Hace dos semanas, el caricaturista Alecus publicó una hermosa creación suya en la que el jesuita José María Tojeira, recientemente fallecido, aparecía como un faro que iluminaba la realidad salvadoreña. Es cierto. Lo que conmueve es que el padre Tojeira, el padre Chema, como era conocido, asumió varios roles en su vida que ayudaron a iluminar nuestra realidad, con la actitud de modestia que describe don Antonio Machado en sus Proverbios y cantares: “Nunca perseguí la gloria/ ni dejar en la memoria/ de los hombres mi cantar”. Rector, provincial, director del Idhuca, responsable de la Pastoral Universitaria, figura pública cuya voz sabia era consultada por los medios de comunicación: nada de ello le hizo perseguir la gloria para sí mismo. Lo movía, más bien, el amor y la justicia.
Cuando intervenía en público, por ejemplo, en las fechas de conmemoración de los mártires de la UCA, o acompañando las diferentes luchas por la justicia en el país, su palabra daba ánimos. Siendo legos en estos asuntos, nos atrevemos a decir que su carisma era el del pastor. También se desempeñaba excelentemente en la docencia y en la reflexión escrita, pero en estas tareas también hacía, de alguna u otra forma, pastoral. Entendemos que hacer pastoral no es solo guiar, sino también dejarse guiar por la realidad y acompañar, con la palabra eficaz, a quienes necesitan esperanza.
El padre Tojeira dejó una cantidad importante de escritos, entre homilías, libros, editoriales y artículos. Su prosa era agradable a la lectura y, mejor aún, hacía reflexionar. Esto se debía a que el padre Chema amaba a la poesía. Es posible que algo de poeta hubiera en una persona tan sensible como él. Resulta un enigma saber si entre sus papeles personales, entre los borradores de sus artículos, se coló algún verso. Era bonito escucharlo dando sus opiniones sobre los poemas o cuentos que él tenía que evaluar como jurado del certamen literario que, año con año, celebra el CRAI con motivo del aniversario de los mártires. Con él se pierde también un excelente colaborador de dicho certamen.
El padre Chema tenía una especial predilección por los poetas místicos. Uno podría pensar que a la cabeza de ellos estaba Fray Luis de León. Y amaba también a los poetas del Siglo de Oro, y a otros, un tanto más próximos en el tiempo, como José Ángel Valente, quien tiene mucho de filosófico, de reflexivo. En un artículo suyo sobre sus compañeros jesuitas, citaba al Quevedo que fustigó los vicios de la Castilla de su tiempo: “Aquella libertad esclarecida, que donde supo hallar honrada muerte, nunca quiso tener más larga vida”. En las palabras luminosas de Quevedo, brillaba el instante terrible del martirio.
Hay otro texto suyo sobre la mística cristiana, titulado “Espiritualidad en la vida cotidiana”. Citando a Fray Luis, quien describía al “sabio que se retira/ de aqueste mundo malvado,/ y con pobre mesa y casa/ en el campo deleitoso/ con solo Dios se acompasa/ y a solas su vida pasa/ ni envidiado ni envidioso”, Tojeira decía que la verdadera mística no es escapar del mundo. “La mística no debe partir de una huida, sino de una mirada trasfigurada al mundo en que vivimos. A nuestra propia vida personal y a la vida de nuestros prójimos. A nuestra realidad de seres dialogales, en relación siempre con los otros, y en relación también con la casa que habitamos, con el mundo como morada de todos.” Esta última expresión nos recuerda la de Menéndez Leal, quien decía que la ciudad debía ser “casa de todos”.
Esas citas, como puede verse, no eran alarde de erudición literaria, sino apoyos en la expresión de sus ideas. Se apoyaba en estos poetas y escritores para extraer, de la fuente común de la palabra, la mejor forma de poner en común sus planteamientos. En este ejemplo, es Miguel de Cervantes quien sale al encuentro de lo que Chema quiere expresar: “La utopía cristiana une el realismo de quien sabe de nuestra materia pecadora con la confianza segura en el Señor. ‘Caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma’, se decía a sí mismo Don Quijote al iniciar sus aventuras. Peregrino en la vida, el cristiano es el que conoce que al final seremos juzgados por el amor que hayamos tenido, y que solo el amor y la misericordia persistirán como realidad creada”.
Su calidad humana, que le hizo estar próximo a los que sufren, también le hizo acompañar a su modo a un poeta que de alguna manera encarnó en su vida la marginalidad y los extremos más hirientes de la realidad: Salvador Juárez. Sin “perseguir la gloria ni dejar en la memoria de los hombres su cantar”, el padre Tojeira acompañó humana y poéticamente a este hermano poeta. Prologó dos de sus libros y participó en el acto de presentación. Sus palabras sabían bucear en el drama humano del autor y rescatar de él las semillas de esperanza. Salvador le tenía un gran cariño y siempre que pasaba por la UCA pasaba a saludarlo. Imaginamos que es probable que lo haya recibido con versos después de su adiós.
Esa humanidad que le caracterizaba se traslucía tanto en sus acciones públicas como en los gestos cotidianos. En sus redes sociales, siempre escribía unas palabras de felicitación para quien cumplía años. Se le ha llamado con justicia “el apóstol de la sonrisa”. Sirva ello para evidenciar que el amor al prójimo, esa verdadera mística, no está reñido con la alegría. Todo lo contrario.
La voz animadora del padre Tojeira resuena en nuestro país. Su buen corazón ilumina como el faro que dibujó Alecus, con su palabra inspirada e inspiradora.
* Luis Alvarenga, académico del Departamento de Filosofía.