En los 200 años de vida republicana, Bukele es el primer presidente que, en el seno de la legislatura, la emprende abiertamente contra la oligarquía. Su lenguaje ha sido tan extremista como el del FMLN más radical. “Vimos como algo normal que el rico se hiciera más rico y el pobre más pobre”, declaró contundente. El Estado, secuestrado por “un grupo de poder”, dificultó la vida de muchos para “mantener e incrementar los privilegios de unos pocos”. Ese “grupo de poder” operó como “un gobierno invisible que nadie eligió”. De esa manera, los gobernantes estuvieron “al servicio de la oligarquía o las juntas militares” y, por eso, “nuestra gente todavía tiene hambre. Nuestra gente todavía necesita empleos. Nuestra gente necesita pensiones justas. Muchas familias […] todavía no tienen un techo digno donde vivir”.
Hubo elecciones, pero “¿se puede llamar democracia a un sistema que privatizó todo: las telecomunicaciones, la banca, las pensiones, la distribución de energía eléctrica y hasta la seguridad? ¿O se puede llamar democracia a un sistema que permitió que un expresidente, blindado por sus apellidos y la oligarquía, despojara al pueblo de sus tierras, de su banca, de sus semillas y además nos vendiera medicinas con sobreprecio?”. A los oligarcas “nunca les importó la gente. Solo les importaban sus votos” para mantener la fachada democrática del orden establecido. Cuando “los políticos llegaban al poder se olvidaban del pueblo, y a la hora de pedir de nuevo el voto, volvían las mentiras y las falsas promesas”. La justicia oligárquica “nunca ha sido justa”, pues distingue entre “el que vale algo y el que no. El que merece justicia y el que no, al que le dan resoluciones exprés”. Al final, “nos fuimos condicionando, porque crecimos con la certeza de que nada iba a cambiar”.
Así, pues, el cambio se impone. Pero no uno socioeconómico, en consonancia con la cruda descripción del orden oligárquico, sino otro jurídico-político, impuesto el 1 de mayo. El mandatario arremete contra la oligarquía para llevar el agua a su molino. “¿O sea que antes estábamos bien? ¿O sea que las viejas instituciones sí resolvían los problemas de los salvadoreños?, ¿íbamos en el camino correcto en seguridad, en salud, en educación, en infraestructura?”. Pues bien, a partir de ahora, con “las decisiones que estamos tomando”, la dictadura conducirá por el camino correcto. De otra manera, “por simple lógica, sería imposible transformar” al país. Más aún, esa transformación es un hecho, porque “detrás de este presidente ya no hay oligarquía, no hay juntas militares […] que le [den] órdenes de lo que tiene que hacer, para que ellos puedan aumentar sus privilegios”.
El discurso del 1 de junio revisita la ruptura del orden constitucional, en otro vano intento por justificarla. Sorprendentemente, esta vez, retoma la prédica antioligárquica de los años revolucionarios del FMLN. Pero, en lugar de abogar por reformas básicas como la redistribución del ingreso, mediante una reforma tributaria progresista para aumentar la inversión social, solicita apoyo para el golpe de Estado y para el dictador. La deriva antioligárquica no implica reformar las estructuras que facilitan que el rico sea más rico y el pobre más pobre. Al contrario, pocos días después, Bukele presumió que en el país no existe impuesto sobre la propiedad,ni sobre las ganancias del capital. Un enfoque tan oligárquico como el de los grandes capitalistas actuales.
La coincidencia no es simple casualidad. Los Bukele han sustituido a la antigua oligarquía por otra de nuevo cuño, dirigida por ellos. Ahora no hay un poder detrás del sillón presidencial, porque uno de ellos lo ocupa. Pero al igual que antes, los otros poderes del Estado están al servicio de los intereses de este exclusivo círculo de privilegiados. Tan es así que Bukele se jacta de haber superado la “época de conflictos […] sin precedentes” entre dichos poderes. En efecto, los favoritos se mueven en la clandestinidad, protegidos por el Estado. Pese a ello, Bukele dice temer a la oligarquía, que “aún controla el aparato ideológico del Estado [que] siempre ha sido hipócrita, pero muy poderoso”. En realidad, desde ahora la responsabiliza del desencanto, cuando la realidad se imponga. El desenlace de la aventura está ya anunciado.
En épocas no muy lejanas, Bukele hubiera sido acusado de dividir la sociedad, de promover la lucha y el odio de clases, de marxismo-leninismo y de comunismo. En los tiempos que corren, su discurso antioligárquico es tan irrelevante como su idea de la oligarquía misma. Ni siquiera los propios interpelados se sienten ofendidos o expuestos a la ira popular. El historial de los tuits muestra que la opinión presidencial no es consistente ni confiable. La afirmación de hoy, mañana es negada; o reemplazada por otra completamente distinta, pasado mañana. Un hito histórico de la República es la volatilidad de su presidente.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.