El discurso inaugural del presidente Bukele estaba dirigido a sus simpatizantes y seguidores, no a los invitados extranjeros, mucho menos a los diputados. Por esos primeros, el acto tuvo lugar en la plaza Barrios y, en consecuencia, ellos fueron el centro del discurso. La conexión entre el nuevo mandatario y su público asombra a unos y es envidia de otros, que ya quisieran ese poder de convocatoria. Los destinatarios del discurso son también su prioridad y ellos le reclamarán si no satisface sus expectativas, de la misma manera que reprobaron a los mandatarios salientes y a los diputados. Hacer del pueblo presente en la plaza el protagonista del acto escandalizó a los amantes del protocolo, que suelen deleitarse en saludar a los invitados especiales con todos sus títulos, pero se olvidan de la gente. En su discurso, Bukele mencionó a varios sectores sociales, pero no hizo ninguna referencia a los diputados, los políticos y los partidos. Un silencio elocuente, que coloca a la gente en el centro. El sitio y el discurso pusieron de manifiesto la razón de ser de la presidencia de Bukele.
La crítica ha echado de menos las promesas, los proyectos y los números que los suelen acompañar. En lugar de seguir el fastidioso estilo tradicional, Bukele confirmó el mutuo compromiso del Presidente y su pueblo de trabajar para cambiar el país. La crítica, anclada en el pasado y resistente a la novedad, prefiere la interminable lista de propósitos, la mayoría de los cuales se desvanece rápidamente. De todas maneras, esa nostalgia tiene la ventaja de que después puede reclamar el incumplimiento. Pero en este caso, eso no es problema, porque las enormes expectativas despertadas por el presidente Bukele pueden transformarse en un estrepitoso repudio si fracasa. Sus mismos seguidores se lo echarán en cara. Y está visto que el pueblo decepcionado o frustrado es más exigente que la crítica. De hecho, tal como declara el juramento presidencial, la gente le demandará el cumplimiento de sus obligaciones y compromisos. En ese sentido, el gran fallo del FMLN no es de comunicación, sino de conexión con la gente y de capacidad y eficiencia ejecutiva. Listar proyectos y promesas que se olvidan en unos pocos meses es trivial y aburrido.
El discurso de la plaza fue recibido por sus destinatarios. Eso era lo que querían escuchar y lo que desean que se haga realidad. El juramento del Presidente expresa ese exigente compromiso y el juramento de la plaza, la decisión de apoyarlo. Si las realizaciones se concretan y avanzan, el respaldo crecerá. En caso contrario, el apoyo se transformará en crítica acerva. Ha llegado, pues, el momento de obrar para cumplir. Es innegable que el país se encuentra sumido en una grave crisis por causa de la violencia social, por una recaudación fiscal por debajo de la capacidad económica, por la corrupción y por el restringido acceso a los servicios básicos. El crecimiento económico, el desarrollo social y el bienestar son incompatibles con esas realidades malignas.
La medicina amarga anunciada admite dos interpretaciones. Una es aumentar aún más los impuestos indirectos, mantener los bajos salarios y reducir aún más el acceso a los servicios básicos. Según esta versión, la mayoría de la gente, bien representada en la plaza el 1 de junio, tendría que tragarse la amargura del remedio. Esa es la interpretación del FMLN, celoso por la manera cómo le han arrebatado el pueblo y la plaza. La otra interpretación es que la dosis más grande de amargura tendrán que tragarla los grandes capitales. De hecho, el pueblo desde hace ya varias décadas traga el acibarado medicamento neoliberal; no tiene sentido que ahora tenga que correr con los desaguisados del capitalismo neoliberal. Tampoco lo tiene que Bukele haya hecho jurar a sus seguidores que lo apoyarán, para luego terminar deteriorando su ya precaria situación.
El llamado a la unidad complementa el juramento y el anuncio de la medicina repugnante. Los grandes empresarios y los políticos han saludado con agrado ese llamado, porque piensan que está dirigido al pueblo, sobre quien recaerá el costo más pesado del cambio. Sería un llamado a la resignación. Pero si fuera al revés, que los costos recayeran en los grandes capitales y los corruptos, el amor a la patria se desvanecerá. Primero es la acumulación desproporcionada de riqueza y luego todo lo demás. Una reforma fiscal progresiva o el final del escandaloso negocio de las administradoras de pensiones pondrán a prueba ese amor patriótico. La unidad es imposible cuando la dinámica económica despoja a la mayoría, mientras concentra la riqueza en un reducido grupo de privilegiados.
Las primeras órdenes presidenciales de quitar el nombre de un infamado coronel del cuartel de San Miguel y de destituir a varios funcionarios, entre ellos los hijos y nietos del expresidente Sánchez Cerén, los familiares de altos dirigentes del FMLN y de dos implicados en sendos asesinatos, el de Roque Dalton y el de una menor, no son improvisaciones. El nuevo poder ejecutivo tiene un plan, tal como se puede observar también en la primera reunión del gabinete. Otra cosa es que lo revele en la medida en que lo pone en práctica. El nuevo poder ejecutivo prefiere la acción eficaz a la declaración de buenas intenciones. Los destinatarios del discurso aguardan ansiosos realizaciones eficaces.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.