En estos días, propiciada por la UCA-IDHUCA, se está desarrollando la tercera edición del Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador. Sin duda, no tendrá la misma difusión mediática que la visita del presidente Obama a la tumba de monseñor Romero. Y eso a pesar de que la justicia restaurativa, de amplia fuerza reparadora, tiene mucha más coherencia con la figura y el pensamiento de nuestro arzobispo mártir que una devota visita a su tumba, cuya importancia, en el caso de Obama, no negamos.
Una de las tragedias humanas persistentes es la poca importancia y significatividad que les damos a las víctimas. A los niños y niñas que mueren en un bombardeo les suelen llamar "daños colaterales" aquellos que dieron la orden de atacar. En general, es característico del poder —militar, político o de cualquier tipo— tratar de restarle significado, e incluso presencia social significativa, a sus víctimas. Los perseguidores del cristianismo en tiempos del imperio romano daban el cuerpo de los mártires al fuego, a las fieras, a los perros en las afueras de la ciudad prohibiendo que se les sepultara, o los tiraban al mar. Se trataba de eliminar todo recuerdo significativo de ellos. Hoy, tratando de parecer civilizados, se habla de perdón y olvido, de mirar hacia delante, de no quedarse estancados mirando los errores del pasado.
Sin embargo, cada vez cobra más fuerza el convencimiento humano de que toda persona es y tiene significado en el mundo. Y que, por tanto, toda víctima de la fuerza bruta, del poder irracional, de la violencia, tiene también significado. Las víctimas son personas que amaron, que dieron vida y sentido a otros, que fueron queridos y que no dieron razón para que se les tratara con la brutalidad que les llevó injustamente a la muerte. Se convierten desde su dolor en voz que clama justicia, reparación y devolución de la dignidad arrebatada, a través del reconocimiento de su valor como personas. Tienen significado en nuestra historia como reclamo permanente de humanización.
Pero al poder, de izquierda o de derecha, le disgustan las víctimas. Porque todavía tiene la tendencia a clasificar a las personas como amigos o como enemigos, y desea impunidad cuando maltrata a los segundos. A medida que se avanza en humanidad, los pueblos tratan de establecer leyes, garantías, educación y conciencia democrática que defiendan a las personas frente a los abusos del poder. Pero en una buena parte de nuestros países el déficit en humanidad continúa fuerte. Y el reconocimiento unido a la reparación o el no reconocimiento de las víctimas del pasado inmediato, sean personas asesinadas sin razón en medio de guerras civiles o internacionales, son los medidores básicos del desarrollo humanista de cualquier sociedad.
La visita de Obama a la tumba de Romero tiene sentido e importancia porque es parte del reconocimiento a una persona, el arzobispo mártir, que dio su vida defendiendo a todas las víctimas de una etapa de nuestra historia en la que la violencia y la irracionalidad entigrecía los espíritus de muchos salvadoreños. Independientemente de las críticas que se puedan hacer sobre la coherencia de la visita con respecto a las intervenciones de Estados Unidos en algunos países durante las últimas décadas, el hecho de que el recuerdo de monseñor Romero lleve hasta su tumba al presidente de la máxima potencia mundial tiene profundo significado. Más allá de la incoherencia, a la que todos estamos sujetos tanto personal como socialmente, la visita de un poderoso a la tumba de Romero significa siempre un triunfo de una víctima sobre el poder.
Aunque sin el respaldo mediático de esta visita, decíamos, los tribunales alternativos que buscan iniciar procesos de justicia restaurativa tienen, sin embargo, una importancia mayor para El Salvador. Continúan el trabajo de monseñor Romero, enemigo de la violencia y solidario con las víctimas; crean mecanismos realistas y viables de reconciliación; nos recuerdan que toda víctima tiene significado y que desde su significado humano nos llama a la humanización-civilización de nuestras sociedades. Los tribunales de justicia restaurativa tienen la virtualidad (palabra que viene de "virtus", en latín, con el significado doble de "fuerza" y "virtud") de recordarnos hoy a los salvadoreños —insignificantes para el poder político, económico y social— y advertirnos —junto con sus familiares y amigos— que esas víctimas tienen significado. Reconocerles como víctimas significativas es hacerles justicia, devolverles la dignidad de seres humanos que siguen clamando desde la impunidad un "nunca más" a la violencia, al crimen y al olvido de la brutalidad. No podemos recordarles y al mismo tiempo mantenernos indiferentes ante el sufrimiento injusto que nos deshumaniza como personas y como sociedades.
Con esta actividad, la UCA y el IDHUCA nos ayudan a crecer en nuestra propia humanidad y en nuestra propia fe en esa víctima significativa que se llamó Jesús de Nazaret. Una víctima a la que se le trató de arrebatar toda significatividad desde los poderes establecidos de su época a través de una muerte vergonzosa y maldita. Muerte, sin embargo, que un pequeño grupo de hombres y mujeres, pobres y sin letras, arrastrados por la fuerza del Espíritu del crucificado, se empeñó en volver significativa hasta nuestros días. Y que solo conservará su significatividad en la medida que sus seguidores seamos solidarios con las víctimas del presente.