Cuando se habla de Internet o de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, de inmediato salen a relucir sus grandes ventajas y sus características impresionantes: mundial, descentralizado, interactivo, capaz de extender ilimitadamente sus contenidos y su alcance, flexible, instantáneo, entretenido, etc. En el plano más social y político, se habla de que Internet puede servir a la gente en su ejercicio responsable de la libertad y de la democracia, ampliar los horizontes educativos y culturales, superar el aislamiento y promover el desarrollo humano. A nivel informativo, se destaca el acceso a grandes bases de datos y que bastan algunos clics para obtener la información buscada. En términos prácticos, se usa el explorador para pagar facturas, vender, trabajar o entretenerse. Los beneficios, pues, son reales, pero tienen un precio. ¿Cuál es?
Una de las primeras críticas que se formularon desde los enfoques humanistas de la comunicación planteaba que el mundo virtual ha creado un nuevo hábitat para el ser humano, caracterizado por el encapsulamiento en uno mismo. Internet puede conectarnos con millones de personas sin que tengamos que encontrarnos con nadie. Se puede comprar, vender, hacer pagos, trabajar, pedir comida, divertirnos sin hablar con nadie. En consecuencia, la explosión de la tecnología de la información y la comunicación puede llevar a un egocentrismo, a una mayor separación interpersonal y a caer en el peligro de eludir el carácter esencialmente humano de la comunicación. Pero las críticas o los llamados de atención han venido también de algunos expertos en el uso de Internet. Nicholas Carr, por ejemplo, en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, nos previene de algunos riesgos. Enunciemos y expliquemos, brevemente, al menos cinco de ellos.
Primero, pérdida del pensamiento conceptual y crítico. Para Carr, al sumergirnos en el mundo digital, podemos quedar atrapados por el dominio de lo utilitario, donde lo decisivo es lo eficiente que uno pueda ser procesando información y donde deja de tener valor el pensamiento contemplativo, que no necesariamente tiene un fin práctico o inmediato, y que, sin embargo, estimula la creatividad. El autor advierte que mientras disfrutamos de las bondades de la Red, podemos estar sacrificando nuestra capacidad de leer y pensar con profundidad; mientras nos hacemos más hábiles para manejar y ojear superficialmente la información, podemos estar perdiendo nuestra capacidad de concentración y reflexión. Una acción para prevenir este peligro es tomar conciencia de que existe.
Segundo, las nuevas tecnologías instan a buscar, pero no a pensar. En su libro, Carr reconoce la extraordinaria aportación que servicios como Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación. Nunca como ahora ha habido tanta información disponible. Pero un mayor flujo de información no se corresponde necesariamente con más capacidad para desarrollar pensamientos complejos o mejor conocimiento de la realidad. Partiendo de que el pensamiento tiene dos etapas: la de la búsqueda de la información, y el pensar crítico y creativo a partir de la información recopilada, Carr considera "que hoy parece que estamos perdiendo la segunda parte, nos quedamos en la primera, como si no fuera necesario extraer deducciones o conclusiones originales". Es decir, las nuevas tecnologías cultivan la búsqueda, pero desatienden el cultivo del pensamiento crítico y del saber pensar la realidad, a lo mejor no por comisión, sino por su naturaleza predominantemente informativa y comunicativa, y no tanto analítica y comprensiva.
Tercero, la privacidad queda a la intemperie. Según el autor, una de las grandes preguntas que tendremos que contestar en este contexto de nuevas tecnologías de la información es qué valor le damos a la privacidad y cuánta estamos dispuestos a ceder. Google es una base de datos inmensa en la que voluntariamente introducimos información sobre nosotros, y a cambio recibimos información cada vez más personalizada y adaptada a los propios gustos y necesidades. Sin embargo, todos los pasos que se dan en el entorno virtual se convierten en información para empresas y Gobiernos. Para Carr, "en Internet podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones". En otras palabras, la tendencia es a aceptar "libremente" estar siendo observados, en detrimento del derecho de las personas a la privacidad e intimidad.
Cuarto, Internet fomenta el picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información. Y nos incita a buscar lo breve y lo rápido (lo útil, entretenido y divertido). El libro de Carr señala que como sociedad estamos devaluando lo que solía ser central para el pensamiento intelectual, es decir, el ejercicio mental profundo y creativo de los científicos y pensadores, que va más allá de solucionar problemas concretos. Cada vez nos alejamos más de la imagen que esculpió Auguste Rodin en El pensador (alguien entregado a la tarea de pensar). Esa imagen parece hoy completamente pasada de moda. Así como el libro impreso servía para centrar nuestra atención, fomentando el pensamiento profundo y creativo, Internet fomenta el picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes. Su modo de ser es el de la multitarea, la velocidad y la eficiencia.
Quinto, la inducción a participar en la distracción permanente. Para Carr, no es lo mismo leer en una pantalla que leer un libro, aunque sea un mismo contenido. Cuando se lee un libro, en serio, la característica esencial es aislarse del entorno y de todo tipo de distracciones. Se enfoca la atención en una historia o un argumento por un período determinado (se está de lleno en la lectura). En cambio, leer en una pantalla es arrastrar todo tipo de distractores: mensajes, audios, vídeos, correos electrónicos, actividad en Facebook, etc. Al recibir muchos estímulos, se pierde la concentración en el texto. Así lo describe el autor: "Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo. Creo que sé lo que pasa. Durante más de una década, he pasado mucho tiempo online, buscando y navegando, y a veces añadiendo contenido a las grandes bases de datos de Internet". A lo expresado por Carr hay que añadir que quien no vive con atención en cada instante, vive al margen de sí mismo y de la realidad. Es decir, hace falta atención para vivir la vida conscientemente.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer frente a esta tendencia al consumo informativo, la distracción, el entretenimiento, la dispersión y la superficialidad? Para Nicholas Carr, la primera reacción debe ser asegurarnos de que tenemos oportunidades para implicarnos en formas más humanizadas del pensamiento y la comunicación: volviendo a la cultura del libro, cultivando la densidad de la comunicación con los otros y con la naturaleza. Dicho en otros términos, debemos evitar que el contacto virtual sustituya la comunicación directa, cordial y solidaria entre las personas. Asimismo, hay que mantener una actitud crítica para que la Red no sea un instrumento que reduzca a los seres humanos a categorías que intenta manipular, o que permita a los poderosos controlar y uniformar las opiniones.