con la opción por los pobres, su voluntad de verdad, su misericordia con las víctimas, su capacidad para aprender de los pobres, su fidelidad en medio de los ataques, la difamación y las amenazas. Del padre Ellacuría, Jon Sobrino ha dicho que lo más fundamental que le ha dejado es “el ejercicio de la misericordia ante un pueblo crucificado y la fe en el misterio de Dios como lo más humano y humanizante”. “Gracias por tu misericordia y por tu fe”: esta es la frase con la que termina la primera de las cartas que ha escrito Sobrino a Ellacuría en el aniversario de los mártires de la UCA.

Para el padre Sobrino la mejor forma de recordar y conmemorar a nuestros mártires es hacer lo que ellos hicieron, hablar como ellos hablaron, amar como ellos amaron, arriesgarnos como ellos se arriesgaron. Jon Sobrino es un buen ejemplo de esta forma de mantener viva la memoria de nuestros mártires. Desde su fe en Jesús de Nazaret, inspirado por los mártires y dejándose afectar por las mayorías sufrientes, nos plantea varios retos. Ante el predominio del desencanto, la desesperanza y la resignación, hay que recuperar la utopía de un mundo con justicia para la víctima. Frente al egoísmo y el individualismo campantes, hay que promover el espíritu de comunidad. Promover la solidaridad con el débil ante la indiferencia por el sufrimiento de los otros. Promover el espíritu de justicia frente a la pura beneficencia con la que se encubre y se pretende paliar la inequidad. Promover el espíritu de verdad ante la propaganda y la mentira encubridoras de la realidad. Promover la memoria histórica frente al olvido que degenera en impunidad e ingratitud hacia las víctimas de la injusticia. Promover la creatividad versus el mimetismo y la imitación servil que fácilmente degenera en pérdida de identidad. Promover la celebración versus la pura diversión irresponsable que degenera en alineación. Promover el compromiso versus la mera tolerancia que degenera en indiferencia.

Hace varios años, en el contexto de la “notificación” dada a conocer por la Congregación para la Doctrina de la fe (en marzo de 2007), un grupo de laicos y laicas que hemos recibido formación cristológica con el padre Sobrino expresamos unas palabras de gratitud y solidaridad con nuestro teólogo, maestro y pastor. Palabras que, en el 80 aniversario de su natalicio, siguen vigentes y, por tanto, las reiteramos:

En primer lugar, agradecemos al padre Sobrino por ayudarnos a volver, con más profundidad y compromiso, hacia Jesús de Nazaret. Desde su cristología aprendimos que Jesús, en su persona, en su praxis y en lo que anuncia, es una Buena Noticia para el ser humano concreto; en especial, para los crucificados de este mundo. Gracias por volvernos con rigor cristológico al Jesús del Evangelio: el que configura su vida y su misión desde la misericordia, el que acoge a pecadores y marginados, el que quiere el fin de las desventuras de los pobres, el que se confía plenamente en un Dios bueno y cercano, el que desenmascara la hipocresía de los “maestros” de la religión. Gracias por enseñarnos que a ese Jesús —verdadero Dios y verdadero ser humano— no solo hay que conocerlo sino, sobre todo, seguirlo.

En segundo lugar, reconocemos y apreciamos su cercanía y su dejarse afectar por el testimonio de los mártires. Sobrino no ha recordado con insistencia “que ha habido gente que, por amor, ha defendido a los oprimidos y en ello les ha ido la vida. Y lo que hay que recalcar todavía más, ha habido mucha gente, centenares, miles, a la que han matado en masacres, mujeres, niños, ancianos, sin haber hecho nada, inocentemente, indefensamente. A los primeros les llamamos “mártires jesuánicos” y a los segundos, “el pueblo crucificado”.

En tercer lugar, expresamos nuestra identificación con sus sueños de futuro. Gracias, padre Sobrino, por poner a producir nuestra fe en Jesús, por actualizar el legado de nuestros mártires, por su gran talante espiritual. Por historizarnos con su lucidez teológica y su ejemplo de vida los valores del Reino de Dios. Por habernos enseñado la centralidad que debe tener la misericordia en la vida humana y cristiana. Por situarnos ante los clamores de la realidad y ante la necesidad de responderle con honradez. La Iglesia latinoamericana y, especialmente, la Iglesia y el pueblo salvadoreños nos sentimos profundamente agradecidos por tenerlo entre nosotros como nuestro hermano, nuestro amigo y nuestro teólogo.

Charo Mármol, en el libro al que hemos hecho referencia, hace una paráfrasis de la frase de Ellacuría aplicada a monseñor Romero: “Con Mons. Romero, Dios pasó por El Salvador”. Ella la aplica creativamente a Sobrino en los siguientes términos: “Con Romero y Ellacuría, con el pueblo salvadoreño, Dios pasó por la vida de Jon”. Frase espléndida para describir la experiencia profunda de Sobrino con el Dios de Jesús.

* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara; y de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco. Docente jubilado de la UCA.

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Anónimo
07/12/2018
11:12 am
Muy buen artículo, son estos Pilares que la Iglesia nesecita en estos tiempos
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